Un mes y medio después de la caída de Bashar Al Assad y la liberación de miles de presos en Sednaya, hoy nadie custodia la entrada a la llamada “la cárcel de los horrores” o “el matadero humano”.
La prisión era prácticamente un campo de exterminio, donde las palizas formaban parte del comité de bienvenida como nos cuenta Majda Hamdan, que pasó los peores momentos de su vida en la cárcel de Sednaya antes de ser trasladado a la prisión de Al Jatib.
Las torturas formaban parte del comité de bienvenida de Sednaya
“Nos trataban peor que a los animales, por eso le llamaban el matadero humano. La gente que trabajaba aquí no tenía ni sentimientos ni corazón”, asegura el ex reo.
En lo alto de una colina, a poco más de 30 kilómetros de Damasco, encontramos tres plantas de hormigón prácticamente sin ventanas. Dos edificios principales con capacidad para albergar entre 10.000 y 20.000 detenidos, forman una enorme mole en medio de la más absoluta nada. Allí las torturas eran habituales: electrocuciones y violaciones, pero había más fórmulas. “Me torturaban, me metieron en una rueda de un camión y empezaron a jugar conmigo, pero con maltrato”, lamenta este joven sirio.
Hay celdas con capacidad para cinco o seis personas que albergaban más de una treintena de reos sin medidas higiénicas de ningún tipo. Y en las celdas grupales vivían hacinadas hasta 70 personas. Celdas en las que se paró el reloj a mediados de diciembre: allí quedan las mantas, la ropa, la comida podrida e incluso algunas prótesis de piernas abandonadas.
Les obligaban a meter en bolsas la sangre de sus compañeros
Los prisioneros tenían que llevar día y noche los ojos vendados porque si cruzaban su mirada con la de algún carcelero, sin mediar palabra los mataban. “Tienes que taparte los ojos porque si ellos ven que les has visto la cara, termina tu vida”, confiesa Majda. “No es que los sirios no supieran lo que ocurría en esta prisión, es que la mayoría no quería enterarse”. Pero una de las cosas que más temían, nos confiesa Majda -este joven ahora refugiado en España- era cuando es tocaba limpiar la sangre de sus compañeros.
“Los soldados cogen a gente como nosotros para limpiar las salas donde mataban a nuestros compañeros. Limpiamos un palmo de sangre en una habitación de 50 metros cuadrados. Me tocaba vaciar las habitaciones de sangre y meterlo todo en bolsas”, recuerda con lágrimas en los ojos.
Los carceleros les partían el cuello con sus propias manos
Amnistía Internacional ha desvelado además que los ahorcamientos en la cárcel de Sednaya se llevaban a cabo uno o dos veces por semana, siempre de madrugada. Y si este método fallaba, los guardias se encargaban de partirles el cuello con sus propias manos.
Se calcula que unos 30.000 presos políticos desde 2011 habrían muerto ejecutados, a causa de las torturas, la falta de atención sanitaria o el hambre. Y casi la mitad de ellos eran civiles, como lamenta otro sirio, Kamil. “La guerra es mala, en la guerra todo el mundo pierde. Si hay un conflicto es como si hay un conflicto en la pareja. Las víctimas son los niños y ahora las víctimas somos el pueblo”. “Dos hermanos míos han muerto”.
150.000 sirios permanecen desaparecidos en todo el país
En Sednaya los familiares ya no buscan a sus seres queridos porque a estas alturas han perdido la esperanza, pero algunos -como Mohamed y su hermana- no tiran la toalla después de seis años sin noticias de su padre.
En las fosas comunes de esta cárcel -que se ha convertido en símbolo de la represión de Bashar Al Assad- las nuevas autoridades sirias han desenterrado ya decenas de cadáveres, mientras que otros han aparecido emparedados o abandonados en las oscuras salas de tortura. Y los que han tenido más suerte, los supervivientes como Majda, esperan poder pasar página tras el peor episodio de la historia de Siria.