Empezamos esta ruta por los cementerios más destacados del mundo en París. Allí está el Père-Lachaise, el cementerio más visitado del mundo. Parece que cuando lo construyeron, a principios del s.XIX, los parisinos no estaban muy por la labor de pasar a la posteridad allí, una barriada entonces humilde y lejos del centro, aunque luego la ciudad creció tanto que ahora llegas al cementerio en metro.
Pues bien, las autoridades, para animar a los parisinos a elegir el Pere Lachaise como última morada, trasladaron allí los restos de Molière, La Fontaine y Abelardo y Eloisa, es decir, los Romeo y Julieta de la literatura francesa. Una vez dignificado el camposanto con su presencia, se volvió tan popular que había cola para enterrarse. Hay tantos famosos sepultados allí que hasta se organizan visitas guiadas por sus tumbas más ilustres.
En Génova hay otro cementerio imperdible si visitas la ciudad, el de Staglieno, con unas esculturas y unos panteones que van del neogótico al art déco, tan excesivos y teatrales que Mark Twain dejó escrito esto tan bonito tras recalar por Génova: “La última visita fue la del cementerio, del que seguiré acordándome una vez me haya olvidado de los palacios”.
En Italia, gente excesiva y teatral, los cementerios también suelen serlo. En el África rural a menudo ves apenas un campo de piedras hincadas en el suelo como rastro de quienes yacen bajo ellas. O en Londres, en Hyde Park, hay un cementerio no de hoy, sino de la época victoriana, ¡sólo para mascotas!
En Buenos Aires hay que visitar el de la Recoleta, en el barrio más aristocrático de la ciudad. También en él organizan visitas guiadas donde recalar por tumbas como la de Bioy Casares, las hermanas Ocampo o la mismísima Evita. Pero impresionan más aún todos los simbolismos que esconden y que se aprecian más si lo visitas con un guía. Aquí una serpiente que se muerde la cola encarnando la conexión entre el principio y el fin. Allá un huso y unas tijeras como advertencia de que el hilo de la vida puede cortarse en cualquier momento.
En cementerios andinos como el de Chichicastenango, en Guatemala, se puede ver a diario los rituales de los chamanes quedando incienso y escupiendo alcohol sobre un batiburrillo de templetes de colores cargados a su vez de significados.
O en tantísimos de Oriente, por China o Hong Kong, impresiona cuando ves en sus inmediaciones montones de tiendas con todo tipo de cachivaches de cartón a la venta: pueden ser fajos de billetes, cajas de cervezas, paquetes de tabaco o ropa de marca, un descapotable… ¡todo en cartón! que luego queman en la creencia de que el muerto seguirá disfrutando en la otra vida de todas las cosas que le alegraban la existencia en esta.
Las tumbas más visitadas
Una de ellas es la del cantante de los Doors, Jim Morrison, cuyos fans siguen dejándole cartas y botellas de bourbon. O la tumba de Oscar Wilde, donde se puso tan de moda estamparle besos de carmín, que acabaron cercándola con una pantalla de metacrilato para que no se estropeara de tanto lavarla para sacar el pintalabios.
En Père Lachaise, en París, yacen puñados de otros grandes de la cultura. Desde Proust y Balzac, a Modigliani, la bailarina Isadora Duncan o la inmensa actriz Sarah Bernhardt, de quien dicen las malas lenguas que, siempre perfeccionista, ensayaba para este último papel durmiendo en un ataúd.