En cierto modo, Cerdeña es el refugio más secreto entre las grandes islas del Mare Nostrum, un territorio áspero y elegante, al mismo tiempo rudo y placentero, que ofrece un viaje lleno de sensaciones complementarias. Son las tierras menos pobladas y más ecológicamente puras de Italia. Ofrece playas y calas bañadas por aguas de color turquesa junto a bellas ciudades medievales y barrocas. Monumentos megalíticos y pueblos con encanto, paisajes agrestes en las montañas del interior y una gastronomía mediterránea sensacional. Y a todo esto se une el interés de percibir los restos de un pasado catalán que sigue vivo en la región del Alguer. Desde los puertos sofisticados de la Costa Esmeralda a los paisajes grandiosos de bosque y rocas en la Barbagia, Cerdeña tiene de todo para hacer un viaje mezclando lo sofisticado y lo salvaje, playa y montaña, cultura y diversión…
Cerdeña es uno de los secretos mejor guardados del Mediterráneo
Muchos no recordarán que la isla perteneció a las coronas de Aragón y de España durante cuatro siglos, desde el XIV al XVIII. Y para percibir ese pasado que empezó cuando la corona de Aragón conquistó la isla entre 1323 y 1326, hay que ir a la ciudad de Alghero, con su aspecto medieval, con sus murallas, sin edificios altos, salvo el hotel Catalunya que se levanta sobre el caserío con vistas estupendas sobre el puerto, el casco histórico y el paseo entre las murallas y el puerto. Desde el hotel hay un corto paseo hasta el Carrer Major y la catedral de estilo gótico catalán. Los nombres de calles están en alguerés, un dialecto del catalán que aún se usa, y comidas y costumbres vienen del tiempo en que la ciudad era capital de la isla bajo la dominación de la corona de Aragón. Aún conserva el hermoso casco viejo dentro del recinto fortificado, junto al puerto, y una alegre calma mediterránea. Hay un aire que resulta familiar, en una hermosa ciudad hecha para el paseo en el casco viejo y al borde del mar. Más allá del puerto viejo y los muelles de yates, empiezan las estupendas playas de arena que tienen la mejor puesta de sol de la isla. Alghero es capital de la Costa del Coral y puede ser punto de partida para descubrir las mil caras de la isla… Aún se habla un dialecto catalán y los rótulos de las calles son bilingües, Como capital de la costa del Coral es el mejor sitio para comprar artesanía y réplicas de joyas sardas.
La Costa Esmeralda es la que frecuentan los más ricos y famosos de Italia
Cerdeña es refinada y elegante en la Costa Esmeralda, donde siempre han veraneado Berlusconi y sus amigos financieros, pero esa costa fue comprada por el Aga Khan a los pastores en los años sesenta para convertirla en la más sofisticada de Italia. Hoy, las mansiones rodean la ensenada de Porto Cervo, donde atracan yates y veleros de la jet set italiana. Las terrazas del puerto reúnen a los ricos que llenan la Costa Esmeralda, aunque a pocos km, en el interior, hay pastores que viven en cabañas de piedra y que no conocen el mar. Porto Cervo está en el noreste de la isla, mirando a la península de Italia, y si vuelas al aeropuerto de Olbia enseguida puedes estar recorriendo las calas de aguas del color del paraíso, que apenas tienen arena, pero el espectáculo de roca y mar es realmente fascinante en Cala di Volpe y Porto Cervo. Se puede hacer un paseo arqueológico y también cruzar a la isla La Maddalena y probar una buena zuppa di pesce, y ya seguir en coche por la costa norte para llegar a Santa Teresa Gallura, asomada al estrecho de Bonifacio que la separa de la isla francesa de Córcega.
Córcega y Cerdeña son dos islas que están cerca pero son muy distintas. No tienen nada que ver la Córcega francesa y la Cerdeña italiana. Córcega es muy accidentada, Cerdeña más fácil de recorrer, llana y relajada, muy diferentes en paisajes, son dos viajes distintos. Desde Santa Teresa Gallura se ve Bonifacio en el sur de Córcega y es que están separadas por los 11 km de anchura del estrecho que separa el mar Tirreno del Mediterráneo Occidental. Y de allí puedes seguir a Castelsardo, muy popular y típica, quizá el lugar más bello de la costa norte, con gigantescas playas casi desiertas hasta las que llegan los pinos.
La isla de Córcega es bastante salvaje, no está tan volcada en el turismo como otras islas mediterráneas y es uno de sus grandes atractivos, que proporciona experiencias genuinas fuera de las grandes ciudades. En la costa oeste brillan al atardecer los mil colores de las casas de pescadores de Bosa y las columnas romanas frente al mar cerca de Oristano. Cerdeña es también un paraíso ecológico que ha conservado un entorno natural único. Muchas aves pasan el invierno en las marismas de la costa suroeste, que acogen flamencos, cormoranes y garzas reales junto a playas casi desiertas como las de la Costa Verde al sur de Marina di Arbus, de difícil acceso y de belleza espectacular. En el viaje siempre ves el paisaje con rebaños de ovejas blancas, hay tres por cada sardo, aunque hay una cosa aún más típica de Cerdeña, los nuragas, unas fortificaciones megalíticas, de grandes piedras, como castillos o torres muy antiguas, algunas son de 3500 años antes de Cristo, en sitios elevados. Hay 8.000 en la isla y se ven por todas partes.
Los nuragas se parecen a los talayots de las islas Baleares, a esas construcciones de grandes piedras de Mallorca y Menorca. Son de la misma familia de construcciones, con pesadas piedras apoyadas unas en otras, pero estas son más monumentales, más altas y complejas. Y también son típicas las iglesias románicas con bandas blancas y negras, de influencia pisana, muy bonitas. Aunque a mí me encantó el fuerte carácter del interior, de las montañas de Barbagia, donde permanece una Cerdeña ancestral de pastores viviendo en cabañas, haciendo queso y cuidando los rebaños. Los espectaculares bosques de montaña del interior guardan flora y fauna autóctona, y tradiciones y fiestas espectaculares de los pastores que habitan los valles cercanos a Nuoro, que es la capital de este mundo interior intacto, y que es un maravilloso refugio de artistas que buscan lo más auténtico, y gracias a ellos Nuoro tiene una bella concentración de museos.
Deberíamos visitar también la capital de la isla, que es Cagliari
En el puro sur, mirando a Túnez, que no está tan lejos, a unos 200 km, y es una ciudad muy interesante, que tiene palacios españoles y edificios de un barroco esplendoroso en la ciudad alta, desde donde se domina un paisaje en que el mar juega con la costa en albuferas, playas y marismas. Desde el Bastione San Remy hay hermosas vistas sobre el golfo, el casco viejo y la animación del puerto. En Cagliari se encuentran platos locales como el cuscús o el atún de almadraba y cerca del puerto vale la pena comer o cenar en Gennargentu, una trattoria de cocina típica sarda, con platos deliciosos como la frégula con almejas, la lubina a la Vernaccia o los asados de cordero y de lechón por encargo.
La costa está llena de restaurantes y de playas, además es una belleza la carretera panorámica que va de Cágliari a Villasimíus, donde espera a los buceadores el paraíso submarino de Serpentara. Hay que aprovechar que ahora hay vuelos directos a los aeropuertos de Cerdeña y allí yo recomendaría alquilar un coche y recorrer la isla, que está llena de playas donde puedes bañarte casi en solitario y husmear en la vida cotidiana de los pueblos. Lo mejor es que la vitalidad de los sardos llena de alegría el recorrido por Cerdeña, que no ha perdido el carácter a pesar de disfrutar del buen clima y el dulce abrazo del Mediterráneo y que ha sabido mantener a raya los excesos del turismo masivo, por eso conserva su alma con orgullo.