La carpeta que hoy he decido ampliar es la contenedora de emociones autoconscientes. Inspirado por la presentación del libro Antropofobia del filósofo compostelano Ignacio Castro Rey, y gracias al escritor murciano Ángel Pardo. Comparto con ellos que el antídoto a la vergüenza podría ser un buen bálsamo para remediar la desconexión que nuestra propia naturaleza (humana) sufre en aras de una supuesta Inteligencia Artificial y la crueldad calculada de aquellos iluminados que pretenden someter a sus semejantes, a los que entienden como seres inferiores.
Conviene recordar que ningún bebé nace con vergüenza, el grupo social hará que la aprenda.
Al parecer la humillación, el rechazo y los abusos pueden cronificar la sensación de inadecuación que provoca. La conciencia o atención plena sugiere la amabilidad en lugar de la autocrítica (patológica) y la humanidad compartida en vez del aislamiento. La complacencia y el perfeccionismo pueden ser indicadores negativos. Practiquemos por ello la autocompasión, como aceptación del ser.
En inglés shame y embarrasment distingue entre vergüenzas. Una es la vergüenza que sentimos por haber hecho algo moralmente inapropiado y la otra se refiere a la vergüenza por haber hecho el ridículo en lo que se puede considerar una situación embarazosa.
No nos mortifiquemos por ser inoportunos, hagamos el ridículo de vez en cuando, expongámonos, seamos personas más desvergonzadas y menos sinvergüenzas.
Para todas las personas tímidas y para los que aún sentimos rubor al exponernos en según qué medios.
Texto: Miguel Tébar, periodista musical