Koyasán, que no queda demasiado lejos de la locura urbana de Osaka, lleva más de mil años oficiando como uno de los principales centros religiosos de todo Japón. Ya habla de su importancia que un pueblito de apenas 3.000 habitantes y prácticamente una única calle, larguísima, eso sí, reúna cerca de 120 templos. En su época dorada, entre el siglo XVII y el XIX, fueron incluso más, porque Koyasán viene a ser una especie de Vaticano para una rama del budismo llamada budismo esotérico o shingon, que, simplificándolo mucho, persigue alcanzar la iluminación, no en vidas futuras, sino en ésta. Con ese objetivo, hasta esta remota esquina de Japón –donde la religión originaria no olvidemos que es el sintoísmo–, comenzaron a peregrinar emperadores, nobles y simples mortales desde que, en el siglo IX, el monje Kobo Daishi introdujo esta filosofía. Tras años de estudio en China, fue este monje, también conocido como Kukai, quien inauguró el primero de los templos de este pueblo a los pies de los ocho picachos del sagrado monte Koya. De ahí el nombre del pueblo, y de esos ocho picos montañosos que se asemejan desde arriba a una flor de loto –una flor que crece sobre el lodo y para el budismo representa la pureza y la iluminación espiritual– que el monje eligiera este lugar como epicentro de sus enseñanzas.
Paz y silencio: pernoctar con los monjes de Koyasán
Medio centenar de estos templos abren sus puertas a los visitantes que quieran hacer una o varias noches en ellos. No hay que ser religioso para disfrutarlo, sólo respetuoso con unas pocas normas, como mantener el silencio y la paz del lugar o, si sales, regresar antes de la cena. La mayoría tenemos asociado Japón a la locura de sus ciudades, sus riadas de humanidad, los parpadeos de sus anuncios de neón y algunas costumbres de lo más delirantes… y todo eso es real, pero también lo es que el país esconde rincones llenos de espiritualidad, y pocos tan místicos como Koyasán, a pesar de no quedar ni a dos horas de, como decías, el hormiguero humano de Osaka.
No es obligatorio, porque hay otras opciones, pero lo mejor en este pueblito solitario entre los bosques es alojarte un par de noches en un shukubo, que es como se llaman las hospederías dentro de los propios templos, atendidas por monjes rapados al cero y envueltos en túnicas color azafrán. Allí, según llegas, lo primero que haces es quitarte los zapatos y calzarte las zapatillas de paja que te proporciona el monje hospedero y te instalas en una habitación con futones sobre tatamis y paredes de papel de arroz. Como es todo menos un hotel al uso, los baños en la mayoría son comunes, pero no es problema, ya que cada templo aloja pocos huéspedes, que también suelen tener a su disposición un pequeño onsen o baño termal típicamente japonés. Eso sí, mujeres por un lado y hombres por otro. Tampoco es obligatorio, pero sí de lo más recomendable levantarse antes de que amanezca para participar en la ceremonia del fuego con la que se arranca la mañana en estos templos. Aún en penumbra, te viene a buscar el hospedero a la habitación para conducirte por los vericuetos de monasterio hasta el santuario de los rezos matutinos. Los monjes, en riguroso silencio, se van uno a uno arrodillando alrededor de un altar recargado hasta lo indecible de reliquias y ofrendas y nos dejan las esquinas más discretas de la sala a los huéspedes. También tienes que arrodillarte y la siguiente hora se te pasa medio hipnotizada entre los gongs, los vahos del incienso y las oraciones cantadas de agradecimiento a los ancestros, hasta que al final te animan a escribir lo que más deseas en unas tablillas de madera que arrojan al fuego purificador para que se cumpla. Merece muchísimo la pena, aunque para asistir a la ceremonia tengas que levantarte como a las cinco de la mañana. Luego el día te lo organizas como quieras... ¡y lo que cunde abriendo el ojo tan temprano! Al volver a la habitación, algún monje habrá doblado pulcramente los futones y allí mismo te sirve el desayuno sobre una primorosa bandeja de laca. Puedes echar unas horas en el jardín zen que tienen la mayoría de los monasterios e incluso tomar parte en las sesiones de meditación o las clases de caligrafía que imparten muchos de ellos, pero cada cual disfruta del día como prefiere y en Koyasán hay mucho para ver.
Koyasán, Patrimonio de la Humanidad
El pueblo es Patrimonio de la Humanidad y atesora montones de monumentos. Imprescindibles como el templo de Kongobuji, el cuartel general del budismo shingón, repleto de salones con delicadísimos paneles pintados a mano y un precioso jardín de rocas. O el cementerio de Okunoin, entre cuyas lápidas carcomidas por los musgos buscar las tumbas de samuráis famosos o los desconcertantes mausoleos que empresas como Nissan o Toyota han erigido, ya más recientemente, claro, para el descanso eterno de empleados que dieron la vida por la compañía. Vamos, que el lugar es tan sagrado que es todo un honor que te entierren aquí y no pocas empresas modernísimas lo ofrecen como un bonus para sus mejores trabajadores. Un bonus inevitablemente póstumo, pero todo un honor que allí se toman de lo más en serio. Y el lugar de verdad que impone. Aunque suene tétrico, hay cementerios preciosos por todo el mundo donde la relación con los muertos dice casi tanto de una cultura como los vivos y este de Koyasán te deja sin palabras. Son más de 200.000 lápidas y monumentos funerarios alrededor del mausoleo del monje Kobo Daishi, que aseguran no está muerto, sino en meditación eterna hasta la llegada del Buda del futuro. Todo ello, dentro de un espeso bosque que le da un aire fantasmal, sobre todo de noche, cuando se colocan caminos iluminados por linternas de papel para las visitas nocturnas. Y en esta época, porque en invierno hace mucho frío y nieva de lo lindo, también puedes salir a caminar por los mil y un senderos entre los bosques que rodean el pueblo, pero, si has elegido alojarte en un shukubo, antes de la cena, generalmente hacia las siete, tienes que estar de vuelta en el monasterio.
Cinco colores, sinco sabores y cinco técnicas para la cena
La cena en el shukubo la preparan los monjes y es otra experiencia de primera. No ya en la habitación, como el desayuno, sino en el comedor de los invitados con los otros huéspedes, sentado sobre los tatamis va apareciendo una sucesión increíble de platillos vegetarianos, pero de lo más elaborado, donde todo está al detalle: no faltan en el vaivén de bandejas ni los cinco colores, los cinco sabores y las cinco técnicas de preparar los alimentos –desde lo crudo hasta lo asado, lo frito, lo hervido y lo cocinado al vapor– de todo banquete japonés que se precie. Alojarse en los templos sale a entre unos 70 y 200 € por persona y noche, según la categoría del alojamiento, con el desayuno y una cena riquísima. No le va a descabalar el presupuesto a quien pueda pagarse un viaje caro, como es Japón, y es una de esasexperiencias que no olvidas. Eso sí, hay que reservar con mínimo una semana de antelación y deseablemente más, a través de la Asociación de Shukubos de Koyasan (shukubo.net, que te aparece en japonés pero, tranquilos, que hay una pestaña para su versión en inglés. Incluso algunos de estos templos aparecen en la web de Booking).
Estos templos acogían antaño tanto a peregrinos de viaje a Koyasán como a los que emprendían el Kumano Kodo, la ruta japonesa de peregrinación hermanada con el Camino de Santiago. Así llevan manteniendo esta tradición desde hace más de mil años. El Kumano Kodo, una red de antiguos caminos de peregrinación que atraviesan la península de Kii y conectan varios sitios sagrados, incluidos los tres Grandes Santuarios de Kumano o Kumano Sanzan, también podría iniciarse, o culminarse, en Koyasán, aunque se trata de la ruta más exigente de las muchas posibles, con cuatro días casi en soledad por las montañas, con muchos menos alojamientos y menos facilidades que en la ruta principal, o sea que solo se recomienda para caminantes expertos. Para los que no se atrevan, pueden ir en autobús desde Koyasán hasta otro de los inicios más fáciles y echarse desde allí a caminar. El Kumano Kodo y el Camino de Santiago, que están hermanados, son las únicas dos rutas de peregrinación del mundo declaradas Patrimonio de la Humanidad, e incluso existe una credencial a la que han llamado “Peregrino Dual” para quienes han tenido la suerte de recorrerse los dos.