A Donald Trump le quedan poco más de diez días para abandonar la Casa Blanca y dejar la residencia oficial del presidente de los Estados Unidos a Joe Biden, cerrando así los que posiblemente han sido los cuatro años más extravagantes en la mansión de la avenida Pensilvania de Washington.
El asalto al Capitolio por parte de los seguidores de Trump, para intentar evitar la certificación de los votos electorales que daban la victoria definitiva en las elecciones a Biden, ha sido la última guinda impulsada por del magnate-presidente.
Ha sido la última… ¿o no? Porque en los últimos días, entre bromas y veras, hay quien señala un peligro aún mayor y que se encuentra siempre a pocos, muy pocos metros del presidente de los Estados Unidos de América: el botón nuclear. ¿Podría tener Donald Trump en sus últimos días en la Casa Blanca un nuevo gesto de enajenación, presionarlo y provocar una desestabilización sin precedentes a nivel mundial?
La respuesta es bastante sencilla de responder. No, no podría, porque, en realidad, no es rojo... y ni siquiera existe. Se trata de una simple metáfora, una forma de referirse a un proceso bastante más complejo, aunque con las mismas consecuencias.
¿Qué es el botón rojo nuclear?
En realidad, cuando se habla de botón rojo nuclear, se hace referencia a un complejo, aunque rápido y eficaz, conjunto de protocolos y tecnologías que permitirían en determinados casos al presidente de Estados Unidos activar un ataque nuclear desde silos de misiles o desde submarinos.
Es cierto que la única persona que puede activar esos protocolos para desencadenar el lanzamiento de misiles es el presidente, en tanto que comandante en jefe de la Fuerzas Armadas. Sin embargo, para que las mortíferas armas salgan de sus tumbas es preciso que participen un gran número de personas y un complejo sistema de comunicación, claves y tecnologías.
Supongamos que Trump se vuelve loco y decide emprender un ataque contra Corea del Norte, China o España. Lo primero que tendría que hacer es reunirse con sus asesores militares, que tienen capacidad para opinar, pero no para decidir. La decisión es única y exclusivamente del presidente.
Los asesores militares podrían en cualquier caso intentar seducir a Trump de sus intenciones. Pero ¿qué pasa si la decisión está tomada? En este caso, el presidente daría la orden al Comando Estratégico del Pentágono, ante quien se identificaría a través de una tarjeta de códigos.
Trump -y antes sus predecesores- lleva siempre encima esta tarjeta, conocida coloquialmente como ‘la galleta’ y que permite que los mandos del Pentágono se cercioren de que quien está dando la orden de ataque es con toda certeza el comandante en jefe. Es algo similar a lo que ocurre cuando cualquier ciudadano llama al teléfono de atención al cliente de su banco.
Estos códigos de verificación, unidos al canal a través del que se ordena la acción bélica (comunicación exclusivas y codificadas), permite garantizar que no se trata de un bromista desde un teléfono oculto… o un hacker informático, por ejemplo.
Una vez confirmada la veracidad de la orden, el pentágono está en disposición de lanzar el ataque, que podría tardar no más de 10 minutos en iniciarse, mandando la destrucción sobre Corea del Norte, China o España.
El maletín negro
En caso de que el ataque de locura le pillara a Trump jugando al golf en alguno de sus resorts, siempre podría contar con el maletín negro, una maleta blindada que siempre sin excepción acompaña al presidente de los Estados Unidos siempre que está fuera de la Casa Blanca.
Este maletín negro contiene todos los protocolos, tarjetas de identificación e instrucciones precisas que permitirían ordenar el ataque nuclear entre hoyo y hoyo.
Pero podemos estar tranquilos, la orden de Donald Trump de bombardear con armamento nuclear cualquier país podría no ser ejecutada por el mando militar si la consideran ilegal; y, dado el escenario planteado, parece poco factible que el todavía presidente pueda pulsar el metafóricamente llamado ‘botón rojo nuclear’.