El partido popular quería reducir porcentaje y obviamente los demás, han dicho que no. Si el PP gastó, que se sepa, 12 millones en su campaña de diciembre, que fueron 3 millones más que el siguiente que fue el PSOE, no podía pretender que la rebaja fuera un tanto por ciento fijo para todos porque eso era claramente ventajista.
Los partidos emergentes querían un techo de gasto: o sea, una cifra máxima de gasto, igual para todos. Parecía lo más razonable, pero el PP dijo que ni hablar.
Por su parte el PSOE estaba dispuesto a lo uno u a lo otro: es decir en rebajar un porcentaje de lo gastado en diciembre o en marcarse un techo de gasto.
Al final, se han levantado de la mesa sin acuerdo alguno y cada cual hará de su capa un sayo. O sea, todos a gastar con alegría, que es como se gasta el dinero que no es de uno.
No es que la cifra global de lo que cuestan unas elecciones sea inasumible para un país con un billón de PIB, no es eso. Es lo que comporta, como síntoma y símbolo, de lo lejos que se instalan los políticos de aquellos a los que quieren representar.