Raúl Zurita, Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana: "Una raza de asesinos condenada a conseguir el paraíso"
“Fueron los poetas los que descendieron a la tibieza de la tierra para recoger los restos de los que murieron, para restaurar las palabras que ellos no alcanzaron a decir”. El poeta chileno Raúl Zurita recuerda en su discurso los estragos de la dictadura de Pinochet y recoge el XXIX Premio Reina Sofía de la mano de la reina emérita.
El jurado de esta edición destacó el compromiso de Raúl Zurita (Santiago de Chile, 1950) con la Historia y con la memoria colectiva. La calidad de una poesía que domina la lengua y que no tiene miedo a enfrentarse al dolor, que está marcada por el “abismo negro” de las torturas y las desapariciones de la dictadura militar que sometió Chile durante 17 años: una apuesta vital y teleológica. Para el jurado “un poeta al que solamente le bastaba el cielo o el desierto para escribir con letras mayúsculas: NI PENA, NI MIEDO”, un ejemplo de poesía como lucha de la palabra, de resistencia y de esperanza. Para el escritor “es demasiado todo lo que no hemos hecho, todo lo que no estamos alcanzando a hacer, todo lo que debimos entregar y que tal vez ya no entreguemos”.
En un desayuno con el autor, nos cuenta como el premio para él es un orgullo y una alegría, al mismo tiempo que lo recibe con pudor y vergüenza. “Siempre tengo esa sensación [...] hay una parte de mi que no se lo merece, pero no se lo merece en tanto que esta humanidad a veces me da la sensación de que se merece tan poco [...] Es como si fuéramos una raza de asesinos condenada a conseguir el paraíso”. Hace alusión a las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, a la agresión al medioambiente y a las vidas que se pierden por minutos en las aguas del mediterráneo. No puede hacer un balance “muy positivo” de lo humano y por tanto, no puede hacerlo del arte. “La tarea de todos no era escribir un poema ni pintar un cuadro, la tarea es hacer de este mundo algo decente. En ese sentido todo arte carga con un gran fracaso”, señala.
"La sociedad delega en los artistas el ejercicio de la libertad"
Raúl Zurita nació en Santiago de Chile, su padre falleció enfermo cuando él apenas tenía dos años y su madre, inmigrante italiana, empezó a trabajar como secretaria para sustentar a la familia. Mientras tanto, el pequeño Zurita se quedaba a cargo de su abuela, una mujer de fuertes raíces italianas que nunca se adaptó a Chile y que en su nostalgia contaba al niño cuentos inspirados en La divina comedia de Dante. Esta se convirtió en la primera obra con la que el escritor miró al mundo y que todavía se mantiene presente en su escritura. Aunque empezó a escribir muy joven, nunca estudió literatura. “Yo nunca pensé en ser un escritor, eso se fue dando. Primero me entusiasmaba, después sentía una cierta facilidad. Finalmente, [...] termine haciéndolo por desesperación frente a lo que estaba sucediendo y ponerle algo, sino me volvía loco. En especial, una resistencia interior”. Zurita se graduó en Ingeniería Civil en Estructuras, la misma época en la que se afilió al partido comunista.
Zurita fue encarcelado por sus ideas políticas durante la dictadura chilena “recuerdo esos años como de miedo, de oscuridad salvaje, años bárbaros donde desaparecía gente”. El poeta vivió en primera persona una de las épocas más duras para su país. A pesar de ello, recuerda momentos en los que conseguía encontrar resquicios de felicidad “porque uno curiosamente en las situaciones más adversas puede ser feliz”. De ello, recuerda “había un grupo de tipos, en los que yo era uno de ellos, [...] no felices, imposible ser feliz, pero por lo menos con entusiasmo iban a cambiarlo todo”. Zurita se mantuvo activo políticamente, llevando a cabo lo que llamaban “acciones de arte, una especie de arte público de resistencia”. Sobre esta época está escribiendo ahora, nos confiesa el autor.
"La verdad que yo nunca pensé en ser un escritor, no lo pensé"
Esos años forjaron al escritor y su obra. “Soy alguien que ha tratado de hacer las cosas, ha tratado de hacer lo que cree que le tocó hacer, porque la tarea de todos no era escribir un poema ni pintar un cuadro, la tarea es hacer de este mundo algo decente”. Zurita ofrece una poesía poderosa, un discurso que busca sentido a la realidad, a los problemas del mundo, que abraza el dolor pero también la belleza que le rodea. “La poesía es una expresión que va emergiendo de los hombres, de las mujeres, de una cierta soledad interior que te arrastra, que tú no sabes muy bien donde te lleva”. Termina el desayuno y Zurita nos explica que no sabe muy bien por qué ha escrito, si para sobreponerse al dolor, a la soledad o por cualquier otro motivo. Lo único que tiene claro es que “es algo que ha sido mi pasión y que sin eso seguramente me habría muerto. Eso, que sin eso me habría muerto”.