Desde hace tiempo se sabe que la obesidad es un factor que aumenta el riesgo de cáncer, pero hasta ahora no se habían identificado por completo los mecanismos moleculares implicados en esta relación causal, según reconocen los autores de este trabajo que publica la revista 'Oncogene'.
"Aunque ha habido varios avances en el tratamiento del cáncer y en la mejora de la calidad de vida de los pacientes, el número de nuevos casos sigue aumentando", dijo Jamie Bernard, autor principal de este trabajo, convencido de que "conocer mejor el origen permitirá reducir el número de casos mediante intervenciones dietéticas o terapéuticas".
La obesidad está ya directamente relacionada con varios tipos de tumores, como los de mama, colon, próstata, útero y riñón, pero este experto reconoce que los kilos de más no son el principal factor de riesgo.
En este caso, Bernard y su equipo diferenciaron entre las dos capas de grasa abdominal: la superior, conocida como grasa subcutánea, que se encuentra justo debajo de la piel; y la que está debajo, llamada grasa visceral, que se considera más dañina.
Utilizaron un grupo de ratones que fueron alimentados con una dieta rica en grasa y descubrieron que la capa visceral produjo mayores cantidades de FGF2, y vieron que ésta estimulaba ciertas células que ya eran vulnerables a la proteína y las hacían crecer hasta convertirse en tumores.
También recopilaron tejido graso visceral de mujeres sometidas a histerectomías y vieron que cuando las secreciones de grasa tenían más presencia de la proteína FGF2 hubo más células sanas que acabaron transformándose en tumorales cuando se transfirieron a los ratones.
"Esto indicaría que la grasa de ratones y humanos puede hacer que una célula no cancerígena se transforme de forma maligna en una célula tumoral", dijo Bernard.
Además, hay otros factores liberados de la grasa, como las hormonas estrógenas, que podría influir en el riesgo de cáncer, pero muchos de esos estudios sólo han sido capaces de demostrar una asociación y no una causa directa de cáncer. Y del mismo modo, también es clave el papel que juega la genética en ese proceso.
El investigador ha avanzando que ya están trabajando en la búsqueda de nuevos compuestos antitumorales que puedan detener los efectos del FGF2.