La candidata a la reelección, Theresa May, que ya ha votado en un colegio de Berkshire, nunca ha abandonado el liderazgo en las encuestas, pero los más de veinte puntos de ventaja que disfrutaba sobre el laborismo al inicio de la carrera, hace tan solo siete semanas, se han reducido hasta el punto de poner en duda si logrará ampliar la mayoría de 17 diputados que defiende en Westminster.
Una campaña cuestionable, el impacto de dos atentados terroristas y la entrada en escena de su pasado como titular de Interior, un departamento desde el que redujo en 19.000 el número de efectivos policiales, han dejado muy tocada a una primera ministra que se había animado al adelanto electoral para ampliar su margen de maniobra para el Brexit.
Para completar el cuadro, su rival laborista, Jeremy Corbyn, que también ha votado, sorprendió a su propio partido con una evolución que parece haber sofocado los temores de una aniquilación electoral de la izquierda británica. Todo ello, a pesar de su retorno a las esencias más puras del socialismo con una propuesta por una sociedad más igualitaria y un modelo de más gasto, más impuestos y más Estado.
En consecuencia, aunque la votación se disputa en clave de Brexit, lo que está en juego este jueves va más allá del futuro fuera de la UE y atañe al modelo de país que los británicos quieren promover para afianzar su lugar en el mundo. La dialéctica planteada por los partidos llamados a repartirse el poder abandona las desdibujadas líneas de las apelaciones al centro político y plantea dos propuestas casi contrapuestas.