Subir al Olimpo es una de las ilusiones de cualquiera que en Europa ame las montañas, así que supone la culminación de un sueño. Tal vez se trate de un pequeño sueño, ya que hablamos de una montaña que no llega a los 3000 metros y no presenta dificultades técnicas, pero hay tantos mitos a su alrededor y se trata de una cumbre especial. Además, si se empieza en el pueblo de Litójoro, hay que subir bastante y alcanzar la cima implica el orgullo de conseguir una meta a pesar del esfuerzo que ello suponga. Sobre todo para los que amamos no sólo las montañas, sino también Grecia.
El Olimpo es un destino al que hay que ir al menos una vez en la vida
El Olimpo, que es la montaña más alta de Grecia, tiene 2900 metros y se encuentra en la región de Tesalia, cerca ya de Macedonia. Litójoro, el pueblo que sirve de base para la ascensión, está a unos 90 kilómetros al sur de Tesalónica, la segunda ciudad de Grecia y a unos 400 kilómetros al norte de Atenas. Está bastante cerca de la costa del mar Egeo así que el desnivel es bastante fuerte en esta zona. Litójoro está a unos 300 metros de altitud. Si estás allí al atardecer, cuando el sol se pone por el otro lado de la montaña, ves que las sombras cubren rápidamente esta montaña que parece llegar hasta el cielo. La cumbre rocosa recibe el último rayo de luz y aunque sólo sea por el contraste con las oscuras gargantas que surcan las laderas, parece brillar. No es para menos, ya que se trata de la morada de los dioses. Homero ya nos habla de los “pliegues misteriosos” de la montaña en la que se encontraban los palacios de los doce dioses olímpicos que se reunían tempestuosamente en la cumbre.
La subida es factible para cualquiera que esté medianamente en forma
La poetisa Safo de Lesbos escribió que “Sendero hacia el alto Olimpo no lo hay para los mortales”, pero esta afirmación evidentemente no es cierta, al menos si hablamos del Olimpo material, físico, geológico. La subida, sobre todo en verano, es fácil aunque puede resultar un poco cansada para quienes no estén acostumbrados. Además desde Litójoro se puede ir en coche o en taxi hasta Prionia, lo que permite ahorrar cinco o seis horas de caminata y unos ochocientos metros de desnivel. Pero en la medida de lo posible, yo recomendaría hacer la ruta completa desde Litójoro, donde hay alojamientos, restaurantes y tiendas de comestibles.
La manera habitual de hacerla es en dos días y con independencia del lugar de partida lo normal es pasar una noche en el refugio que se encuentra en el camino, donde se puede encontrar cama y comida, así que se puede subir llevando un peso mínimo. La subida al trono de los dioses olímpicos tiene algo de mágico, o al menos me lo parece al emprender de buena mañana el camino y adentrarse en la naturaleza. Mucho más cuando se trata de una montaña semejante. Nada más pasar la última casa del pueblo el camino entra en un valle que surge desde lo más profundo de la montaña. Se avanza por territorio de un parque nacional entre robles, fresnos y arces siguiendo una senda que corre junto a un arroyo, pero esta imagen idílica era hasta hace pocas décadas una expedición llena de peligros. No porque estos valles fueran las fincas privadas de los dioses olímpicos sino porque eran territorios a los que no llegaba la ley y por los que los bandidos imponían su fuerza. Durante siglos, los kléftes, bandas de ladrones que dominaban la región, emprendían sus expediciones de saqueo desde sus escondrijos en estas soledades.
Ahora no hay que temer a estos kléftes, pero los primeros montañeros que en el siglo XIX pretendieron escalar el Olimpo, fueron asaltados por estos bandidos montañeses. Al cabo de unas horas se llega al monasterio de San Dionisios, del siglo XVI, que surge como una roca de la ladera de la montaña, en este valle boscoso. La fuente que brota en un rincón del patio alivia de todos los males. Y luego, unos pocos minutos más tarde aparece Prionia, adonde llega la carretera y donde afortunadamente, hay unos merenderos. Es el lugar donde comer y descansar antes de seguir.
Si hablamos de mortales, el primero en alcanzar su cima y del que hay constancia, fue Christos Kakkalos, un cazador y leñador local que sirvió de guía a dos viajeros suizos. Fue en agosto de 1913, hace exactamente 110 años. Conocemos la gesta de Kakkalos por sus acompañantes, los suizos Frédéric Boissonas y Daniel Baud-Bovy, que dieron a conocer su hazaña en toda Europa. Dijeron que Kakkalos fue el primero en alcanzar la punta Mytikas y que escalaba descalzo. Lo más emocionante es que este leñador probablemente analfabeto, había ido componiendo durante el ascenso un poema que recitó a voces al alcanzar la cima: “No grites, Mytikas, ni suspires, has sido conquistado por Kakkalos, el hombre más valiente”.
El camino sigue cuesta arriba, siempre cuesta arriba. Ya que quedan mil metros de desnivel hasta alcanzar el refugio. La subida se nota en las piernas, en el aire más fresco y en que se dejan atrás los fresnos y los robles y se empieza a caminar entre pinos y abetos. Así, diez horas después de salir de Litójoro, se llega al refugio. Allí se toma una plaza en una litera, se bebe una cerveza, se devora un plato de espaguetis y justo antes de desplomarse en el camastro hay que salir, asomarme a una terraza y ver como el mar, allá lejos, allá abajo, desaparece en la oscuridad. Era la misma imagen, invertida, que había tenido veinticuatro horas antes en el pueblo, cuando veía como las sombras cubrían la montaña y la cumbre parecía brillar con el último reflejo de luz del día.
A la mañana siguiente se empieza temprano, con el amanecer uno disfruta del desayuno en la montaña, en un bosque, algo digno de dioses, así que los trabajadores del refugio eran los equivalentes a los coperos de los dioses antiguos. Comienza la subida, el bosque clarea, los árboles se convirtieron en arbustos y pronto hasta estos desaparecieron. En la ladera pelada, una simple vereda serpentea hacia una cresta redondeada. A la derecha cae la pendiente por la que se sube y a lo lejos se veía el mar, donde seguramente había gente bañándose en la playa, disfrutando de tomar el sol y de no hacer nada más. Al final, después de mucho subir y subir se alcanza la cumbre, solo para descubrir que, como ocurre casi siempre, no era la cumbre verdadera.
Realmente adonde se llega es a Skala
Skala una de las muchas cimas del Olimpo, pero ni mucho menos la más importante. Ahí enfrente surge Mytikas, la verdadera cima, el lugar donde se reunían los dioses. Es apenas cincuenta metros más alta que Skala pero para llegar a ella, hay que descender por una ladera empinadísima de piedras sueltas, pasar por un estrecho collado que es una loma entre dos espantosos precipicios, o eso me parecieron y luego retomar la subida a la última cumbre por otra cuesta más empinada todavía. Mytikas parece, de verdad, algo digno de un dios.
La subida final es realmente complicada y hay gente que duda si continuar o no, si poder hacerlo o es demasiado difícil. Vale la pena lanzarse a la conquista del Mytikas, poco a poco, con mucho cuidado, sin mirar para abajo, sin detenerse para tomar ninguna foto, utilizando frecuentemente las manos y subiendo hasta que de repente, te encuentras en la cima. Mires hacia donde mires, la vista se extiende a decenas de kilómetros de distancia, con buena parte de Grecia extendiéndose hasta el lejanísimo horizonte. Parece que la tierra entera se encrespaba hasta alcanzar este punto y luego se precipitaba desde aquí hasta el mar, ese mismo mar por donde navegaron héroes y semidioses. En las reuniones entre los dioses en este punto se escribía el destino de los humanos. La Odisea, empieza precisamente con una de estas asambleas y en ella se decide el futuro de Ulises. Cada año llegan a este punto centenares y centenares de caminantes, la ascensión no tiene pasos difíciles de escalada y por tanto, no es algo realmente prodigioso.
Para conseguirlo sí hay que esforzarse y sobre todo, no rendirse. Llegar hasta allí es algo más que la subida a una montaña, es la inmersión en el mito y sobre todo, es una aventura personal que se disfruta enormemente.