Hemos tenido un fin de semana de muchísimos espectáculos, de esos gigantescos, con alfombras rojas, focos, flases, brillos... aquí tuvimos la entrega de los Premios Goya, en Estados Unidos tuvieron su Super Bowl y en Italia el famosísimo festival de Sanremo.
Este último, Sanremo, acompañado de polémica por el tono muy reivindicativo, político, casi contestatario contra el Gobierno italiano de la señora Meloni. Matteo Salvini, que es socio y vicepresidente de Meloni, pidió expresamente antes que no se politizase el acto y consiguió, a la vista de las intervenciones, justo lo contrario. Ya saben el famoso efecto Streisand.
De hecho, puede que el festival de Sanremo, con audiencias estratosféricas en Italia, haya vivido su última noche de protesta, porque las huestes de Meloni y compañía aún no han podido entrar de lleno en la RAI, pero lo harán sin duda en breve.
En comparación, nuestra gala de los Goya resultó discreta en lo político. Solo con algunos pequeños toques reivindicativos en el tema de la Sanidad Pública.
Parece que el mundo de la cultura tiene que domesticarse para que los conservadores no se sientan agredidos. Autocensurándose para no molestar a ningún segmento. El presentador, Antonio de la Torre, de alguna forma lo admitió cuando dijo que se podía hablar de todo y de nada al mismo tiempo.
Nos parece interesante reflexionar sobre el mundo de la cultura y lo que se espera de este tipo de actos. Que nadie pierda de vista que en política de lo que se habla en este momento es precisamente de la llamada "guerra cultural".