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Un año de guerra en Ucrania
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Un año de guerra en Ucrania
Madrid | 24.02.2023 05:04
Amar sin palabras.
Hace ya un año que millones de vidas quedaron truncadas con el comienzo de la guerra en Ucrania, cuando el 24 de febrero de 2022, las tropas rusas invadieron el territorio vecino. Se trataba de un conflicto que el presidente de Rusia, Vladimir Putin, esperaba que durase apenas unas semanas. Sin embargo, se ha extendido en el tiempo gracias a la gran resistencia que está mostrando el ejército ucraniano al que se han sumado miles de civiles.
Esta guerra no solo está dejando centenares de muertos y heridos, sino también millones de personas han tenido que abandonar sus casas, ciudades e, incluso, refugiarse en otro país para poder conservar sus vidas. Las imágenes de las familias rotas se han grabado en las retinas de aquellos que nunca habíamos vivido una guerra tan de cerca, pero también hemos podido comprobar cómo el dolor ajeno saca lo mejor de los corazones, ese ímpetu intrínseco que tenemos todos de cuidar y dar al prójimo y que en muchas ocasiones se ahoga en nuestro propio egoísmo.
"Decís vosotros que los tiempos son malos, sed mejores vosotros y los tiempos serán mejores: vosotros sois el tiempo", afirmó San Agustín. Esto es lo que ciudadanos de todo el mundo han estado haciendo durante este último año, cuando no dudaron ni un solo segundo en ayudar a los ucranianos que se enfrentaban a un futuro incierto, enviando comida, ropa, dinero y otros materiales necesarios; trasladándose con sus coches para sacarles de allí o acogiéndolos en sus casas.
Uno de estos ejemplos es María Morollón, una joven profesora de 30 años y de la que puedo decir con orgullo que es una de mis mejores amigas. Por aquel entonces estaba viviendo en Frankfurt, Alemania, dando clases en un colegio a niños de infantil. Cada tarde, al salir de la escuela, se acercaba hasta un hotel que había cerrado por el Covid-19 en el que estaban acogidos cientos de refugiados.
Al principio, le costó ganarse la confianza de los padres, habían sufrido mucho y llevaban días sin salir de aquel hotel. Ellos no hablaban inglés, alemán ni español y, por supuesto, ella tampoco ucraniano, por lo que la comunicación era bastante complicada.
Su intención era aliviar, aunque fuese por un rato, la angustia y el dolor que vivían esos niños llevándoselos al parque para jugar con ellos o haciendo excursiones. Primero puso un cartel, pero no obtuvo ningún éxito, cuando llegó no había ni una sola persona esperando para salir con ella.
Después, intentó convencer a las madres, todas ellas le ponían pegas. La negativa era entendible en el contexto en el que se encontraban. Seguían sintiendo el miedo de la guerra y la necesidad de proteger a sus pequeños de cualquier mal.
Un corazón inquieto nunca se rinde
Pero, un corazón inquieto nunca se rinde y lejos de darse por vencida, María insistió hasta encontrar a una niña que sí hablaba inglés. La pequeña tradujo su mensaje al ucraniano para que los demás niños lo entendiesen y estos no tardaron en convencer a sus padres para que les dejasen salir a jugar.
Los dos primeros días los padres acompañaron a sus hijos a estas escapadas y, el tercero, María ya se había ganado su confianza. Tanto fue así que prácticamente se convirtió en un miembro más de esas familias, cenaba con ellos e, incluso, hacía fiestas pijama con los niños en su casa.
Sin embargo, lo extraordinario de esta historia es cómo sin poder entenderse, Maríaconsiguió explicar los juegos a los refugiados y a los que otros voluntarios se fueron apuntando poco a poco. Cómo los ojos de los niños, emocionados al verla, transmitían más que cualquier novela.
Nunca antes tuvo tanto sentido el dicho "una mirada dice más que mil palabras", pues los niños estaban felices. Habían vuelto a sonreír, divertirse y soñar como cuando estaban en casa. Caminaban por las calles de Frankfurt agarrados a las manos de María y contándole sus historias con tanta pasión como solo lo puede hacer un niño. Obviamente ella no entendía nada de ucraniano, pero cada una de las palabras que salían de sus bocas iban directas a su corazón.
Tanto impacto causó María en estas familias, que una de las refugiadas estaba embarazada cuando escaparon de Ucrania puso a su hija el nombre de María en su honor.
Ese mismo abril, María se propuso otro nuevo objetivo: devolver la "normalidad" a la vida de estos pequeños. Empezó a buscar colegios en Frankfurt donde admitiesen a estos niños aunque no fue una tarea fácil. Para lograrlo, se recorrió durante semanas varios centros en los que tuviesen plaza para los refugiados y luego ayudó a los padres a rellenar la documentación necesaria que les permitiría acercar de nuevo a sus hijos a la educación. Unos 50 consiguieron plaza.
Llamamos "angelitos" a aquellas personas que se han cruzado en nuestras vidas para hacérnosla mejor. Pues sin duda alguna, María se ha convertido en uno para estos niños que huyeron de su país escapando de la guerra de la que hoy se cumple un año.