Desastres con gran número de víctimas y un denominador común: avances tecnológicos que resulta complejo (o imposible) asociar con el daño causado. El incendio de Valencia es el último caso vivido. El de las Torres de Grenfell (UK) de 2017 aún está pendiente de resolverse. Pero no son los únicos.
Los pararrayos radiactivos
Una tecnología que ya generó problemas en los años 90 fue el de los pararrayos radioactivos. El pararrayos lo inventó B. Franklin en 1752, pero su invento resultó ser poco eficaz. El inconveniente era que el mástil de hierro original solo desviaba y atraía a rayos en un reducido radio de 10-15 metros.
En el siglo XX se pensó que si se colocaba un núcleo radioactivo en la punta del mástil, la radioactividad ionizaría el aire y crearía (como efectivamente sucede) un camino conductor en el aire hacia el pararrayos, aumentando su eficacia de captación a centenares/miles de metros.
El incremento en la eficacia fue notorio, y por eso en las décadas de 1960 y 1970 se instalaron muchos pararrayos radioactivos en todo el mund o, también en muchas poblaciones españolas. El problema era (y es) que la potencia del rayo resulta impredecible, y los más intensos vaporizaban parte del núcleo radioactivo, que acaba cayendo en forma de lluvia venenosa sobre los habitantes que debía proteger.
Esta fue la razón por lo que este sistema se prohibió en España en 1986. Entre 1993 y 2004 fueron eliminados un total de 21 961 pararrayos radiactivos.
¿Y qué tiene que ver esto con el reciente incendio de Valencia? Mucho. Porque también hay tecnología de cuya seguridad dudamos. En este caso, la fachada ventilada (o fachada libre) y un material aislante combustible.
Los revestimientos de piedra
El concepto de fachada libre (independiente de la estructura del edificio) nació en 1927. En España las primeras construcciones con este sistema se levantaron en la década de 1950. Entre los 60 y los 80, lo moderno e innovador en arquitectura era revestir los edificios con placas de roca ornamental. Esta placas comenzaron pegándose al edificio con mortero, pero el sistema daba problemas dado que, aunque la instalación fuera extremadamente cuidadosa, con el paso del tiempo había desprendimientos de placas y el consiguiente peligro a los viandantes.
A finales de la década de 1980 se pensó en emplear las placas de piedra en fachadas ventiladas. De este modo, además de solucionar el problema de los desprendimientos, se mejoraba el aislamiento del edificio. Tras esta decisión se produjo un boom de edificios con su envuelta exterior –la piel del edificio, en nomenclatura arquitectónica– en forma de fachada ventilada y con revestimiento de roca ornamental. Se trata de un sistema de colocación que ha resultado más seguro que el de pegado con mortero y, además, es aislante e ignífugo.
El abandono de la piedra natural
A comienzos del S XXI, y sobre todo con la crisis de la construcción, otro boom sacudió el sector. Había que cambiar la moda arquitectónica. La piedra natural dejo de ser “lo mejor y más vistoso” y se sustituyó por nuevos materiales, manteniendo las fachadas ventiladas.
El aluminio anodizado, usado en el caso del edificio valenciano, es una de las alternativas más apreciadas. El problema es el que, como el aluminio no aísla, hace falta asociar un material aislante. Hay soluciones razonables, como la fibra de vidrio o la fibra cerámica. Pero las mejores soluciones suelen ser caras, y los materiales más baratos arden.
No esta claro qué material había en la fachada ventilada del edificio de Campanar, el incendiado en Valencia, pero ardía igual que lo hizo el edificio Grenfell en Londres en 2017.
En estos momentos una parte importante de la polémica se centra en si el material instalado cumplía los requisitos legales del momento de instalación , reduciendo la responsabilidad a la legalidad vigente. La legislación no contempla que los técnicos que diseñan la tecnología puedan ser responsables de cómo funciona y sus efectos.
Aunque las casas de madera son más confortables, aislantes y fáciles de construir que las de piedra, se dejaron de usar hace siglos por la inflamabilidad de la madera. Ahora, buscándole sustituto a la piedra, volvemos a caer en el mismo error. Un sistema económico que apuesta por el máximo beneficio optando por soluciones técnicas desacertadas en la construcción –y en otros sectores– puede dar lugar a consecuencias tan nefastas como la del incendio de Valencia. Deberíamos tomar nota.
Josep Gisbert Aguilar, Profesor de Geología-Petrología, Universidad de Zaragoza
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.