Coincidiendo con este centenario de la Gran Guerra, se han publicado multitud de libros intentando explicar cómo los movimientos políticos obreros, las filias y fobias entre archiduques, zares y presidentes, los nacionalismos o la carrera por el control de recursos estratégicos llevaron a Europa a embarcarse en esa Gran Guerra… Otros describen el conflicto, y las penurias vividas por aquellos que fueron enviados a la muerte en batallas tan insensatas como inútiles. Pero hasta ahora (al menos yo) no había encontrado ninguno que explicara la realidad que cuenta La Muerte Blanca: las batallas libradas en las montañas del frente italiano, y cómo los ejércitos no dudaron en utilizar los elementos para diezmar al enemigo.
El frente italiano se extendía a lo largo de la frontera que separaba Italia del Imperio Austrohúngaro. Los italianos confiaban en que, uniéndose a los países de la Triple Entente contra las Potencias Centrales, podrían rescatar los territorios históricos italianos en manos de austríacos: el Tirol Cisalpino (actuales provincias de Trento y Bolzano), Istria, Dalmacia y el puerto de Trieste. El problema es que lo que en un principio debía ser un rápido ataque sorpresa que permitiera tomar las principales ciudades en pocos días, se empantanó en una guerra de trincheras similar a la Frente Occidental. Solo que aquí, los soldados, además de hacer frente al ejército rival tenían que luchar contra las condiciones extremas de los montes de Trento, de los Dolomitas y de Caporetto.
Ésa es la realidad que refleja La Muerte Blanca. Cómo vivieron los soldados que fueron mandados a luchar en el frente italiano, cómo tuvieron que cavar las trincheras en hielo y cómo los elementos se convirtieron en el enemigo más temible. El frío que se metía hasta el tuétano, las rocas afiladas que desgarraban uniformes y mochilas y por encima de todo, los temidos aludes. Ningún arma provocaba tanto espanto entre los soldados como las avalanchas. Desplomes de nieve que arrasaban con todo y eran provocados de forma deliberada por el ejército rival.
El responsable de ésta historia es Robbie Morrison, que con un guion nada pretencioso consigue, en poco más de cien páginas, mostrar la angustia de esos soldados que se vieron atrapados en una trampa mortal. El guion muestra ése sufrimiento, pero son los dibujos los que consiguen transmitir el miedo. Porque si algo destaca en esta obra es precisamente eso: la crudeza de su impecable apartado gráfico, que es obra de Charlie Adlard, el galardonado dibujante de The Walking Dead.
Al igual que en la serie creada por Robert Kirkman, en La Muerte Blanca Adlard tiene que dibujar cómo los protagonistas tratan de sobrevivir en condiciones extremas. Y aunque con un estilo de dibujo diferente al que mostró después en The Walking Dead, lo consigue con creces. Charlie Adlard juega en este cómic con los blancos, los negros y los grises que le dan el carboncillo y la tiza blanca, para crear un escenario hostil que mantiene al lector encogido desde la primera viñeta.
Así pues, La Muerte Blanca es una excelente historia para todos aquellos que se sienten atraídos por el género bélico e histórico. O simplemente para quienes quieran pasar un buen rato con un cómic bien hecho que -eso sí- apenas contiene material extra, pero que permite aprender más sobre un conflicto tan traumático como la Primera Guerra Mundial.
Edición Original:White Death
Editorial: Planeta DeAgostini Comics
Guión: Robbie Morrison
Dibujo: Charlie Adlard
Formato: Cartoné, 104 págs. BN
Precio: 14,95 €