Siete de cada diez niños y adolescentes de entre 10 y 15 años tienen teléfono móvil en España, según los últimos datos del Instituto de Estadística español (INE). Nuestro reciente estudio muestra que un 60% de ellos no tiene normas en casa para su uso.
Ambas realidades (niños y adolescentes con móvil desde una edad temprana con una ausencia de normas claras en cuanto a su uso) son factores de riesgo para caer en un uso problemático de las pantallas, junto con la presencia de modelos parentales de elevado consumo de pantallas.
¿Prohibir el móvil hasta los 16 años?
La iniciativa “Adolescencia sin móviles” está reuniendo a miles de padres y madres en torno a una idea y un objetivo: un “pacto social entre familias” para retrasar la entrega de un móvil a sus hijos. Las familias buscan el apoyo mutuo para tomar una decisión que, en solitario, es prácticamente imposible o les preocupa que condene al niño o niña que no tiene el móvil a cierto ostracismo social.
Sin embargo, y a pesar de la importancia de la edad de inicio en el uso del móvil, retrasarlo o posponerlo no hace desaparecer el problema principal. Y este es cómo, una vez entregado, nos aseguramos de que los adolescentes lo usan con responsabilidad y moderación.
En este sentido, como padres, madres, educadores, debemos preguntarnos no sólo a qué edad queremos que nuestros hijos empiecen a moverse en el mundo digital, sino sobre todo: ¿estamos preparados a acompañarlos en un uso responsable? ¿Actuamos como modelos de consumo saludables? ¿Estamos dispuestos a hablar sobre redes sociales?
Las prohibiciones en el cerebro adolescente
La búsqueda de sensaciones, la baja percepción de riesgo y la falta de autocontrol son rasgos comunes y esperables en la población adolescente. Por ello, es importante acompañarlos en un uso responsable del móvil y de todas sus posibilidades. Determinadas normas son obvias y deben marcarse: pactar límites horarios y momentos de desconexión. Sin embargo, si somos muy autoritarios esto además de discusiones no va a conducirnos al éxito.
Así, es mucho más efectivo llegar a acuerdos conjuntos que imponer un decálogo de normas. Se trata de promover una mediación parental activa: supervisar, orientar y acompañar el uso de las tecnologías. Tal y como propone el Instituto Nacional de Ciberseguridad: dar ejemplo al utilizar las nuevas tecnologías, hablarles sobre los riesgos reales de internet e interesarnos sobre su comportamiento online son actitudes educativas que requieren ser parte activa de su desarrollo.
Asumir responsabilidades y acompañar
El miedo a lo desconocido provoca una respuesta primitiva de evitación y huida. El desconocimiento de determinadas redes y del funcionamiento de ciertas aplicaciones digitales hace que hablar de tecnologías sea un tema tabú entre padres, madres e hijos. Muchas veces, se prohíbe por miedo a lo desconocido. En este sentido, es importante asumir responsabilidades y afrontar la nueva realidad digital como un reto y no como un problema.
En internet también somos padres y madres, y por ello es importante acordar con nuestros hijos un acompañamiento en el que decidamos qué tipo de supervisión haremos. Es importante evitar el acceso ilimitado sin olvidar que es necesario también respetar su intimidad. Algunos consejos podrían ser:
Interesarnos por qué hacen y a qué contenidos acceden. Desde la confianza es más fácil que nos expliquen posibles problemáticas y que podamos detectar si hay presencia de determinados contenidos o comportamientos inadecuados como interacciones con desconocidos. Será muy importante mostrarnos receptivos y no juzgar.
Regular el uso del móvil creando un contrato familiar de uso de pantallas. Es importante implicar a los adolescentes en la creación de límites ya que de esta manera es más probable que las cumplan. Se recomienda negociar las normas: podemos flexibilizar el uso para que sientan que pueden seguir con la interacción social y, a la vez, definir límites horarios claros de uso.
La ansiedad que puede generar el miedo a no estar disponible, conocido como FOMO (de las siglas Fear Of Missing Out en inglés: miedo a perderse algo) puede gestionarse ayudándolos a darse cuenta de cómo pueden disfrutar de espacios libres de pantallas. Realizar las comidas sin pantallas y disfrutar de una conversación, o bien dar un paseo sin compañía del móvil y prestar atención a los elementos del entorno, pueden ser ejemplos de una “dieta digital” sana.
Predicar con el ejemplo. Los adolescentes que perciben a sus padres como elevados consumidores digitales tienen más riesgo de practicar también consumos elevados. Por ello, convertirnos en modelos de uso responsable puede ser un factor de protección. No debemos olvidar que somos los principales referentes y actuamos de modelos para nuestros hijos.
El hecho de que hayan nacido con un móvil bajo el brazo no es sinónimo de que sean competentes a nivel digital. Recae sobre los adultos una educación en valores tanto en el mundo terrenal como en el digital. Por ello, en el mundo digital también es necesario cuidar la privacidad y respetar el derecho a la intimidad y los límites de la libertad de expresión. También, será necesario educar y promover el pensamiento crítico: para que detecten informaciones falsas, discursos de odio y los contenidos que pueden perjudicarlos.
Comunicación y más comunicación
La comunicación es la base de la confianza. De la misma manera que es necesario que se pacten normas de uso, también lo es abrir el canal de comunicación con nuestros hijos sobre el uso de las tecnologías y las redes sociales.
Interesémonos por conocer sus gustos y sus inquietudes. Mantengamos siempre las vías de comunicación abiertas, generemos espacios de confianza y acompañémosles en esta etapa de descubrimiento digital.
Maria de las Mercedes Martín Perpiñá, Profesora Ámbito Personalidad, Evaluación y Tratamiento Psicológico , UOC - Universitat Oberta de Catalunya
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.