A todos nos gustan las historias de héroes… y a los medios de comunicación, hacernos eco de la épica de las pequeñas historias. La valentía, la resistencia, la fuerza de las convicciones, la lucha por la libertad…Todo eso son buenos mimbres para atrapar nuestra atención.
Nos admira desde hace dos semanas el comportamiento de los ucranianos, esos civiles que han decidido quedarse para defender su país, porque son personas que hasta hace quince días tenían una vida no tan distinta de la nuestra.
Nos maravilla que muchísimos europeos, por supuesto españoles también, recorran miles de kilómetros para rescatar a ciudadanos de Ucrania que huyen de la guerra. Esas mujeres polacas que ofrecen café o caldos calientes a los refugiados que llegan a la frontera. Los humanos somos capaces, individualmente, de lo peor pero también de lo mejor.
Pero, ¿puede ese heroísmo ser colectivo? Aplaudimos a los héroes desde el sofá, pero, ¿qué sacrificios estamos dispuestos a hacer por el bien común? Hablamos del día a día: quedarse sin vacaciones, apretarse el cinturón, renunciar a beneficios empresariales o a subidas de sueldo…o apagar la calefacción, como ha dicho Josep Borrell. Fíjense que ni siquiera planteamos jugarse la vida como están haciendo millones de ucranianos.