¿Cómo puede un candidato perder por tres millones de votos y aún así salir elegido presidente del país más poderoso de la Tierra? Eso le sucedió a Trump en 2016, a quien su oponente, Hillary Clinton, superó por una escandalosa diferencia en votos. La respuesta: el colegio electoral, una institución arcaica, anclada en la esclavitud y que ha resistido todos los intentos de reforma, el más serio en los años setenta. Su impacto es tan decisivo que, a pesar de que el Partido Demócrata ganó el voto popular en seis de las últimas siete elecciones solo escogió a dos presidentes (Clinton y Obama).
Si el 3 de noviembre Donald Trump y Joe Biden se repartieran cada uno el 50% de los votos, el candidato republicano tendría un 65% de probabilidades de salir elegido. Es más, según algunas combinaciones, Biden podría obtener hasta cuatro millones más de votos y, aun así, perder las elecciones. Poco importa que lidere en las encuestas entre 9 y 11 puntos a pocos días de las elecciones.
En EEUU, el presidente no se escoge por votación popular, sino mediante un sistema de sufragio indirecto. Cada estado tiene asignado un número de votos electorales, y el ganador se los lleva todos, lo que se conoce como el principio "winner takes all". Los candidatos van sumando compromisarios en los diferentes estados hasta alcanzar los 270 que garantizan llegar a la Casa Blanca. Pequeñas diferencias porcentuales, como el 0,7% de los sufragios que dieron la victoria a Trump en Pensilvania en 2016, tienen un peso desproporcionado.
El sistema de colegio electoral hará que Trump y Biden concentren su actividad en los llamados “battleground states” o “swing states”, cuyo peso en compromisarios los convierte en decisivos. Descuidar esta docena de estados puede costarles la presidencia. Florida, Iowa, Ohio, Georgia, Carolina del Norte, Michigan, Minnesota, Pensilvania, Wisconsin, Arizona, Nevada y, debido a los cambios demográficos, Texas, serán imprescindibles el 3 de noviembre para saber si Trump es reelegido o no.
En las últimas semanas de campaña, los candidatos no aparecen por los estados con poco peso electoral y que en la inmensa mayoría de los casos ya se sabe si votarán demócrata o republicano. De esta docena, habrá que estar muy atentos a Wisconsin, Michigan, Pensilvania y, por supuesto, Florida, estados en los que Hillary Clinton perdió por un estrecho margen en las pasadas elecciones y cuya recuperación se antoja vital para las aspiraciones de Biden.
El origen del sistema
La institución del colegio electoral proviene del llamado compromiso de los tres quintos, alcanzado con los estados del Sur, esclavistas. Al estar en minoría pusieron precio para formar parte de los nacientes EEUU: los esclavos contarían como tres quintos de una persona, aunque no votaran, a la hora de asignar el número de escaños en el Congreso. De esta forma, se aseguraron un 42% más de representación de lo que les correspondía. La idea de elegir el presidente mediante voto popular, esto es, un hombre, un voto, fue rechazada. El colegio electoral fue una solución de compromiso que, aunque no está consagrado en la Constitución, ha perdurado a pesar de estar fuertemente contestado.
Como afirma Wilfred Codrington III, profesor de la Universidad de Derecho de Brooklyn, en el New York Times, el sistema de colegio electoral actual tiene un impacto negativo en los votantes negros, que votan casi en exclusiva al partido demócrata, diluyendo su poder político. En cinco de los seis estados cuya población negra supera el 25%, el partido republicano vence con regularidad. En tres de estos estados, el partido demócrata no ha conseguido ganar el colegio electoral en los últimos 40 años. De esta manera, millones de votos quedan sistemáticamente silenciados, perdiendo además todo incentivo para acudir a las urnas.
La disfuncionalidad del colegio electoral ha sido siempre una fuente de controversia, al ser percibido como injusto. El intento que más cerca estuvo de tener éxito y conseguir su abolición se produjo en 1969, cuando el Congreso de los EEUU votó mayoritariamente, más de 300 síes, para acabar con él. Sin embargo, cuando la enmienda a la Constitución llegó al Senado, gracias a los esfuerzos del senador por Indiana, Birch Bayh, la iniciativa fue torpedeada por varios senadores, entre ellos el segregacionista Strom Thurmond. Fue otro senador de Alabama, James Allen, quien descontento por la Ley de Derecho al Voto de 1968, que acababa con la supresión del voto negro quien escribió “el colegio electoral es una de las pocas salvaguardas políticas del Sur. Mantengamosla”.
La permanencia de un sistema electoral arcaico que no hace valer el principio de un hombre, un voto está considerada como una bomba de relojería situada en el mismo corazón de la democracia estadounidense. El colegio electoral favorece cada vez más a la minoría blanca ultraconservadora, a pesar de la pérdida de peso demográfico. De no aceptar Trump los resultados de las elecciones, algo a lo que no se ha comprometido públicamente, podría ser el Tribunal Supremo con mayoría de seis jueces conservadores sobre nueve (tres de ellos escogidos por el propio Trump), quien escogiera el próximo presidente de los EEUU. Algo así sucedió en el 2000 cuando la decisión del Tribunal Supremo de parar el recuento en Florida pudo suponer la victoria a George W. Bush frente a Al Gore.