Un nombre sorprendente pero que se entiende con facilidad en cuanto conoces esta comarca. Y se basa en que por aquí fluyen los ríos Dulce y Salado, afluentes del Henares. Pero no es un simple juego de palabras ya que estos ríos, con las peculiares cualidades que tienen cada uno, han generado diferencias muy importantes en el territorio que atraviesan. Y aparte del peculiar paisaje creado por estos ríos y por la actividad humana relacionada con ellos, sobre todo durante la Edad Media, esta zona ofrece un riquísimo patrimonio histórico y artístico que podemos descubrir en Sigüenza y Atienza, pero también en las numerosas aldeas que las rodean, que son pedanías de estas dos poblaciones principales. Un fin de semana es realmente poco tiempo para recorrer este pequeño rincón de Guadalajara por la gran cantidad de atractivos.
Sales de la autovía y de repente entras en un paisaje de otro tiempo
Probablemente la entrada más sencilla sea desde la autovía A-2. Podemos tomar varias salidas pero una de las más espectaculares es la 118. La carretera es estrecha y serpentea como puede para adaptarse al terreno abrupto. Enseguida hacemos la primera parada, en el mirador Félix Rodríguez de la Fuente. Se le dedicó este mirador porque en esta zona grabó muchos de los episodios de la serie de fauna ibérica de El hombre y la Tierra.
Muchos de estos programas se grabaron precisamente aquí, en el parque natural Barranco del Río Dulce. El barranco se abre justo a los pies del mirador y por supuesto las vistas son espectaculares. Para adentrarse en este desfiladero hay que ir hasta Pelegrina, un pueblecito que está un poco más adelante. Está también al borde del desfiladero. Un camino muy cómodo permite descender los 70 metros de desnivel hasta llegar hasta la orilla del río. Por aquí caminamos junto al agua, entre farallones calcáreos bajo un espeso bosque de ribera. Al principio encontramos hasta algunos pequeños huertos con árboles frutales. En las partes más altas hay quejigos, encinas, enebros y sabinas. Si hay suerte y nos fijamos veremos águilas, alimoches y buitres. Y aunque aquí la naturaleza es el principal atractivo debemos aprovechar y dar una vuelta por Pelegrina, sobre todo para conocer el castillo, que está en ruinas pero ya nos indica que la historia va a estar presente en nuestro recorrido.
En este viaje vamos a recorrer una de las parameras mejor conservadas de la península Ibérica, que ha sido modificada por el ser humano, sobre todo en la Edad Media, pero ha permanecido prácticamente inalterada desde entonces. Por aquí discurre el río Salado, que tiene un nombre bien puesto. Y la verdad es que este paisaje no puede ser más opuesto a lo que hemos visto en nuestra caminata por el río Dulce. Lo que antes era un paisaje vertical y lleno de vida ahora se convierte en parajes horizontales y baldíos. La máxima expresión de una tierra horizontal sin vegetación son, por supuesto, las salinas. Las que vamos a encontrar casi sin querer, porque la carretera pasa al lado, son las salinas de Imón. Las instalaciones de la antigua industria están en ruinas pero las cubetas siguen llenas de agua, una lámina de color azul pálido, como celeste claro, más claro que el cielo. Sin embargo, las de Olmeda de Jadraque, este verano eran de color rojo intenso, y el contraste de esta mancha de color tan vistoso con la sobriedad del llano circundante era absoluto. Sin embargo, el río Salado, aguas debajo de las salinas de Imón, se encajona entre barrancos y el paisaje vuelve a darnos otra sorpresa.
Además del paisaje, el patrimonio histórico y artístico es espectacular
Esta comarca, que aparece descrita en el Cantar del Mío Cid, y que por tanto es una parte esencial del gran itinerario que es el Camino del Cid que va desde la provincia de Burgos a la de Alicante, mantiene todavía una distribución humana que se remonta al siglo XII, a la repoblación tras la conquista cristiana. Por un lado tenemos que destacar Sigüenza, la gran ciudad episcopal de la zona en esa época. De hecho su catedral es con toda seguridad el edificio más importante de la provincia por su valor artístico e histórico.
Al llegar a Sigüenza lo primero que destaca es el antiguo alcázar, ahora ocupado por un parador de turismo y que antes fue castro romano y alcazaba musulmana. Pero una vez en el casco histórico, descubrimos claramente que siempre ha sido una ciudad episcopal. Su catedral es de aspecto sobrio, casi de fortaleza en el exterior, guarda numerosos tesoros en sus naves y capillas, entre ellos el sepulcro del Doncel. Esta catedral es obra de los obispos que se fueron sucediendo con el tiempo, modificando y ampliando el templo románico original. Y vemos la unión con el paisaje descrito ya que una de las fuentes de financiación para una obra tan grandiosa fue la explotación de la sal. Hace seis u ocho siglos, estas salinas por las que ahora pasamos, que parecen casi abandonadas, estaban entre las más importantes de Europa y la riqueza que generaban está en la base de este esplendor.
Hay callejuelas a las que asoman palacios y casas nobiliarias
Al salir de la catedral, la plaza Mayor con soportales, se ramifica un conjunto que mantiene una gran unidad ambiental y es uno de esos lugares en donde como dices da gusto pasear sin rumbo dejándose sorprender por lo que se encuentra al doblar una esquina o fijándose en pequeños detalles de las casas que tienen varios siglos de antigüedad. Está por supuesto, el poso de los siglos, pero como siempre surge la sorpresa. Por ejemplo, en el Centro de Arte La Plazuela, que es una de las sedes de la Fundación Antonio Pérez. La sede central está en Cuenca, pero aquí en Sigüenza también podemos admirar la obra de algunos de los grandes nombres del arte español del siglo XX como Millares, Saura, Canogar o Equipo Crónica, entre otros muchos. Por otra parte, Sigüenza es también el lugar con mayor oferta hotelera y gastronómica de la zona.
Y por si Sigüenza fuera poco, Atienza está muy cerca
Y al igual que hemos visto el contraste entre el paisaje dulce y salado, también encontramos la diferencia entre una ciudad episcopal como Sigüenza y una villa real como Atienza. No podemos dejar de visitar las fiestas de la Caballada de Atienza, una de las fiestas populares más antiguas de España.
Una fiesta que rememora la participación de los vecinos de Atienza en 1162 en la liberación de Alfonso VIII, entonces un niño de siete años, al que unos arrieros sacaron de la villa para escapar de las intrigas de su tío Fernando II de León. Alfonso, agradecido, concedió grandes privilegios a Atienza, y este hecho se conmemora con la Caballada el domingo de Pentecostés. Atienza se desparrama por una colina a los pies de las ruinas del castillo y conserva un espléndido casco antiguo con casonas y varias iglesias, tres de las cuales se pueden visitar y son verdaderos museos. Igual que Sigüenza, Atienza es un lugar para pasear, con calma, que las cuestas en algunos lugares son empinadas, pero el descubrimiento de algunos rincones, como la plaza del Trigo o el arco de Arrebatacapas merece mucho la pena.
Hay verdaderos tesoros desperdigados por la zona. Por ejemplo, Palazuelos que es una pequeña aldea que conserva las mismas dimensiones que en el siglo XV, lo digo porque permanece dentro de sus murallas que están casi intactas, y sin apenas construcciones en el exterior. El conjunto es un museo de urbanismo medieval. A unos tres kilómetros está Carabias, otra minúscula aldea pero con una imponente iglesia románica, con una maravillosa galería porticada que recorre dos lados. Y en Ríosalido podemos descubrir la capilla de don Pedro Gálvez y doña Ana Velázquez y su exquisito monumento funerario. Y nos dejamos muchos lugares sin comentar. Como he dicho antes, un fin de semana no es suficiente para conocer todos los secretos del paisaje dulce y salado de Sigüenza y Atienza.