Estas elecciones se han convertido en una guerra de sexos, con las mujeres hispanas y afroamericanas, y cada vez más blancas, apoyando a Kamala Harris y Donald Trump con su mensaje híper masculino arengando a los hombres maduros, blancos y también negros y latinos, y buscando el apoyo de los más jóvenes universitarios para gobernar como el padre que castiga a sus hijas por llegar tarde a casa y esconderle lo que hacen con sus novios y con sus amigas y amigos. Por eso las quiere proteger, quieran ellas o no.
El votante de Trump es un hombre blanco, sin educación universitaria, maduro, mayor de 50 años, amante de su Chevy pickup y de sus cervezas Budwaiser. Que tiene su pistola en casa o 10, el número es lo de menos, toma vacaciones en Méjico con su chica, no entiende que haya baños de hombres en los que entran mujeres, ni atletas transgénero jugando deportes con compañeras, tiene una cuenta secreta en OlyFans y desconfía de los políticos. Y le gusta el republicano porque vive en el mundo real, del ojo por ojo y diente por diente, y no se casa con nadie.
Son los working-class voters, los trabajadores que votaron a Bill Clinton y a Barack Obama, millones de ellos sindicalistas en lugares tan importantes como Wisconsin, Michigan y Pennsylvania, y que ahora son el ejército más fiel del movimiento-culto del Make America Great Again. Y que quisiera tener los músculos, aunque ya marchitos, del antiguo luchador Hulk Hogan.
Este año uno de cada cuatro hombres afroamericanos mayores de 50 años votará por Trump porque opina que durante tres de sus cuatro años en la Casa Blanca, el cuarto fue el de la Covid y no cuenta, la economía fue buena y ellos vivieron mejor.
El ex presidente espera que muchos de ellos voten por él o que se queden en casa sin votar porque no confían en Harris. Sus números entre los hombres hispanos son todavía mejores y según una encuesta de GenForward el 44 por 100 de los varones latinos está al lado del antiguo empresario inmobiliario. “Amo a los latinos, su espíritu empresarial. Necesito vuestro voto para mi currículo. ¿Cómo queréis que os llame? En el Este se os llama hispanos y en el Oeste latinos. Me gustan los latinos, tan calientes que son. En ocasiones demasiado calientes”, ha comentado.
Este año 44 millones de votantes, hombres y mujeres, de la generación Z, los que tienen entre 18 a 29 años, tienen derecho a votar y el aspirante republicano cree que millones de ellos votarán por vez primera en sus vidas por él. Por eso ha pasado tres horas con el popular podcaster Joe Rogan que tiene en Spotify 14 millones de seguidores, las mayoría hombres jóvenes y su entrevista con Trump en YouTube ha sido vista más de 30 millones de veces.
El ganador de las presidenciales del martes será, sin embargo, el que convenza más a las mujeres blancas, que suponen el 30 por 100 del electorado y las que más votan. En el año 2016, Trump ganó el 47 por 100 de su voto por encima del 45 por 100 de Hillary Clinton. Y en el 2020 el ex presidente recibió el voto del 53 por 100 de ellas por el 46 para Joe Biden.
Hace ocho años, el estudio post mortem, el análisis final de las razones que impidieron que la primera mujer llegara a la presidencia, concluyó que la hermandad femenina, blancas que votaron por una blanca, no existió porque la señora Clinton caía mal de igual manera a hombres y mujeres que no se atrevieron a que hiciera añicos, con su voto, el techo de cristal más difícil de romper: el del 1600 de Pennsylvania Avenue.
Hoy Harris cree que con el apoyo que ya tiene asegurado entre las afroamericanas y las latinas y el de las blancas será el 20 de enero próximo la presidenta. Los demócratas están tan convencidos de que las mujeres serán las que lleven a su cabeza de lista a la Casa Blanca que invitan a las republicanas a engañar a sus maridos trumpistas y detrás de la cortina, cuando voten en secreto, tomen una decisión monumental: que coloquen por vez primera en 248 años de historia de la nación a una mujer, negra y con sangre de la India, en la presidencia.
“Nadie sabrá que lo has hecho, será un secreto que no tienes que compartir con nadie y estoy convencida de que millones de mujeres republicanas lo harán”, afirma Liz Cheney, la ex congresista republicana a la que Trump odia con todas sus fuerzas. A favor de la vicepresidenta está que estas elecciones son las primeras después de la decisión, en junio del 2022, del Tribunal Supremo de terminar con el derecho al aborto después de medio siglo.
Trump, que ha presumido de nombrar a tres jueces supremos al máximo tribunal, mantiene, falsamente, que todo el mundo quería eso y que sean los estados los que decidan. Harris se opone rotundamente, advierte que sus rival quiere instaurar una prohibición total del aborto en todo el país y recuerda que “esto no es una cuestión de fe, religiosa. Ni el gobierno, ni los gobernadores, ni los legisladores estatales, ni los hombres que rodean a una mujer tienen derecho alguno a decidir que hacen con su cuerpo. Esa es una decisión nuestra y solo nuestra”, reclama.
Michelle Obama habla también de otro techo de cristal difícil de romper. Ese doble estándar que existe entre Harris y Trump. “Ella tiene que estar siempre perfecta, tener la respuesta adecuada a cada pregunta, expresar sus opiniones sobre cualquier asunto son titubear y demostrando que sabe lo que hace y lo que dice. De él, sin embargo, no se espera nada. Puede divagar, perder el hilo en sus discurso, insultar y decir cualquier barbaridad y se le perdona todo porque todos sabemos ya como es”.
Harris llega al día más importante de su carrera política con una carcajada. Esa que tanto saca a Trump de sus casillas y dice que es de una loca. Su sketch esta madrugada en el programa cómico Saturday Night Live, junto a la actriz Maya Rudolph, es una demostración final de que su campaña presidencial termina con una sonrisa que pasará a ser una carcajada que dará la vuelta al mundo si gana las elecciones presidenciales el martes.