Madrid |
El 7 de diciembre de 1987 Mijail Gorbachov y su esposa Raisa aterrizaban en Washington, recibidos casi como estrellas de Rock. El impulsor de la perestroika, le había puesto cara amable a la Unión Soviética. El enemigo rojo estaba a punto de dejar de serlo. De ser enemigo y de ser rojo. Faltaban todavía cuatro años para la disolución total de la URSS pero apenas unas horas para que en el ala Este de la Casa Blanca se suscribiera el principio del fin de la Guerra fría
"Hemos convertido en realidad esta decisión imposible", sentenciaba Ronald Reagan. Las superpotencias que en varias ocasiones habían asistido con pavor a cómo el teléfono rojo se ponía incandescente, decidían aquel día de hace casi 32 años, poner coto a los misiles con alcance de hasta 5.500 kilómetros, misiles susceptibles de cargar una cabeza nuclear.
Este viernes, los varios volúmenes del Tratado se han desgajado. Era una muerte anunciada desde octubre. Para lo bueno y para lo malo, Donald Trump va de frente y en esta ocasión la OTAN en pleno, camina a su lado. Jens Stoltenberg, secretario general de la Alianza Atlántica.
La OTAN, no obstante, descarta contribuir a la escalada nuclear. Los aliados anuncian que de fortalecer su defensa solo lo harían con armas convencionales. Rusia, por su parte siempre ha negado que violara al acuerdo, al contrario, ha estado acusando a Estados Unidos de desplegar un sistema antimisiles en Europa que pueden ser reutilizados para atacar.
En el día 1 de la nueva era, Moscú asegura que Washington pone en peligro el sistema mundial de control de armamento. No es del todo cierto, Trump quiere un nuevo tratado, pero con todos, China incluida.