Por la primera, Isla Guisante, pagó casi un millón de euros. Por la segunda, Isla de Columbia, cerca de medio millón. Se puso como reto reformar ambas y en el camino de la restauración se gastó 7 millones 90.000 euros. Paredes de hormigón resistentes al agua; paneles solares con sistema para los días nublados; puertas de metal grueso (a prueba de explosiones); incluso paisajismo (tiene allí plantados moras y cerezos).
Pero pasó allí una noche y se cansó. Hizo todo esto para alcanzar el nirvana, para relajarse, pero no lo consiguió: No pudo quitarse de la cabeza cuánto dinero se había gastado y aquello no era ni el Caribe ni el Pacífico, con sus aguas cristalinas y esa arena ideal. Con una noche tuvo suficiente. Ahora las vende por casi 12 millones de euros.