Atrás queda ya la moción de censura más extravagante de la democracia española, pero es cierto que ha dejado ecos en el debate público por alguna de las afirmaciones que allí se vertieron.
Uno de ellos es el retorno de la acusación de sobrerrepresentación de los partidos nacionalistas periféricos, como consecuencia indeseada de la ley electoral española. Una afirmación que ha sido desmentida varias veces con datos en la mano, pero que siempre vuelve porque, en el fondo, responde al más viejo de los sueños jacobinos: el de un país gobernado desde el centro, sin depender de los votos de la periferia. Como si España fuera Madrid y sus alrededores.
A algunos les gustaría que la distribución electoral fuera como la de las comunicaciones, o sea, centrípeta y radial. A algunos les parece un engorro que en las esquinas de la península viva gente que igual tiene hasta derecho a ser representada en el Congreso.
Vamos a reflexionar sobre la ley electoral en el tiempo de Gabinete. ¿A quién beneficia el cálculo electoral y a quién no? Y lo medular, ¿qué propuestas existen para reformarla? Eliminar la representación de los partidos autonómicos, ¿sería una forma útil de combatir el nacionalismo o más bien de exacerbarlo?