El español está lleno de préstamos del latín, del griego, del árabe y hasta de las lenguas cooficiales. "Son la savia de la lengua", dice. El libro descubre historias sorprendentes, como que el término guiri nació en la Primera Guerra Carlista. Los vascos –que tenían dificultades para pronunciar el grupo vocal "cr" al principio de una palabra- llamaban "gristinos" a los partidarios de la Reina María Cristina. De ahí evolucionó a "guiristino" y el final se perdió. "Es curioso, porque nadie se acordaba de ella hasta que aparece guiri para designar al extranjero". También es interesante el origen de capicúa: del catalán "cap i cua", cabeza y cola iguales.
El autor llama la atención sobre el origen de asesino. Le debe mucho a ‘hassasin" que en árabe, significa adicto al cáñamo indio (hachís). Gil recuerda que, en el siglo XI, los seguidores del líder ismailita nizarí Hasan-i Sabbah mataban a sangre fría después de haber ingerido una poción elaborada con cannabis. Explica también que otro tipo de descanso, la siesta, proviene de la palabra latina "sexta". Los romanos dividían las horas de sol en doce. El mediodía era la sexta: el momento de más calor y, por tanto, el mejor para dar una cabezadita. En este relato, las palabras van acompañadas de su historia en el Diccionario de la Real Academia Española, así como de textos antiguos y actuales que ilustran bien la utilización de los términos en las diferentes épocas.
Los cambios fonéticos o sintácticos pueden durar siglos, pero con el léxico el proceso es mucho más rápido tanto si hablamos de su incorporación a la lengua como de su desuso. "Es un volcán en continua ebullición", dice Gil. Se le ocurre, por ejemplo, la palabra mileurista, que acuñó la joven Carolina Alguacil en la carta que escribió al diario El País en el año 2005. Según el autor, este término ha ido cambiando para convertirse en una palabra casi trasnochada. "Ojalá hoy muchos fuesen mileuristas”. Aun así, piensa que es un ejemplo paradigmático: “Se vio cómo triunfó rápidamente porque, al final, es el pueblo quien decide, somos todos los que tenemos voz y voto".
Juan Gil no considera que los políticos descuiden el lenguaje, pero censura la utilización de eufemismos. "El mayor reproche que les haría es que disfrazan las palabras y crean realidades nuevas. Los políticos deberían usar un lenguaje más llano y entendible". En cuanto a los jóvenes, no cree que hablen peor que hace cincuenta años o que utilicen un lenguaje más pobre, pero sí le gustaría que leyeran más. "Entiendo que tienen la televisión, las películas o el móvil. Es un mundo virtual, de imagen, pero deberían leer más, aunque fuese en formato electrónico".