Me pregunto cuantas familias jugarán este año el número de los que ya no están como una manera de perpetuar sus sueños, como si de esa forma siguieran estando a su lado, escuchando con ellos el sorteo, respirando la Navidad, comprobando si el número cantado por los niños de San Ildefonso se termina convirtiendo en dinero contante además de sonante. De ser así, el premio dejaría de ser en metálico para convertirse en un retórico abrazo en segundo plano.
Este año que está apunto de terminar nos ha quitado a todos demasiadas cosas, es hora de que nos devuelvan un poco de alegría aunque sea en forma de euros. Ya va siendo hora de que este año nos toque algo que nos reconforte y nos reconcilie con el presente y le de alas al futuro para el que nos van a tener que vacunar no solo contra el Covid sino también contra el espanto.
Ha llegado el momento de que 2020 nos de un respiro y nos permita tener al menos un ratito sin que tengamos que estar pensando en lo único, aunque sea por unas horas, aunque sea vendiéndonos una verdad a medias o una mentira a cuartos, aunque al final de la mañana se quede en nada para la mayoría silenciosa.
Solo espero que el año que agoniza no nos quite lo jugado, aunque tal y como va el año no descarto que el Gordo se haya puesto a régimen, que San Ildefonso se haya convertido al Islam o que a las bolas con los premios les hayan confinado perimetralmente dentro de un bombo.
Si se cumpliera la tradición y la superstición de que el Gordo debe caer en lugares en los que la desgracia se haya cebado con el paisaje, en esta edición del sorteo el Gordo debería de caer en todas partes, debería tocarnos a todos, sobretodo en este 2020 que hemos tenido que acostumbrarnos a abrazarnos y besarnos a codazos