El 1 de mayo de 1886, los obreros de Chicago se pusieron en huelga para reclamar la jornada laboral de ocho horas. Ahora, en el año 2023, los titulares sobre la jornada laboral de cuatro días llenan nuestros agregadores de noticias.
A diario nos vemos expuestos a tal raudal de información que hemos desarrollado la capacidad de decidir a una velocidad vertiginosa qué nos importa y qué no. La posibilidad de reducir nuestra jornada nos importa, sí. La explotación laboral en países lejanos al servicio de nuestro consumo, no tanto.
Lamentablemente, las injusticias que no nos afectan directamente parecen haber pasado al compartimento de lo invisible. Sería muy fácil decir que la razón es el egoísmo o la falta de empatía inherentes al ser humano, pero hay quienes piensan que es un mero mecanismo de supervivencia, una especie de inmunidad a los males de la sociedad posmoderna.
Las peores tipologías de trabajo existentes
Según las últimas estimaciones de la Organización Internacional del Trabajo (OIT), 27,6 millones de personas se encontraban en situación de trabajo forzado en 2021, de los cuales más de 3,3 millones son niños. La incidencia de esta lacra ha crecido desde 2016, con la pandemia como punto de inflexión que ha abocado a más personas a una situación de elevada vulnerabilidad ante la explotación.
El trabajo infantil es otra realidad estremecedora de la que apenas hablamos. Según estimaciones de la OIT, 160 millones de niños se encontraban trabajando en 2021 a nivel global, lo que equivale a casi 1 de cada 10 niños del mundo. Casi la mitad de ellos desempeñan trabajos peligrosos que suponen un riesgo para su integridad física y moral.
Más de una cuarta parte de los niños de 5 a 11 años y más de un tercio de los de 12 a 14 años en situación de trabajo infantil no se encuentran escolarizados. En muchos casos, es la propia familia la que incita a los menores a trabajar debido a su situación de pobreza y exclusión social, quedando los niños atrapados en círculos viciosos de pobreza y precariedad durante toda su vida.
Por otra parte, la OIT calcula que un 13 % de los trabajadores mundiales son moderadamente pobres (viven con unos ingresos de entre 1,90 y 3,10 dólares estadounidenses al día) y un 8 % se encuentra en situación de pobreza extrema (viven con menos de 1,90US $ al día). Las implicaciones son demoledoras: en determinadas circunstancias, tener un trabajo no implica la satisfacción de las necesidades básicas del trabajador.
¿Qué nos ha conmocionado desde el último 1 de mayo?
A pesar de la mencionada indiferencia del ciudadano del norte global, en el último año ha habido algunos fogonazos que han iluminado nuestras conciencias.
Durante unos días, las lamentables condiciones laborales que sufren los mineros congoleños, explotados en la extracción de cobalto y otros minerales, fueron noticia a raíz de la viralización de un vídeo. En él, se veía cómo unos trabajadores de una mina de oro rescataban a varios de sus compañeros atrapados en un corrimiento de tierra. El desprecio por la vida de esos trabajadores que las multinacionales que explotan esas minas parecen exhibir generó una gran conmoción. Según cifras de Unicef, en 2014 había 40 000 niños trabajando en el sector minero de cobalto congolés. Amnistía Internacional y Afrewatch denunciaron en 2017 las penosas condiciones en las que estos niños estaban siendo explotados, levantando cargas de entre 20 y 40 kilos en jornadas de hasta 12 horas diarias por las que reciben entre 1 y 2 dólares estadounidenses diarios.
El Mundial de Qatar y su enorme repercusión mediática sirvieron para sacar a la luz las condiciones laborales de los trabajadores migrantes en el país. La kafala es un instrumento que permite institucionalizar la explotación laboral de migrantes en países del Golfo Pérsico, restringiendo su libertad de movimiento y su poder de negociación laboral. Y son precisamente esos trabajadores migrantes quienes llevaron a cabo la construcción de las infraestructuras requeridas para el campeonato de fútbol. Las estimaciones de migrantes fallecidos en esa tarea van desde 6 500 hasta más de 15 000 personas.
La explotación laboral de menores inmigrantes en Estados Unidos ha sido otro de los escándalos del último año en temática laboral. Estos menores llegan al país solos y en una situación de desamparo, de forma que no tienen otra alternativa que renunciar a la escolarización para realizar actividades laborales. Además, a menudo suelen acabar desempeñando labores peligrosas en industrias como la cárnica, la de la construcción o la maderera, en muchos casos empleados en la economía informal, pero en muchos otros dentro de la cadena de valor de importantes multinacionales.
Inframileurismo y temporeros inmigrantes
El fantasma de la precariedad planea sobre nosotros bajo formas distintas. Muchos colectivos sufren en nuestro país una situación laboral muy alejada de lo que debería ser un empleo de calidad.
El inframileurismo es un fenómeno que en 2021 afectó a más de tres millones de trabajadores en España, según los datos del Decil de Salarios del Empleo Principal publicados por el INE. Estamos hablando de trabajadores con salarios inferiores a los mil euros brutos mensuales, principalmente por parcialidad indeseada o por tratarse de inmigrantes en situación irregular que no se benefician de la legislación correspondiente al ingreso mínimo.
La precariedad en España es también una cuestión de género. El INE apunta a que, en 2021, el 40,5 % de las mujeres tuvo un salario bruto inferior a 1 366,5 euros, frente al 20,2 % de los hombres. Así, la proporción de mujeres que trabajan a tiempo parcial, con contratos temporales y en ramas de actividad menos remuneradas, es mayor que la de hombres.
Uno de los casos más dramáticos de precariedad es el de los temporeros inmigrantes, los cuales suelen encontrarse en una situación laboral nefasta. Sus condiciones laborales contemplan jornadas maratonianas, sin ningún tipo de seguro ni regularización, con salarios de subsistencia y unas condiciones habitacionales que resultan igualmente descorazonadoras.
En 2022 fueron noticia por la desarticulación de una banda criminal que los explotaba en condiciones de esclavitud en el sector agrícola español. Sin embargo, su vulnerabilidad sigue sin abordarse abiertamente en la agenda política a pesar de ser trabajadores que realizan tareas esenciales para nuestra economía.
¿Tenemos motivos para celebrar el 1 de mayo?
El 1 de mayo es, sin duda, un día de celebración para todos aquellos trabajadores que gozan de unas condiciones laborales dignas y de un empleo de calidad. Para otros muchos, es un día más al servicio de un sistema económico que no respeta los derechos humanos más básicos. Por ello debería ser una fecha para la reflexión, en la que tomemos conciencia de las carencias del sistema y de la necesidad de alzar la voz ante las injusticias sociales.
En palabras de Ernesto Che Guevara, “no creo que seamos parientes muy cercanos, pero si usted es capaz de temblar de indignación cada vez que se comete una injusticia en el mundo, somos compañeros, que es más importante”.
Hagamos de ese compañerismo una realidad dedicando este 1 de mayo a la toma de conciencia, la empatía y la acción.
Ángela García-Alaminos, Investigadora posdoctoral, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.