GRECIA

El Peloponeso, encuentro entre el Mar Jónico y el Mar Egeo

Pocos lugares más vírgenes que la Península del Peloponeso se pueden encontrar en el Mediterráneo. Sus playas, gastronomía y monumentos de la antigüedad convierten su territorio en un tesoro para los viajeros

Elena del Amo

Grecia |

En la costa del Peloponeso no se ven bloques de apartamentos por ningún sitio, solo colinas y bosques como cuando en sus aguas sólo zarpaban trirremes. Al tocar tierra encuentras tesoros como los templos y el estadio de Olimpia, donde en el siglo VIII antes de Cristo se celebraron los primeros Juegos Olímpicos, las ruinas de Micenas y Corinto, el magníficamente conservado teatro de Epidauro, sobre cuyo escenario siguen representando obras de Eurípides, Aristófanes o Esquilo en el festival que se celebra cada verano, o pueblitos deliciosos como Nauplia, Monemvasia o Pylos. Poco antes de cruzar el canal de Corinto, se puede pedir un deseo en el mítico oráculo de Delfos.

El Pireo y Atenas como lugar de partida

Atenas no es la ciudad más bonita y mejor conservada de Europa, incluso podríamos decir que está un pelín destartalada en pleno cogollo histórico. Los imprescindibles barrios de Plaka y Monastiraki se mezclan sin ton ni son con yacimientos milenarios con edificios setenteros tirando a feos. Entre los milenarios, te topas en pleno centro sin ir más lejos con las ruinas del Ágora, donde discurría la vida civil de la Grecia clásica. Allí pasearon Sócrates, Platón o Aristóteles y es donde los atenienses en siglo V antes de Cristo crearon nada menos que la democracia. Lo nuevo y lo viejísimo se mezclan un tanto caóticamente, pero esa es una de las gracias de Atenas.

Se come fenomenal y cuenta con un ocio nocturno y unos museos tremendos. La gente es muy simpática, desde los barrios de Plaka o Monastiraki te puedes acercar a otros menos turísticos como Kolonaki, Exarcheia o Thiseio, para asomarte al día a día de sus vecinos al margen de las riadas de visitantes. Desde casi cualquier lugar podréis ver la Acrópolis ya que queda en lo alto de un cerro que gravita sobre el mismísimo centro de Atenas. Miras hacia arriba y encuentras la roca sagrada despuntando en las alturas, lugar en el que se veneraba en sus templos a Zeus o a la patrona de Atenas, la diosa Atenea.