Acabamos de estrenar año y el índice de masa corporal (IMC) vuelve a ser objeto de críticas. Esta vez, lo cuestiona un grupo de expertos encargado por The Lancet que defiende que, al diagnosticar la obesidad, los médicos deberían tener en cuenta la salud general de un paciente y no basarse únicamente en este único parámetro erróneo.
El IMC se calcula midiendo la masa de una persona en kilogramos y dividiéndola por el cuadrado de su altura en metros. A efectos de registro y diagnóstico, cualquier persona con un IMC inferior a 18,5 se clasifica como “bajo de peso”. El rango de “peso normal” se extiende de 18,5 a 24,5 y la clasificación de “sobrepeso” abarca de 24,5 a 30. La “obesidad” se define como tener un IMC superior a 30.
Teniendo en cuenta las implicaciones para la salud relacionadas con un diagnóstico de obesidad, o incluso de sobrepeso, la métrica utilizada para diagnosticar estas afecciones debería tener una sólida base teórica y experimental. Lamentablemente, la realidad es muy distinta y, si bien es cierto que las personas más gordas suelen tener un IMC más alto, este valor no funciona bien como criterio de diagnóstico.
Distinguir entre músculo y grasa
Uno de los principales problemas del IMC es que no puede distinguir entre músculo y grasa. Esto es importante porque el exceso de grasa corporal es un buen indicador del riesgo de enfermedad cardíaca, pero el músculo (y por tanto el IMC) no lo es.
Un estudio reciente sugirió que si la definición de obesidad se basara en el alto porcentaje de grasa corporal, entre el 15 y el 35 % de los hombres con un IMC normal o de sobrepeso serían reclasificados como obesos.
El mismo estudio concluyó que hasta la mitad de las personas que el IMC clasificó como con sobrepeso, y más de una cuarta parte de las personas obesas según este valor, eran, en realidad, metabólicamente sanas. Por lo tanto, el IMC unas veces infradiagnostica y otras sobrediagnostica la obesidad.
Si el IMC no es un indicador preciso, ¿existe alternativa? Según lo que hemos dicho, sería útil sustituirlo por una medida directa del porcentaje de grasa corporal, un valor que, además, está estrechamente relacionado con las enfermedades cardiovasculares. Para ello, una opción es tomar prestada una idea de hace 2 000 años de la antigua ciudad-estado de Siracusa, en la isla de Sicilia.
Este viejo truco tan raro
Alrededor del año 250 a. e. c., Arquímedes, el matemático más destacado de la Antigüedad, recibió la petición de Jerjes II, rey de Siracusa, de que le ayudara a resolver un asunto polémico. El rey había encargado una corona de oro puro. Después de recibir la corona terminada y de escuchar rumores sobre la reputación poco honesta del orfebre, el rey temía haber sido engañado y que el orfebre hubiera utilizado una aleación de oro y algún otro metal más barato y ligero. Arquímedes fue encargado de averiguar si la corona era falsa sin tomar una muestra de ella o desfigurarla de alguna otra manera.
El ilustre matemático se dio cuenta de que tendría que calcular la densidad de la corona. Si la corona era menos densa que el oro puro, sabría que el orfebre había hecho trampa. La densidad del oro puro se calculaba fácilmente tomando un bloque de oro de forma regular, calculando el volumen y luego pesándolo para encontrar su masa. Dividiendo la masa por el volumen se obtenía la densidad. Hasta aquí, todo bien.
Pesar la corona fue bastante fácil, pero el problema surgió al intentar calcular su volumen, debido a su forma irregular. Este problema desconcertó a Arquímedes durante algún tiempo, hasta que un día decidió darse un baño.
Al meterse en su bañera, que estaba extremadamente llena, notó que parte del agua se desbordaba. Mientras se revolcaba, se dio cuenta de que el volumen de agua que rebasaba de una bañera completamente llena sería igual al volumen sumergido de su cuerpo de forma irregular. Inmediatamente tuvo un método para determinar el volumen, y por tanto la densidad, de la corona.
Vitruvio nos cuenta que Arquímedes estaba tan contento con su descubrimiento que saltó directamente de la bañera y corrió desnudo y chorreando por la calle gritando “¡Eureka!” (“¡Lo he encontrado!”), el momento “eureka” original.
Por desgracia, es poco probable que así fuera como Arquímedes resolvió el problema. En cambio, es más probable que el sabio griego utilizara una idea relacionada con la hidrostática (las propiedades mecánicas y el comportamiento de los fluidos que no están en movimiento), que más tarde se conocería como el principio de Arquímedes.
El principio establece que un objeto colocado en un fluido (un líquido o un gas) experimenta una fuerza de flotación igual al peso del fluido que desplaza. Es decir, cuanto mayor sea el objeto sumergido, más fluido desplazará y, en consecuencia, mayor será la fuerza ascendente que experimentará. Esto explica por qué los enormes buques de carga flotan, siempre que el peso del barco y su carga sea menor que el peso del agua que desplazan.
Usando esta idea, todo lo que Arquímedes necesitaba hacer era tomar una balanza de platillos con la corona en un lado y una masa igual de oro puro en el otro. En el aire, los platillos se equilibrarían. Sin embargo, cuando las balanzas se colocaban bajo el agua, una corona falsa (que sería más grande en volumen que la misma masa de oro más denso) experimentaría una mayor fuerza de flotación al desplazar más agua, y su platillo se elevaría en consecuencia.
Es precisamente este principio de Arquímedes el que se utiliza para calcular con precisión el porcentaje de grasa corporal. Primero se pesa a un sujeto en condiciones normales y luego se vuelve a pesar mientras está completamente sumergido en una silla subacuática conectada a una balanza. Las diferencias en las mediciones del peso en seco y bajo el agua pueden utilizarse para calcular la fuerza de flotación que actúa sobre la persona mientras está bajo el agua, lo que a su vez puede utilizarse para determinar su volumen, dada la densidad conocida del agua.
Ese volumen, junto con las cifras de densidad de los componentes grasos y magros del cuerpo humano, permite estimar el porcentaje de grasa corporal.
Aunque claramente no es tan fácil de usar como las mediciones básicas del IMC, y puede haber mejores formas de evaluar la grasa corporal, este truco de 2 000 años de antigüedad puede proporcionar una evaluación más útil de los riesgos para la salud.
Christian Yates, Senior Lecturer in Mathematical Biology, University of Bath
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.