Vamos a empezar por situar al protagonista de esta historia, un delincuente llamado Assi Moosh. ¿Quién es?
Assi Moosh nació hace 45 años en Kiryat Atta, un pueblo situado en Tierra Santa, cerca de Nazaret. Como todos los ciudadanos israelíes, cumplió el servicio militar obligatorio de casi tres años. Y muy poco después, comenzó a recorrer mundo y a delinquir. Su primera parada fue Tokyo. Allí, según la prensa israelí, montó una red de venta ambulante, que pronto transformó en una red de tráfico de drogas, algo que le trajo problemas con la mafia japonesa, la todopoderosa Yakuza. Moosh tuvo que salir precipitadamente del país y se instaló en Europa. Holanda fue su destino. Allí se camufló entre la numerosa colonia judía del país.
En aquellos primeros años del siglo XXI, los delincuentes israelíes comenzaron a tener mucha importancia dentro del mapamundi del crimen internacional, especialmente en el tráfico de éxtasis, una droga que vivió su época dorada en esos años. Moosh se asoció con un grupo criminal israelí establecido en Holanda, la capital mundial del MDMA, donde estaban en aquel momento casi todos los laboratorios del mundo. Desde allí, distribuían cargamentos de éxtasis a varios países, sobre todo al Lejano Oriente. En 2003, las policías de España, Nueva Zelanda, Australia, Japón, Tailandia, India y Brasil colaboraron con la policía de Israel y la Interpol para desmantelar esta banda, ya liderada por Moosh.
Y ese fue el primer encontronazo de Moosh con la Policía, su primera detención. Moosh fue detenido en Holanda, en una época en la que también viajaba con frecuencia a España. Otros de sus socios, hasta un total de catorce, cayeron en esta operación llamada Los Tres Mosqueteros en Nueva Zelanda, Brasil, Perú y Austria. Ya en aquel momento, Moosh era un tipo con capacidad de liderazgo y con bastante ingenio. Las reuniones en las que se distribuían las rutas de las drogas con las que traficaban tenían lugar en Tailandia, un país en el que se sentía impune y en el que, naturalmente, no tocaba la droga, habida cuenta de la dureza con la que es castigado allí el narcotráfico. La investigación de la policía israelí permitió conocer que la banda de Moosh también empleaba ciudadanos de aquel país para introducir en Europa cocaína procedente de Perú.
Pasó algo menos de cinco años entre rejas y decidió que era el momento de cambiar de aires. Varias policías europeas, entre ellas la española, tenían a Assi en sus radares y la presión hacia los traficantes israelíes creció porque comenzaron a enviar drogas de síntesis a Estados Unidos y la DEA apretó a sus aliados. España, por ejemplo, detuvo a uno de los principales narcos israelíes, Oded Tuito, que se había instalado en la Costa el Sol. La presión hizo que Assi cruzase el Atlántico y en el año 2009 llegó a Colombia procedente de Brasil. Y no eligió mal el lugar para recalar: se instaló en Taganga.
Taganga es una población de apenas 3.000 habitantes, situada junto a Santa Marta, la capital del Caribe colombiano, al borde del parque natural nacional de Tayrona, uno de los lugares más bellos de Colombia, que tradicionalmente ha estado dedicado a la pesca y al buceo. Assi Moosh llegó a Taganga y pronto descubrió que el sitio estaba lleno de posibilidades para el turismo. Compró una propiedad en la misma playa y construyó un hotel de tres plantas, al que llamó Casa Benjamín. Y se convirtió en operador turístico. Buscaba su clientela entre los isrealíes que, recién acabado el servicio militar, buscaban unas vacaciones en las que no faltase de nada.
Muy pronto, ya en el año 2010 y 2011 se empezó a hablar en Colombia de Casa Benjamín como un lugar bastante especial. Al hotel solo podían acceder chicas universitarias y menores de edad, todas ellas colombianas, y turistas israelíes. Moosh se dotó de una especie de guardia pretoriana, formada por unos pocos leales colombianos y por israelíes, procedentes de las fuerzas armadas, y, naturalmente, armados hasta los dientes. Casa Benjamín tuvo un efecto llamada y a Taganga comenzaron a llegar emigrantes israelíes, que montaron pequeños negocios: bares, restaurantes, pequeños hostales. Hasta el punto de que Taganga empezó a ser conocida como La Pequeña Israel.
Taganga y Santa Marta, el núcleo al que pertenece, se vieron pronto desbordadas por la presencia de los israelíes. La policía colombiana era incapaz de controlar a los hombres de Moosh, que se convirtió en una especie de reyezuelo, con su pequeño gran ejército. Los empleados del capo recorrían las calles de Taganga a bordo de furgonetas, provistos de armas y munición de guerra y controlaban, no solo la entrada al hotel Casa Benjamín, sino también, por ejemplo, la presencia de vendedores ambulantes que resultasen molestos para su clientela. Los responsables municipales de Santa Marta pidieron incluso al gobierno colombiano el envío de tropas para tratar de controlar a Moosh y los suyos, pero el israelí debía tener poderosas amistades, que bloqueaban cualquier iniciativa contra él. De aquellos años le viene uno de sus alias, El Intocable.
El intocable porque su negocio seguía funcionando, pese a lo visible que era. Hasta Casa Benjamín llegaban de forma periódica mujeres muy jóvenes, muchas de ellas menores de edad, procedentes, no solo de la zona de Santa Marta, sino de otros lugares de Colombia, como Antioquia y Bolívar. Entraban al hotel como parte de los paquetes turísticos que ofrecía Moosh, que también incluían fiestas de música electrónica y consumo de drogas. De hecho, los agentes antidroga colombianos intentaron relacionar a Moosh con un alijo de más de 300 kilos de coca hallado allí, pero El Intocable hizo valer su condición de intocable y siguió con su negocio, aunque los escándalos empezaron a ser demasiado aparatosos…
Alguien se dio cuenta de lo que ocurría en ese paradisiaco rincón del Caribe colombiano porque, además, Moosh comenzó a crecer. Abrió sucursales de Casa Benjamín, réplicas de su negocio, en lugares donde era más difícil pasar inadvertido, como Cartagena y Medellín. Las autoridades colombianas comenzaron a intentar ponerle coto. Regularmente, acudían al hotel de Taganga para realizar inspecciones en busca de alguna irregularidad que permitiese su cierre, pero Moosh tenía siempre todas sus licencias en regla y pagaba religiosamente sus impuestos. Esas visitas nunca se producían, claro está, cuando había menores siendo explotadas sexualmente, sino, naturalmente, en horarios más de oficina.
Moosh se había blindado, había sobornado a las personas adecuadas para poder seguir siendo impune. Pero sus actividades eran tan descaradas que no podía pasar inadvertido, por mucho que corrompiese. La policía instaló en Taganga una pequeña comisaría, justo enfrente de Casa Benjamín, para tratar de intimidar a Moosh y para controlar desde allí el acceso de las menores de edad que todo el mundo sabía que accedían a las fiestas organizadas por el israelí. Durante unos meses, la cosa funcionó, pero Moosh, un tipo al que no se le puede negar el talento para el mal, puso en marcha un plan B. Compró una casa en la parte de atrás del hotel, donde se instaló y mandó excavar un túnel que comunicaba con el establecimiento. Por ese pasadizo entraban las menores y la droga que se consumía en Casa Benjamín.
En 2016, las cosas empezaron a torcerse para Moosh. El 15 de junio de ese año, fue asesinado en Medellín el israelí Shay Azran, un tipo con el que Moosh había tenido algunas diferencias sobre la venta de algunas propiedades. La Dijin (policía colombiana) y la Fiscalía empezaron a recabar pruebas sobre la implicación del israelí en el crimen y sobre todos sus negocios. Se recogieron testimonios de una veintena de víctimas de explotación sexual, la mayoría de ellas niñas con graves problemas económicos o en situación de especial vulnerabilidad, que contaron con todo detalle como eran prostituidas por Moosh y los suyos en fiestas que duraban varios días y en las que corría la droga a mansalva. Las mujeres recibían unos 70 euros a cambio de sus servicios y estaban obligadas a estar conectadas permanentemente a un grupo de guasap llamado Purim –una festividad judía–, mediante el que eran convocadas por los cabecillas de la red en cada ciudad.
Esa investigación, sin embargo, no acabó con la detención de Moosh en Colombia, ha habido que esperar unos años.
Pero las cosas se le fueron complicando. En Taganga, su hotel era vigilado ya estrechamente, así que no tuvo mejor idea que trasladar una de sus macrofiestas a una playa privada, aunque a la vista de muchos vecinos. Durante un par de noches de enero de 2017, entre el 13 y el 14, los habitantes de Santa Marta vieron como se consumía alcohol y droga y muchas chicas menores eran tratadas como objetos sexuales por los turistas israelíes. La investigación sobre Moosh estaba avanzada. Casa Benjamín, en Taganga, casa Medellín, en la misma ciudad, y Casa Golán, en Cartagena, estaban bajo el foco de la Policía, cuando Moosh acudió a una oficina de Migración a hacer un trámite con su pasaporte.
Pero las autoridades colombianas hicieron bien su trabajo. Se enteraron de esa cita, en julio de 2017, supieron que acudiría sin el pequeño ejército que habitualmente le acompañaba y le detuvieron para expulsarle del país, argumentando que era una amenaza para la seguridad nacional. Le deportaron a Tel Aviv en diciembre de 2017 y le prohibieron la entrada en Colombia durante diez años. Paralelamente, las autoridades colombianas siguieron con la investigación sobre sus negocios turbios, que él negó en una entrevista concedida mientras esperaba su deportación.
Moosh era un hombre libre para circular por el mundo hasta diciembre de 2018. Fue deportado, como decíamos a Tel Aviv, pero las autoridades israelíes le relacionaban con el tráfico de drogas y salió pronto de allí, en dirección a España. En diciembre de 2018, la policía colombiana llevó a cabo una gran operación contra lo que ellos llamaron el Clan Benjamín, en la que desarticularon la red de Moosh y los suyos. Detuvieron a cinco personas, entre ellos un policía colombiano que pasaba información a los delincuentes, intervinieron doce inmuebles valorados en 16 millones de euros y libraron once órdenes internacionales de busca y captura, entre ellas la del propio Moosh. Sobre él pesaban los cargos de homicidio agravado, concierto para delinquir agravado, enriquecimiento ilícito, inducción a la prostitución, proxenetismo con menor de edad, estímulo a la prostitución de menores, turismo sexual, lavado de activos y tráfico, fabricación y porte de estupefacientes.
Y con todos esos cargos, elige España para esconderse.
La policía colombiana tiene muy buenas relaciones con Policía y Guardia Civil. Con estos últimos intercambia habitualmente información sobre fugitivos, así que el grupo de fugitivos de la UCO se puso manos a la obra para seguir la pista de Assi en España. Hasta aquí se había trasladad con su mujer colombiana y sus hijos, un niño y una niña de corta edad. La Guardia Civil descubrió que hasta finales de 2018, Assi residió en Ibiza con normalidad, con sus hijos escolarizados y con su verdadera identidad, pero todo cambia cuando se entera de que se han convertido en fugitivo.
Abandona las tres casas que tenía en Ibiza de manera precipitada, incluso dejando muchas cosas en ellas, como si fuese a regresar al día siguiente. Y empieza a utilizar media docena de identidades falsas y a buscar refugio entre colonias de ciudadanos de su misma nacionalidad. La Guardia Civil, cuando se da cuenta de que ha huido de Ibiza, comprueba las salidas de la isla por barco y por avión y encuentra un vuelo en el que había viajado alguien con una identidad que correspondía a una de las de Assi, así que empiezan a seguir su rastro por Barcelona.
Él y su mujer cambiaban de teléfono cada semana, tenía a su disposición varios domicilios, adoptaba medidas de seguridad en todos sus desplazamientos. La Guardia Civil llega a verle en una imagen de una vídeo cámara, pero cuando quieren llegar a él se dan cuenta de que ha abandonado el país, en dirección a Portugal.
Se escapa, pero los agentes de la UCO descubren, gracias a la vigilancia que tenían en torno a sus comunicaciones, que su destino es Portugal. Allí, en Oeiras, entre Cascais y Lisboa, fue detenido la semana pasada por la Policía Judiciaria, junto a su mujer. Él negó ser Assi Moosh, pero aún no le había dado tiempo a hacer lo que hacen muchos fugitivos: cambiarse sus huellas dactilares, gracias a las que pudo ser identificado plenamente. La noticia abrió los informativos de la mayoría de las televisiones colombianas, que también anunciaron el derribo de Casa Benjamín, el burdel que hizo millonario a Moosh y ha acabado con él en la cárcel… Cuando le expulsaron de Colombia, ya lo avisó…