Hoy todos sentimos un gran dolor ante las imágenes que nos han dejado las aguas furiosas, esas que nos recuerdan que la naturaleza manda mucho porque ya estaba allí mucho antes que nosotros.
Más de 200 personas (cifra muy provisional), compatriotas que empezaron la semana como otra cualquiera, personas que tenían planes, proyectos e ilusiones, una vida, ya no están.
Es una lección de humildad para los que tuvimos mejor suerte. Vivimos en el primer mundo, en país próspero. Nos peleamos por "gilipolleces" pero basta que llueva mal para que nos alcance la catástrofe.
Ahora toca enterrar a los muertos, escarbar para encontrar a los desaparecidos, devolverle una vida digna a los que no la perdieron pero perdieron todo lo demás. Eso es lo urgente. Pero después, habrá que hacerse preguntas incómodas que hay que responder con sinceridad.
El cambio climático mata, pero también mata la ignorancia, la estupidez, la incompetencia y la soberbia. Y todo esto también ha tenido papel en esta tragedia.
Abrazamos desde aquí a los que perdieron tanto, o todo.