¿Y los Trumps de Europa?
No hace falta haber vivido varias vidas para reconocer los signos de que algo está pasando. Conviene recordarlo tras la victoria de Trump, pero los signos ya eran evidentes aquí en casa hace más un año, hace un mes, o la semana pasada.
El más claro es el Brexit, callejón sin salida provocado por razones de política interna y décadas de demagogia británica antieuropea. Pero antes estuvo ese referéndum que Syriza organizó en Grecia contra sí misma, que luego ni siquiera respetó. Los ejemplos son múltiples. Lo que a mí me llama la atención son las pequeñas reacciones a todo esto de los responsables políticos que gestionan estas cosas. Son pequeñitos granitos de arena que se suben a la espalda unos de otros hasta formar una montaña llamada desconexión con el ciudadano europeo.
Los partidos tradicionales de centro izquierda y centro derecha están perdiendo poco a poco la batalla del relato. Esta es una debilidad peligrosa tras una década de crisis empobrecedora, de creciente insolidaridad entre estados por culpa de la inmigración, de repliegue ante el terrorismo islamista, de crecimiento de la ultraderecha y el euroescepticismo.
Tsunami populista
La mayor victoria de los populistas es que los temas que entonces se vinculaban casi exclusivamente con los extremos, ahora son parte de la discusión política general. Cuestionar la inmigración, la integración, el euro, la UE y las clases dirigentes es algo socialmente aceptado. Y una vez planteado el debate en sus propios términos, saben cómo ganar electores.
En Austria el populismo demuestra con resultados “que sí se puede”. El siguiente intento le corresponde a la francesa Marine Le Pen. No está lejos de ganar con su Frente Nacional (FN) las presidenciales del año que viene. ¿Qué pasaría con el proyecto europeo si en París gobierna un partido que promete recuperar las fronteras y sacar a Francia el euro?
Igual que en Francia, en Holanda, otra ultraderecha ve el poder al alcance de la mano. De celebrarse hoy elecciones, el Partido de la Libertad (PVV), liderado por el xenófobo Geert Wilders, sería la formación política más votada.
En otros países ya está en el poder, aunque sea en coalición, incluidas las tan alabadas democracias escandinavas. La política de Dinamarca está marcada por el Partido Popular Danés, que ha logrado imponer parte de su agenda dando apoyo a un gobierno con las reglas de inmigración probablemente más severas de Europa.
En Finlandia, las encuestas demuestran que el Partido de los Finlandeses, es uno de los más apreciados por los electores. Nacionalistas xenófobos, forman parte de la coalición del Gobierno desde el año pasado.
En Grecia Amanecer Dorado, de carácter racista y xenófobo, ha crecido a la sombra de los rescates. En Polonia el gobierno está en manos del Partido de la Ley y el Orden (PIS), que desafía abiertamente los principios de la UE. En Budapest gobierna con holgura el gobierno autoritario de derechas de Viktor Orban, que fue expedientado por la Comisión por su reforma constitucional y de la ley de medios. Orban es de todas formas menos radical que el Jobbik, el «Movimiento para una Hungría mejor», que puede ganar las próximas elecciones.
En Alemania las brasas neonazis están resurgiendo. Con sólo tres años de existencia el nuevo partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) gana cada día más apoyo entre el electorado democristiano y socialdemócrata y se prepara para entrar en el parlamento federal el próximo año. Hace poco una encuesta Deutschlandtrend (Tendencia de Alemania) del canal público de televisión ARD, señalaba que su intención de voto está ya en el 15 por ciento, y sigue acercándose sigilosamente a los socialdemócratas. El antieuropeísmo defendido por la AfD está calando con tanta fuerza que nadie sabe qué puede pasar en las legislativas de 2017.
En Alemania de todas formas la situación no es tan grave como en Francia. Pero es significativo que la ultraderecha vuelva a surgir en un país que ha vivido décadas vacunado contra sus propios demonios gracias al trauma de la derrota tras la Segunda Guerra Mundial y a su compromiso inquebrantable con el proyecto europeo.
También la izquierda gana votos con el populismo (Syriza, Podemos…). El populismo británico se llama euroescepticismo. Dicho esto, el partido neo-nazi Amanecer Dorado de Grecia, por ejemplo, no puede ser ubicado en el mismo cajón.
Suele decirse que los populistas se hacen hueco a codazos con soluciones simples a problemas complejos. Pero da la impresión que ahora los responsables públicos también dan respuestas simples a problemas complejos. ¿Cómo salvar a Europa? “Con más Europa”, responderá intuitivamente a esta pregunta cualquier político europeo en Bruselas. ¿Y cómo hacemos más Europa? La única reacción visible parece ser esperar a ver si vuelve el buen ciclo económico y se resuelve todo.
Se comunica en general mal, con eslóganes prefabricados o datos deshilvanados, y no se va más allá escudándose en la supuesta complejidad de algunos asuntos. Pero en la era de Internet, cuando todo el mundo dispone de una bola de cristal llamada Google, sería demasiado fácil impedir que electores adultos no busquen su propia información, y acaben formando opiniones basadas en los que sí hacen todo lo posible por “conquistar sus corazones”.
Ante la incapacidad de los partidos tradicionales para enhebrar otra respuesta, no sería descabellado que en el futuro veamos una lluvia de referéndums para salir del paso. Un referéndum siempre permite justificar decisiones difíciles como si fueran ajenas, y garantiza popularidad. Además, son un método perfecto para arrancar concesiones sobre temas variados. Se puede votar sobre la pertenencia al euro, la pertenencia misma a la UE, o asuntos como el Acuerdo de Libre Comercio con EEUU. Los países del norte podrían utilizarlos para preservar su bienestar respecto al sur. En el ambiente político actual, cualquier tentativa de modificar el marco jurídico del bloque favorecería una avalancha de referéndums en todo el continente.
En un contexto de creciente nacionalismo y miedo a la globalización, los utilizarán tanto los partidos tradicionales –para asegurarse el apoyo popular que están perdiendo- como los euroescépticos. Los ultraderechistas austriacos quieren que su país sea gobernado a base de referéndums, como Suiza. Y el Frente Nacional de Francia ha prometido celebrar una votación sobre la adhesión del país a la UE si gana las elecciones presidenciales del 2017. También el movimiento político 5 Estrellas italiano, dijo que celebraría un referéndum sobre el ingreso del país en la zona del euro si es elegido.
Estos referéndums serían la forma más rápida de detener la Unión Europea.
Desconexión
No voy a analizar aquí el porqué, requiere otro artículo. Pero insisto en que hay múltiples signos de que la política tradicional no ha captado el signo de los tiempos.
Recordarán que hace poco Valonia, esa región belga que no llega a los 4 millones de habitantes, bloqueó un Acuerdo de Libre comercio (CETA) pensado para 550 millones. Cuando por fin se pudo firmar el Tratado de Libre Comercio con Canadá, le preguntaron al Presidente de la Comisión Europea por los manifestantes que estaban fuera del edificio y se limitó a responder lacónico: “Yo no critico a los que siempre critican”.
Cuando Valonia bloqueó el CETA lo hizo con el objetivo de recuperar en su propio país el protagonismo perdido por los socialistas que gobiernan esa región, desalojados del gobierno federal por una coalición de derechas. Y lo logró, pero sólo gracias a que supo canalizar en su provecho los argumentos antiglobalización. Valonia comprendió que, aunque los argumentos antimundialistas son una fuerza dispersa y no necesariamente mayoritaria, convenientemente encauzados representan un poder real que puede ser utilizado con fines políticos. Quien no lo entendió fue Jean-Claude Juncker con su respuesta. Si ignoras lo que ocurre a tus puertas, otros sabrán qué hacer con ello.
Europa sólo se puede mantener convenciendo a la gente. Como se suele decir, “conquistando sus corazones”. Los tiempos no están para ésta lírica, pero el método ilustrado de los padres fundadores “todo para el pueblo pero sin el pueblo” tiene ahora el riesgo de que le corten la cabeza de cuajo al proyecto europeo. Hay que ser inteligentes. Hay que hacer de pedagogía “constante”, que no “pedante”. Que conecte.
La Unión Europea es probablemente una de las instituciones más transparentes que existen, pero no es suficiente. Ni siquiera basta con tener razón. Hay que transmitir. Uno de los problemas actuales es que los políticos no acaban de proyectar una idea de proyecto europeo que combata la desilusión y genere optimismo.
Otro ejemplo. Barroso aceptando el cargo ejecutivo en Goldman Sachs. No lo necesitaba por curriculum o ambición. Es un hombre que ha llegado a las más altas esferas políticas y tiene sus necesidades económicas más que cubiertas después de ganar durante una década 26.000 € al mes con todos los gastos pagados, más una pensión asegurada de 18.000€ mensuales. "Podía haber aceptado otras ocupaciones más tranquilas, pero me gustan los desafíos", se defendió el ex primer ministro luso en el semanario portugués "Expresso". "Se es criticado por cualquier cosa que se haga. Si uno se queda en la política, está mal porque vive a costa del Estado, y si se va a la empresa privada es porque se está aprovechando de la experiencia adquirida en la vida política".
En realidad nadie mantiene que la política deba ser un oficio de por vida, o que lo público y lo privado sean dos mundos necesariamente estancos, aislados el uno del otro. Las críticas llegan cuando se trabaja para un grupo de presión o una empresa privada en un sector que había sido regulado, o va a serlo, bajo la responsabilidad del político contratado. El “derecho a trabajar”, aquí, va de la mano con el derecho del ciudadano a una administración ética. Es lo que de alguna forma ha venido a decir la Comisión Ética convocada para analizar el polémico fichaje. Confirma que era perfectamente legal, pero lamenta la falta de "buen juicio" del político portugués. "El señor Barroso debería haber sido consciente", de que el fichaje generaría "críticas" y que había un "riesgo de dañar la reputación de la Comisión Europea y de la UE en general".
Así, un gesto tras otro, la UE se va desconectando del ciudadano.
Puede que los populismos jueguen a menudo con las cartas marcadas, como se vio recientemente en otro referéndum, el organizado por Orban en Hungría sobre las cuotas migratorias. Pero si a la gente no se le dan mejores argumentos, empezarán a ganar cada vez más partidas. El Brexit fue la primera vez que ocurrió. Los políticos británicos del Remain jamás fueron capaces de defender con pasión a la UE.
El homo europeensis
Déjenme empezar advirtiendo que vivo en Bruselas. Es la única forma de creerse la anécdota que viene a continuación. Era el cumpleaños de mi hija y sus amiguitas empezaban a cantar el feliz cumpleaños de rigor nada más soplar la tarta. Como van juntas a un colegio belga francófono en el barrio europeo, lo hacen en la lengua que utilizan cuando están juntas, que es aquella en la que estudian y con la que juegan en el recreo, francés. A continuación, nosotros, los padres, se lo cantamos en la nuestra: mi mujer en neerlandés –es belga de lengua maternal holandesa- y yo en español. Hasta aquí todo normal.
De pronto una niña dice espontáneamente “¡ahora en Italiano!”, y comienza a entonar ella sola las mismas notas pero con palabras diferentes, que todo el mundo sabe lo que significan, porque siempre es lo mismo… “Tanti auguri a te, tanti auguri a te…”. Cuando termina hay un mar de risas cubriendo esas pequeñas cabecitas de ocho años, y otra se anima inmediatamente, “¡En alemán, en alemán…!”. Y cambiamos de nuevo la tonalidad latina por otra más prusiana: “Zum Geburtstag viel Glück, zum Geburtstag…“. El bosque de manos ya es imparable, prueba de que el juego es divertido, “a mí, a mí”… Y una tras otra van cantando cumpleaños feliz en inglés, ¡en ruso!, en portugués…
Estas niñas hablan ya a los 8 años dos o tres lenguas y conocen diferentes tradiciones. Sus padres, muy a menudo, son parejas mixtas que hablan probablemente inglés en el trabajo, francés en la calle, y en casa hablan con sus hijos cada uno en su idioma, español y neerlandés (holandés) en nuestro caso. Son expatriados, pero no por dos, tres o cuatro años, sino que han instalado sus vidas de forma más o menos de forma permanente en ésta capital híbrida, apasionante e informe que es la supuesta capital de Europa.
Eso hace que, a largo plazo es posible que éste pequeño grupo estén entre los pocos europeos que viven la UE día a día. Sé que las becas Erasmus han hecho mucho por el sentimiento europeo. O que hay muchos proyectos comunes que comparten científicos, investigadores y empresarios de todo el continente que contribuyen igualmente. Pero en esa comunidad Bruselense se va más allá. Son vecinos para siempre. Conocen los defectos y las virtudes de alemanes, daneses e italianos como nosotros de los gallegos, catalanes y andaluces. Aunque la verdadera esencia del homo europeensis del siglo XXI no es la suya, fruto del aprendizaje, sino la que están desarrollando sus hijos. Hoy tierna e infantil, pero llena de futuro.
O no.
Si realmente fuera a depender de ellos, la existencia de la UE no correría nunca peligro porque es lo que maman por los cuatro costados de forma natural en ésta ciudad que es también la capital de un laboratorio europeo llamado Bélgica. Ese Plat pays asentado en la cicatriz Norte Sur de éste continente.
Pero hoy por hoy, con la perspectiva de ser un periodista cubriendo la actualidad comunitaria para un medio español desde hace casi dos décadas, da la impresión de que los políticos actuales están perdidos, sin un hilo conductor. Y a medida que cometen errores va pareciendo más creíble lo que antes se antojaba increíble.
Si la UE desaparece, mi hija y sus amiguitas se quedarían un poco apátridas con su “feliz cumpleaños” hecho de mil versiones en una. Porque su verdadera patria, como decía Rainer Maria Rilke, no es otra que su infancia. Y su infancia, hoy por hoy, no está hecha de fronteras.
Últimamente, puede ocurrirme en mitad del trabajo, pienso en los cumpleaños infantiles. Sólo dura un segundo.
Espero que algún día nuestros hijos no piensen que su infancia fue un país perdido.