Desperté al amanecer del domingo 27 de febrero sintiéndome mal. A mis 16 años, había salido de fiesta la noche anterior, pero eso no justificaba que me encontrara así. Me dolían el cuello y la garganta, y parecía que tenía fiebre.
Preocupada, fui al baño y ¡oh, no! Al mirarme en el espejo, tenía la cara llena de granos que no estaban ahí ayer. Y no solo estaban en la cara: también empezaban a aparecer en las piernas, la tripa y los brazos.
Mis padres me llevaron al servicio de urgencias. Al oír mis síntomas, el médico que nos recibió se echó a reír. Mirando a mi padre, le dijo: “Tiene la enfermedad del beso”. Volviéndose hacia mí, preguntó: “¿Con quién te besaste anoche?” “Yo no besé a nadie”, respondí inmediatamente. Aunque dije la verdad, nadie pareció creerme. Mi cara enrojeció tanto que pensé que me iba a evaporar.
El virus de Epstein-Barr
La “enfermedad del beso” es el nombre común que utilizamos para referirnos a la enfermedad denominada mononucleosis infecciosa (MI), causada mayoritariamente por el virus de Epstein-Barr (VEB). Suele aparecer en adolescentes y adultos jóvenes.
Los primeros en usar el término fueron Sprunts y Evans, en 1920, para bautizar a un síndrome caracterizado por dolor de cabeza o garganta, fiebre, agrandamiento de ganglios linfáticos en axilas o cuello, faringitis y sarpullido.
Aunque en el 90-95 % de los casos está causada por el virus de Epstein-Barr, perteneciente a la familia de herpes-virus, existen también casos de mononucleosis causados por los citomegalovirus. Además, debemos tener en cuenta que hay manifestaciones similares en casos de toxoplasmosis, VIH, rubeola, adenovirus o hepatitis A, B o C.
¿Cómo se diagnostica entonces? Aunque no es sencillo, en el ultimo siglo se han identificado ciertos cambios a nivel sanguíneo, como el aumento en los niveles de leucocitos o la presencia de anticuerpos en sangre llamados heterófilos, que permiten el reconocimiento seguro de la enfermedad y el agente causal.
Sin embargo, debido a la fiabilidad, precisión y alto coste, en la mayoría de las consultas se llega al diagnóstico en presencia al menos dos de los síntomas de la triada clásica (fiebre, faringitis y linfadenopatía)y teniendo en cuenta la edad predominante (15-24 años).
¿Quién, cómo y cuándo nos podemos contagiar?
En la mayoría de las ocasiones, el contagio o infección con el VEB suele pasar inadvertido. De hecho, se estima que un 95 % de la población hemos sido infectados en algún momento de nuestra vida con este virus con síntomas inexistentes o que hemos pasado por alto.
La principal fuente de contagio es el contacto oral a través de saliva, como ocurre con el coronavirus causante de la covid-19. Esto incluye no solo el beso, sino también compartir utensilios para comer, botellas de agua o de bebidas alcohólicas (en los clásicos botellones), o mantener relaciones sexuales. Pueden pasar entre 32 y 49 días desde el contagio hasta la aparición de los primeros síntomas, muy por encima de los 7-10 días que transcurren en el caso del SARS-CoV-2. Y ojo, porque en este periodo ya podemos transmitir el virus.
Los síntomas suelen durar entre 2 y 4 semanas como máximo, pero la presencia de carga oral del virus suele superar los cinco meses.
Lo peor es que no todo acaba aquí, infectarse por el VEB puede tener consecuencias a largo plazo. Ciertos tipos de cáncer o enfermedades autoinmunes han sido relacionados con la presencia de este virus.
Aunque conocer este virus no tiene por qué poner fin a los besos, sí es importante estar atentos en caso de que se manifiesten síntomas.
Esmeralda Santacruz Salas, PDI Facultad de Enfermería. UCLM, Universidad de Castilla-La Mancha
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.