Julio César estableció en el año 49 a.c. el conocido como Calendario Juliano tomando como base el calendario solar egipcio, en el se establecía que la duración de cada año era de 365,25 días (o 365 días y 6 horas). Debido a esto se creó la figura del año bisiesto, cada cuatro años se sumaba un día más al mes de febrero para alcanzar los 366 y cuadrar así los cálculos.
No obstante, los cálculos no eran exactos y en el siglo XVI d.c. el calendario sumaba un desajuste de 10 días, más o menos 11 minutos acumulados de manera anual. El entonces papa Gregorio XIII creó la "Comisión del Calendario" para reelaborar los cálculos. Tras años de observaciones la conclusión terminó determinando que la duración de un año era de 365 días, 5 horas, 48 minutos y 45,10 segundos. De esta manera en el año 1582 el Papa aprobó el Calendario Gregoriano, que se fue expandiendo paulatinamente y es el que está vigente actualmente en casi todo el mundo.
Para reajustar los cambios con la estructura de los años bisiestos el Calendario Gregoriano estableció que cada cuatro años los años tendrían 366 días con la excepción de los múltiplos de 100 (1000, 1300, 1700...) y dentro de esa excepción habría otra, los múltiplos de 100 divisibles entre cuatro sí que serían bisiestos (1600, 2000, 2800...).
El próximo 30 de febrero
Con esta división, la duración de cada año queda en 365,2425 días, lo que deja aún un error de 0,0003 días anuales, o lo que es lo mismo, cada año se adelanta 26 segundos. Para corregir el desfase es necesario añadir un día extra cada 3323 años, de esta manera el próximo 3344 tendrá 367 días y en el calendario figurará un 30 de febrero.
Sin embargo existen factores que afectan a estos cálculos y los modifican de manera continua que obligan a hacer actualizaciones permanentes, como la desaceleración en la velocidad de rotación y traslación de La Tierra.