Uno de sus primeros viajes juntos fue una propuesta de Greenpeace para evidenciar los efectos del cambio climático en los casquetes del Ártico. A esa expedición también participó Alejandro Sanz.
Naranjo nos narra su experiencia la primera vez en el Ártico: allá en el 89, cuando era un chaval. Viajaban un grupo de seis colegas que sabían nada sobre donde se adentraban. “Nos entró tanto miedo cuando vimos el primer glaciar, repleto de grietas, que nos quedamos en una playa durante 15 días a que viniera un pequeño barco pesquero local a recogernos”, declara.
A pesar de que no consiguieran sus objetivos, “me enamoré profundamente de las regiones polares, un amor para toda la vida”, cuenta. Y de ahí, surgió la idea de hacer una expedición al polo norte geográfico, pero hubo que buscar patrocinio, préstamos y concesiones: nadie daba un duro por que Naranjo hiciera esa expedición.
Trece años después, todos habían abandonado el proyecto excepto él, que consiguió su sueño deportivo: llegar al polo norte geográfico.
Con el propósito de compartir sus experiencias, creó la agencia de viajes Mundo Ártico, para dar a conocer las regiones polares. Ahora vive de esto.
Ahora, este hombre que vive del frío, lo sabe todo sobre la Antártida: sus gentes, sus costumbres, sus atuendos… Asegura que ha estado en sitios inhóspitos donde jamás ha pisado el ser humano ni donde desgraciadamente nadie jamás vuelva a pisar.
Como dato curioso, nos relatan que los inuits del Ártico son capaces de distinguir doscientas clases de blanco: “Básicamente porque el hielo se congela y el agua de mar es diferente al agua congelada de un glaciar”, explica Naranjo.