Tres años le bastaron a Frank Miller para consagrarse como el autor más cotizado dentro del comic-book norteamericano. Cuando en 1979 se hizo cargo de la serie Daredevil (primero como dibujante y un año más tarde también como guionista) nadie podía prever que ese chaval desconocido y postacnéico cambiaría la historia de la editorial y… del propio cómic. Su personalísima interpretación de un superhéroe de segunda, gastado y que rozaba lo absurdo, unido a unos planteamientos absolutamente novedosos, convirtieron esta serie en una colección vanguardista, original e indispensable. Ni que decir tiene que él se convirtió en el autor de moda. Y como tal, obtuvo una serie de privilegios. Vayamos por partes. Por esa época estaba algo cansado de los superhéroes, pero sobre todo de los ajustados períodos de entrega que las editoriales imponían a sus autores. La mensualidad de las publicaciones obligaba a cumplir con un número de páginas por lo que, a su parecer, limitaba la creatividad y empujaba a repetir soluciones gráficas y narrativas para cumplir con los plazos. Pues bien, el prestigio alcanzado con Daredevil¸le granjeó no sólo una legión de seguidores y las mejores críticas especializadas, sino que le sirvió para escoger los proyectos y aquello con lo que sueña todo guionista de cómics: olvidarse de trabajar para una serie regular. Pero eso no era todo. Otro de los problemas generados por las prisas y que traían por la calle de la amargura a Frank era la pobre calidad de las impresiones: negros diluidos, torpe separación de colores, mala calidad del papel, etc.
El nuevo proyecto que Miller tenía en mente fue ofrecido primero a Marvel pero éstos rechazarían la propuesta. ‘Casualmente’ pasaba por allí la editora de DC Jenette Kahn que le dio luz verde casi de inmediato, accediendo a publicar esta historia, no sólo acatando sus exigencias creativas, también las técnicas y por si fuera poco, respetando los derechos de autor, algo impensable por la época. De este modo, junto a su colorista habitual (y esposa hasta el 2005) Lynn Varley, explorarían, involucrándose personalmente en el proceso, todas las posibilidades reales de la tecnología de impresión. Cuando en 1984 apareció Ronin, el público se encontró un cómic con una edición impecable, coloreado a mano e impreso en papel brillante de mayor gramaje al habitual. A pesar de lo defectos, que los tenía, por primera vez se atravesaron puertas que nunca antes las grandes compañías de cómic se habían atrevido a cruzar.
En cuanto a la historia, lo cierto es que no es nada del otro mundo, comienza en el Japón feudal del siglo XIV, cuando un joven ronin (samurái sin amo) jura vengar la muerte de su señor a manos de un demonio llamado Agat. Tras una terrible lucha, ambos espíritus quedan atrapados en una katana mágica. Saltamos entonces a 2030 y nos situamos en un Nueva York apocalíptico donde, Aquarius, un complejo biocibernético, crece y se expande por las ruinas de una ciudad desolada. Ambos espíritus logran escapar de la espada y se apropian de otros cuerpos para continuar con su lucha. La historia repite una serie de patrones propios en las epopeyas distópicas como son una ingeniería biológica empleada de forma inapropiada, luchas del pasado que se repiten en el futuro, inteligencia artificial que se va de las manos, escenarios futuros corruptos, submundo mutante, ciberpunk, etc. En cuanto a los temas e iconografías, Miller, continua explotando los que ya usó en Daredevil y se convertirán en marca de la casa en sus siguientes obras: sacrificio, honor y venganza, heroínas de acción, violencia y sangre, bares chungos con tipos duros, simbología religiosa… En definitiva, una obra bastante completa que sin ser brillante, supuso un antes y un después en la historia del comic-book y que, por supuesto, desde aquí os recomendamos.
Edición original:Ronin
Publica: ECC Ediciones
Guión y Dibujo: Frank Miller
Color: Lynn Varley
Formato: Rústica, 312 págs. Color.
Precio: 26 €