Llevamos 336 días de guerra en Europa, pronto se cumplirá el aniversario de una situación que nunca creímos que viviríamos en suelo europeo, a cinco horas de vuelo. La guerra en Ucrania ya forma parte del paisaje informativo de fondo, nos acostumbramos a todo y todo acaba convirtiéndose en parte de la rutina de la información. Por eso, no viene mal pararse a pensar de vez en cuando qué supone tener esa carnicería de vidas aquí al lado.
Según un informe Noruego, la guerra ha matado ya a casi 300.000 personas. 180.000 según sus cálculos son rusos, y 100.000 son ucranianos. En las últimas horas la guerra ha entrado en una nueva fase, con la decisión por parte de los países aliados de enviar armamento pesado a Ucrania. Putin ha respondido, como se temía, recrudeciendo los ataques sobre suelo ucraniano.
Hay que hablar del escenario que abre la decisión de enviar tanques a Ucrania como Zelesnsky llevaba tiempo reclamando a sus aliados europeos. El acuerdo es una demostración de que los países de la OTAN están más unidos de lo que calculaba Putin, que nunca creyó seguramente que Alemania daría ese paso. Putin no contaba ni con la unión sin fisuras de los gobiernos europeos ni con la resiliencia de la ciudadanía en Europa, que de momento resiste las consecuencias de la guerra en su vida y economía. Hay protestas en las calles europeas, cierto, pero no el polvorín social que seguramente imaginó Putin como medida de presión para los gobiernos.