Una persona arropada con cartones y un brick de vino a su lado nos advierte, a simple vista, de los estragos físicos y sociales del alcohol. Más difícil es descubrir el daño que no se ve y que, sin embargo, forma parte de la cadena causal que conduce a esta situación: el que inflige en el cerebro.
La mayor parte de las personas podrían describir rápidamente los efectos agudos del alcohol: falta de coordinación, desinhibición, impulsividad… Muchas menos podrían hablar de las consecuencias crónicas, que responden al mismo efecto neurotóxico del alcohol sobre el cerebro.
Los estudios neuropsicológicos y de neuroimagen muestran que hay tres redes neurales especialmente vulnerables: la red frontocerebelar, que controla la marcha y el equilibrio; la frontolímbica, implicada en la memoria, la motivación y la autoconciencia; y la frontoestriada, responsable de la regulación emocional, la inhibición, la flexibilidad cognitiva y el manejo de recompensas.
Atención a estos síntomas
Pero ¿cómo sabemos si un bebedor sufre daño cerebral? Las personas de su entorno notarán que es más lento, se distrae fácilmente, es más rígido, tiene mala memoria, toma decisiones sin valorar los riesgos, le cuesta regular sus emociones e interpreta peor las de los demás. Y esto afecta a su vida familiar, laboral y social.
La buena noticia es que si abandona el consumo y mantiene la abstinencia, su cerebro mostrará una mejoría estructural y funcional. En cambio, mientras siga bebiendo, su cerebro irá envejeciendo más rápido de lo normal.
Además, como la pescadilla que se muerde la cola, sus déficits cognitivos y emocionales comprometerán sus esfuerzos para iniciar y mantener la abstinencia. El personal sanitario debe tener en cuenta que el daño cerebral puede ser un obstáculo para seguir el tratamiento clínico, al limitar la autorregulación emocional, la motivación para el cambio, la interacción con otras personas, la percepción emocional y la conciencia de las disfunciones sociales.
Incluso cuando se superan estas dificultades y se logra la abstinencia, esta puede llegar demasiado tarde.
Mentiras honestas y alcohol: el síndrome de Korsakoff
Así les ocurre a los pacientes con síndrome de Korsakoff. Este trastorno residual y en gran medida irreversible aparece en uno de cada dos casos de encefalopatía de Wernicke, patología provocada por una deficiencia grave de vitamina B1 o tiamina y que es más frecuente entre personas malnutridas que abusan del alcohol. Se ha estimado una prevalencia de entre 25-50 casos por 100 000 habitantes, y los estudios post mortem apuntan a que está infradiagnosticada.
En este síndrome, el daño afecta a una región del cerebro llamada diencéfalo, particularmente a los cuerpos mamilares y los núcleos talámicos. El deterioro se manifiesta sobre todo en la memoria: los pacientes sufren un síndrome amnésico que se acompaña, de manera especial en fases tempranas, de confabulaciones. Es decir, el afectado tiene falsos recuerdos y está convencido de que son reales. Denominadas “mentiras honestas”, surgen por un déficit en el acceso a la memoria.
Adolescentes y consumo por atracón
¿Y qué pasa con los jóvenes? ¿Es necesario beber durante años para que el alcohol cause daño cerebral? ¿Si solo lo hacen el fin de semana no les pasará nada? No, tomar cinco o más bebidas en pocas horas, al menos una vez al mes, se asocia con un deterioro de la memoria y las habilidades ejecutivas, las que nos permiten planificar, supervisar y regular nuestra conducta de acuerdo a nuestros objetivos y a las normas sociales.
Estas dificultades responden a cambios estructurales y funcionales a nivel cerebral. Los estudios de neuroimagen muestran anomalías neurofuncionales, como la activación excesiva de las redes neurales cuando se debe inhibir una respuesta ante una bebida alcohólica. También se han observado diferencias de volumen en la sustancia blanca y gris en distintas regiones relacionadas con el control de los impulsos.
Es necesario tener en cuenta que la adolescencia es un período de vulnerabilidad cerebral durante el que tienen lugar importantes cambios en la estructura y conectividad funcional de las redes neurales. Debería preocuparnos que el alcohol siga siendo percibido como la droga menos peligrosa entre los jóvenes de 14 a 18 años.
La primera borrachera involuntaria: el síndrome alcohólico fetal
Pero el daño cerebral asociado a la ingesta de alcohol puede empezar mucho antes de la adolescencia: antes incluso del nacimiento. Consumirlo durante la gestación es la causa de los trastornos del espectro del síndrome alcohólico fetal, una alteración del neurodesarrollo completamente evitable.
No hay un consumo seguro durante el embarazo. Beber alcohol se vincula a alteraciones del sistema nervioso central como el perímetro cefálico pequeño, las anomalías estructurales cerebrales y los déficits neuropsicológicos. Todo ello afectará al desarrollo de la capacidad intelectual, el funcionamiento cognitivo y la autorregulación de la conducta.
Entre los grupos especialmente vulnerables y que requieren atención especial se sitúan los niños procedentes de adopciones internacionales, especialmente de países con elevados consumos de alcohol. Un reciente estudio señala que hasta el 50 % de ellos cumplen los criterios diagnósticos del trastorno. Y uno de cada cinco afectados muestran la forma más grave: el síndrome alcohólico fetal.
Es necesario educar a toda la población sobre los riesgos para el feto y apoyar a las madres gestantes que deciden dejar de beber alcohol. Y no olvidarnos de detectar e intervenir precozmente para garantizar el adecuado desarrollo académico, psicológico y social de estos niños.
En suma, si quiere cuidar su salud cerebral, y sea cual sea su edad, cuanto menos alcohol, mejor.
Artículo escrito con el asesoramiento de la Sociedad Española de Epidemiología.
Montserrat Corral Varela, Profesora de Neuropsicología, Universidade de Santiago de Compostela
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.