Birmania es un país increíblemente marcado por el budismo, aunque un budismo diferente al de Koyasán, pueblo sagrado de Japón. Allí hablábamos del budismo esotérico o shíngon que introdujo en el siglo IX el venerado monje Kobo Daishi, también conocido como Kukai, y que persigue alcanzar la iluminación, no a través de sucesivas reencarnaciones futuras, sino en esta vida. Sin embargo en Birmania, al igual que en países vecinos como Tailandia, Camboya o Laos, impera otra rama del budismo, la theravada, que es aún mucho más antigua.
Como el cristianismo, el budismo no es algo monolítico, sino que tiene diferentes ramas o escuelas, y este budismo theravada, tan increíblemente presente en Birmania, se apoya en las enseñanzas originales de Buda para alcanzar ese estado de liberación y fin del sufrimiento que definen como "iluminación", y lo persiguen a través de un pensamiento y un comportamiento éticos, a través también de la autodisciplina, de la meditación y de una comprensión profunda de la realidad.
Se lo toman tan en serio que cualquiera que tenga la fortuna de visitar Birmania va a ver monjes por todas partes, con sus cabezas rapadas y sus túnicas color vino en las situaciones más cotidianas, y va a ver pagodas, grandes y pequeñas, de lo más opulentas o conmovedoramente sencillas, por cada esquina, ya sea entre el tráfico de una ciudad o en mitad de unos arrozales donde los campesinos, con sus sombreritos cónicos de paja, trabajan los campos, enfangados hasta las rodillas, con ayuda de sus búfalos de agua. Me contaban, sin atisbo de sorna cuando anduve por allí, que colaborar en la construcción o en el mantenimiento de una pagoda como que te da puntos para una mejor reencarnación y la verdad que, con el presente tan crudo que padecen los birmanos, se entiende que prefieran mirar para adentro y enfocar sus esperanzas en el mundo espiritual o en reencarnaciones futuras. Porque, si bien allí la vida nunca ha sido fácil, sobre todo para las minorías étnicas de las zonas más esquinadas, recordarás que hace pocos años, en 2021, la Junta Militar que prácticamente no ha dejado de llevar las riendas del país desde que Birmania dejó de ser una colonia británica, volvió a tomar el poder al derrocar el gobierno de la Premio Nobel de la Paz Aung San Suu Kyi, dando al traste con el camino de democratización que habían emprendido en 2011.
¿Se puede entonces viajar a Birmania?
Poderse se puede, tanto por libre como por agencia, pero, como lleva décadas ocurriendo, ciñéndose a destinos principales, como Rangún y sus alrededores, los templos de Bagán y Mandalay o el lago Inle. Es decir, sin acceder -además que directamente no te dejan- a zonas más remotas, donde de siempre ha habido conflictos con las minorías étnicas de los que el mundo sabe muy poco, y ahora, con la vuelta al poder de la Junta Militar en 2021, seguramente la situación sea aún peor. Ahí cada uno tiene que valorar, porque, aunque, de pasar algo, allí no se va contra los extranjeros, sino contra el gobierno, el Ministerio de Asuntos Exteriores lleva tiempo recomendando no viajar a Birmania, si bien mayoristas y agencias, no solo las típicas ‘de aventura’, sino de viajes tan estándar como los de Catai, o Pangea, mantienen el destino en sus folletos y sus webs. Ya cuántos viajes vendan para allá, no te puedo decir, pero es un destino que no se ha eliminado de las agencias. O no de todas, pero desde luego sí es un país para, ojalá, en un futuro cercano, tener en el rádar viajero, de volver las aguas a su cauce.
La pagoda de Shwedagon, orgullo nacional
Ninguna tan rica ni tan venerada como esta pagoda de casi 100 metros de altura, forrada de láminas de oro y con fieles día y noche orando y depositando ofrendas por sus pabellones repletos de estatuas e imágenes. Aunque asegura la leyenda que la estupa original suma más de 2.500 años, la construcción que se admira ahora es del siglo XVIII y, amén de un símbolo de Birmania, es todo un orgullo nacional para un país tan multiétnico. Por Rangún, la antigua capital birmana, que sigue a casi todos los efectos oficiando como capital, a pesar de que dejó de serlo en 2005, cuando la Junta Militar, con todo secretismo, la trasladó a una ciudad de nuevo cuño bautizada como Napidaw, hay sin falta que ver esta pagoda de Shwedagon. Pero a unos 600 kilómetros al Norte, impresionan más los templos de Bagan. Por una vasta llanura se levantan más de 2000 templos, pagodas y estupas, construidos entre los siglos IX y XIII en diversos estilos de la arquitectura budista. Este sitio arqueológico, Patrimonio de la Unesco, es otro de los must en Birmania que sería un pecado perderse.
Lago Inle, donde los huertos flotan
El lago Inle es un lugar de verdad insólito, un lago enorme, cercano de colinas y poblados construidos en madera y bambú en palafitos sobre sus orillas, donde desde los mercados hasta los huertos son flotantes. Es una imagen de lo más onírica ver cómo los campesinos, como las aguas del lago pueden subir mucho en la temporada de lluvias, idearon esta ingeniosa forma de cultivar sobre el agua junto a las orillas, y a bordo de sus barquitas, les ves cuidando de tomateras, frijoles o calabazas cuyas plantas se mecen sobre la lámina de agua al menor movimiento. Y también los pescadores del lago Inle idearon una forma de remar de pie, enroscando el remo en una pierna, para dejar las manos libres al echar las redes, y de nuevo es una imagen que no parece de este mundo. Les dicen los pescadores acróbatas. La placidez que se respira por este lago a mí me parece perfecta para terminar allí el viaje a Birmania, que echas muchas horas por unas carreteras imposibles por toda la parte visitable del país y, una vez en el lago, todo parece fluir lánguidamente y al ralentí.
Experiencia auténtica: alojarse en un templo birmano
Siempre se ha podido en algunos de ellos, pero es todo mucho más espartano que en Koyasán, y a diferencia de Japón, que os daba incluso la web de una asociación donde hacer las reservas de una noche en los templos, en Birmania es todo más a la aventura y, como digo, muy espartano.
Son lugares humildísimos, donde, a cambio generalmente de una pequeña donación, te dejan un lugar donde simplemente poder dormir, con todo muy básico, pero desde luego muy auténtico, que es en mi opinión lo más interesante para el viajero. Es un lugar muy poco trillado que no se parece a ningún otro y donde la gente yo creo que es la más adorable y más amable que he visto en mi vida. Lástima que no consigan sacar la cabeza y librarse de una vez de ese gobierno militar tan infame.