A Guarda invita al viajero a un viaje en el tiempo. Basta con subir a la cima del Monte de Santa Trega, donde se atesora el castro más importante del Noroeste peninsular y el mayor de Galicia por dimensiones. El Museo Arqueolóxico de Santa Trega nos ayuda a interpretar cómo era la vida de los castreños, los antiguos pobladores galaicos.
Santa Trega puede disfrutarse siguiendo un sendero semicircular, arropados en el paseo por el olor del mar y disfrutando en la cima del monte de un paisaje inigualable: el del estuario del Miño, fundiéndose en un abrazo con el océano Atlántico. Los atardeceres son inolvidables y ofrecen las mejores fotografías. Si ese paisaje, que puede recorrerse en múltiples senderos naturales entre aves migratorias, salinas romanas y cetáreas, es imprescindible, también lo es pasear por el puerto y el casco histórico, cuajado de patrimonio histórico. A Guarda tiene el encanto propio de las villas marineras, desarrolladas alrededor del puerto y al amparo de una vida y cultura marinera que son identidad e idiosincrasia.
Aquí el percebe y la langosta son los reyes de la mesa. La langosta, de hecho, tiene su propia fiesta y hay que vivirla. ¡Y saborearla! Como también saboreamos el Otoño Gastronómico en Turismo Rural, una iniciativa de la Xunta de Galicia que busca potenciar el turismo rural fuera de temporada. Estamos en la edición número 18 y un total de 77 casas rurales de las cuatro provincias gallegas ofrecen paquetes gastronómicos especiales, estancias y actividades complementarias.
Paseamos por A Guarda acompañados de Xosé Manuel Merelles, director de Turismo de Galicia.
También nos guía en el paseo Roberto Álvarez Carrero, alcalde de una localidad que recibe con los brazos abiertos a los peregrinos. Muchos parten de la vecina Portugal rumbo a Santiago, siguiendo el Camino Portugués de la Costa y pasando a Galicia por esta puerta de entrada con olor a mar, que es A Guarda.