Cada año se diagnostican en el mundo unos 325 000 nuevos casos de melanoma. Esta cifra pone de relieve la necesidad de estrategias innovadoras y eficaces para combatir uno de los cánceres de piel más agresivos y letales que se conocen.
Anatomía de un asesino
Cuando las células de la piel encargadas de producir el pigmento que nos da color experimentan una transformación anormal y comienzan a crecer de manera descontrolada, forman el tumor maligno llamado melanoma, que puede expandirse y propagarse a otras partes del cuerpo.
La exposición a la radiación ultravioleta (UV) de la luz solar es uno de los principales factores de riesgo, junto con la predisposición genética y los antecedentes de quemaduras solares graves y repetitivas a lo largo de la vida. Se estima que alrededor del 80 % de los melanomas cutáneos se originan en pieles aparentemente sanas. Esto supone que sólo el 20 % tienen su origen en una lesión cutánea previa, como un lunar.
Aunque la aparición de nuevos lunares es habitual hasta los cuarenta años, es fundamental vigilar cualquier alteración. Este seguimiento se basa en el sistema ABCDE (asimetría, bordes, color, diámetro y evolución) para la detección precoz de posibles lesiones malignas.
Cuando el sistema inmunitario se vuelve cómplice de las células tumorales
El sistema inmunitario desempeña un papel crucial en el reconocimiento y la eliminación de las células cancerosas, incluidas las del melanoma. Como si fueran escuadrones militares, las células inmunitarias patrullan constantemente nuestra piel en busca de células anormales que puedan poner en riesgo nuestra salud.
A este proceso se le llama inmunovigilancia, y está basado en el reconocimiento de antígenos, las moléculas de la superficie celular que señalan al sistema inmunitario la presencia de entidades extrañas. Son como “banderines” que identifican células dañinas y permiten movilizar a las células inmunitarias para erradicarlas.
No obstante, hay casos en los que las células cancerosas consiguen evitar la detección inmunitaria o emplean tácticas para suprimir su respuesta, allanando el camino para la progresión tumoral.
Los riesgos de la inmunoterapia
En la actualidad, el estudio de esa capacidad de las células cancerosas para evadir el sistema inmunológico se ha convertido en un objetivo terapéutico de gran interés y relevancia. Si conocemos qué hacen las células para “adormecer” al sistema inmunitario, podremos desarrollar estrategias para “despertarlo” y que cumpla así con su función defensiva.
Sin embargo, estos tratamientos no siempre son efectivos y, en ocasiones, pueden producir la hiperreactividad de las células inmunitarias. Es decir, que estas, una vez activadas, no sólo atacan al tumor, sino a todas las células del cuerpo.
Ante este dilema, se planteó la posibilidad de dirigir la actividad de las células inmunes de manera selectiva solamente hacia las células tumorales. Y aquí es donde entra en juego otra rama de la inmunoterapia: el diseño de las nuevas vacunas contra el cáncer. La clave está en desarrollar herramientas que ayuden al sistema inmunitario a reconocer y atacar de manera concreta al tumor.
Vacunas al rescate
Actualmente, se están investigando varios tipos de vacunas contra el melanoma, todas ellas basadas en la capacidad que tienen las células para reconocer los antígenos de superficie.
Por un lado, están las vacunas basadas en péptidos. Es decir, se seleccionan aquellos antígenos que suelen portar las células de melanoma, se producen en el laboratorio y se inyectan a modo de antídoto. En este caso, la estrategia es enseñarle al sistema inmune los banderines que tiene que buscar.
Por otro lado, se está estudiando la utilización de unas células concretas del sistema inmunitario (células dendríticas) que son capaces de reconocer los banderines, identificar si pertenecen a células sanas o enfermas y enseñárselos a las células que deben eliminarlos. Un ensayo clínico logró una disminución del 70 % del riesgo de mortalidad combinando las células dendríticas propias de cada paciente con un compuesto estimulante del sistema inmune. Aunque este ensayo tenía limitaciones, como el número bajo de participantes, los resultados son alentadores.
Y, por último, están las vacunas basadas en ARN, como la desarrollada por Moderna y Merck, que funciona de manera similar a la diseñada contra la covid-19.
Mientras que la vacuna de Moderna contra el coronavirus llevaba una secuencia de ARN de la proteína S del patógeno, la nueva –cuyo nombre técnico es ARNm-4157 (V940)– incorpora información genética para producir banderines específicos del tumor del paciente. Cuando el ARN penetra en las células del cuerpo, estas empiezan a producir una gran cantidad de dichos banderines, facilitando al sistema inmunitario su reconocimiento y, por tanto, su capacidad para localizar a las células cancerosas.
Este tratamiento se está probando en pacientes de melanoma con metástasis, cuyo riesgo de recaída es alto. La vacuna se ha combinado con un fármaco que estimula la activación del sistema inmune y, según los datos preliminares, redujo el riesgo de recaída o muerte un 49 % en comparación al tratamiento exclusivo con el fármaco. La terapia combinada también ha producido una mejora en la supervivencia libre de enfermedad a distancia, reduciendo el riesgo de desarrollar metástasis en otros órganos en un 62 %.
Sin duda, los resultados son prometedores y van encaminados a mejorar el tratamiento del melanoma. Según el Vicepresidente Senior y Jefe de Desarrollo, Terapéutica y Oncología de Moderna, Kyle Holen, el equipo al completo está impaciente por poder compartir estos datos con la sociedad y arrojar esperanza para las personas afectadas por esta enfermedad y sus familias.
Cristina Penas Lago, Dra. en Investigación Biomédica, Investigadora Postdoctoral, Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.