Quizás sea una de esas mujeres que se ha dado de bruces contra la realidad cuando, a pesar de tener instinto materno, se ha encontrado perdida y confundida ante la llegada de su bebé. Puede que incluso no haya sentido esa felicidad radiante de la que tanto le han hablado a lo largo de su vida. Tranquila: probablemente no le ocurra nada enfermizo ni patológico. Bienvenida a la maternidad real.
Y, por supuesto, felicidades si usted es de ese grupo de madres que sí están pletóricas. ¡Aproveche el momento!
Mucho se ha especulado y bastante poco se ha investigado acerca de lo que le pasa a las mujeres durante la época del embarazo y del parto, si bien en los últimos años existe un creciente interés en conocer los cambios neurobiológicos, psicológicos y contextuales que confluyen durante la etapa perinatal.
Torbellino de cambios y emociones
En primer lugar, la evidencia científica muestra el papel de los factores genéticos y epigenéticos durante la gestación y los cambios experimentados en el cuerpo y el cerebro de la madre que la preparan para atender y vincularse con su futuro bebé. Uno de los factores que más contribuyen a esta eclosión tiene que ver con el torrente hormonal; de ahí esos cambios de humor tan característicos.
En segundo lugar, durante este periodo hay que tener muy en cuenta la personalidad de la mujer (por ejemplo, si presenta un elevado neuroticismo), el estilo de apego ansioso, sus expectativas, carencias, anhelos y percepciones de la realidad, de sí misma y de su papel futuro como madre.
No menos importante es la influencia del contexto, de eventos estresantes que pueden llegar (un despido, un fallecimiento, una enfermedad, una ruptura de pareja…) en el momento más inoportuno. Todos estos factores –biológicos, psicológicos y coyunturales– pueden socavar los ánimos de la gestante.
Un grave obstáculo para la crianza
Pero cuando hablamos de depresión posparto, ¿a qué nos referimos exactamente? Es un trastorno mental que se inicia habitualmente durante el embarazo y eclosiona en las semanas inmediatas al parto. Una de cada diez mujeres experimenta este estado de ánimo patológico, aunque la cifra varía según el contexto socioeconómico, con mayores tasas en países con rentas más bajas.
La prevención de estas alteraciones es de vital importancia porque afecta necesariamente a la madre y a la cría. La situación de tristeza y apatía conlleva tremendas dificultades para llevar a cabo los cuidados necesarios y exigentes de un bebé dependiente las 24 horas del día los siete días de la semana. Sí, criar no tiene horarios ni vacaciones y, por supuesto, es para toda la vida.
Aunque parece obvio, no siempre se tiene en cuenta que cuando nace un bebé, también lo hace la madre. Este proceso natural (y a menudo turbulento) de transición a la maternidad, la llamada matrescencia, a menudo es silenciado por la vergüenza de no sentir la felicidad idealizada o por experimentar una crisis vital.
¿"Baby blues" o depresión?
No pocas mujeres refieren que, lejos de tratarse de un periodo de plenitud, lo perciben como una carga, un castigo o una barrera en su desarrollo profesional, social y personal. En ocasiones, este malestar o disonancia puede etiquetarse incorrectamente como depresión posparto.
Porque lo que la mayor parte de las mujeres experimentan es un periodo de malestar emocional o disforia posparto conocido como baby blues. A ojos de una persona ajena al gremio sanitario, podría confundirse con un trastorno afectivo, pero es bastante diferente.
El baby blues suele aparecer entre la primera y la tercera semana posparto. Puede manifestarse con fluctuaciones en el estado de ánimo o ganas de llorar, pero no produce cambios relevantes en la autoestima.
Aunque la mujer no duerma como antes, puede hacerlo según el ritmo del bebé. La sensación de cansancio mejora o se elimina con el descanso y, sobre todo, la madre es capaz de sentir placer, alegría e ilusión.
Por contra, la depresión comienza a dar señales habitualmente durante el embarazo y genera un estado de ánimo decaído, triste, desesperanzado. La afectada tiene una baja autoestima, puede sentirse fracasada o incapaz como madre y exhibe una culpa exagerada.
La madre deprimida también sufre insomnio y no consigue descansar ni reducir la fatiga con siestas o periodos de reposo. Y, por supuesto, pierde la capacidad de disfrute o entretenimiento (anhedonia), carencia que no se revierte ni con visitas o estímulos que anteriormente la animaban.
También es importante destacar que las conductas suicidas suelen pasar desapercibidas durante este periodo de “felicidad obligatoria”. Sin embargo, recientes estudios muestran que entre un 5-14 % de madres afirman tener ideas suicidas, y que el acto consumado es la primera causa de muerte de las mujeres durante el periodo perinatal en países occidentales.
Factores de riesgo
Como se ha mencionado, nueve de cada diez madres no desarrollan este tipo de trastorno mental. Los factores de riesgo que predisponen a padecerlo son, entre otros: antecedentes personales o familiares de trastorno mental; falta de apoyo de la pareja, de la familia o del entorno social; pérdida de embarazos anteriores (duelos no resueltos, abortos); percepción de embarazo complicado; actitudes negativas hacia el embarazo; estrategias de afrontamiento inadecuadas (por ejemplo, consumir drogas); situaciones vitales estresantes (estrecheces económicas, despido laboral, problemas de pareja..); y haber sufrido abusos sexuales, maltrato o violencia.
Prevenir este tipo de trastornos es responsabilidad de todos. La próxima vez que vea una mujer embarazada o recién parida, pregunte sin juzgar, observe si está arreglada, eche una mano o muéstrese disponible para ella.
Y, por supuesto, si cree que puede estar teniendo una depresión, llévela al centro de salud para que pueda recibir ayuda especializada. Recuerde: la mayor parte de mujeres con depresión posparto que reciben un tratamiento adecuado se recuperan a los meses de haber iniciado el tratamiento.
Teresa Bobes-Bascarán, Profesora Asociada en Ciencias de la Salud. FEA Psicología Clínica. SESPA. CIBERSAM. ISPA. INEUROPA, Universidad de Oviedo
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.