Esta semana, en Territorio Negro, Marlasca y Rendueles nos traen el comienzo del juicio a Bernardo Montoya por el asesinato de la joven Laura Luelmo. Se trataba de un hombre conflictivo, más que fichado por la justicia por sus recurrentes robos y amenazas a mujeres, apuñalamientos y peleas y hasta por el asesinato de una anciana, por el que pasó más de 20 años en prisión.
Recién salido del penal, residía en El Campillo, en Huelva, dónde encontró, de nuevo, una víctima de sus atroces prácticas.
La llegada de Laura a El Campillo
Laura acababa de llegar a la pequeña localidad onubense proveniente de Zamora, para trabajar como profesora en un colegio de la zona en el que había conseguido plaza. Allí a penas conocía a nadie, salvo algunos vecinos que vivían cerca de la casa baja alquilada y barata, cercana al trabajo, que alguien le había conseguido.
Desde el principio, un vecino de etnia gitana que, según le comentaba a su novio, "la observaba mucho" llamó su atención, y la cercanía de sus respectivas casas la intimidaba cada vez que lo veía, incluso a pesar de desconocer su pasado.
Bernardo Montoya, un asesino reincidente
El vecino en cuestión, Bernardo Montoya, acumulaba varias causas por robos, peleas, intimidaciones y hasta un asesinato, que, en la mayoría de ocasiones, tenía como víctimas a mujeres. Adicto a la heroína y a la cocaína, Montoya fue condenado a 17 años de prisión en 1995 por el crimen a una anciana, pena que se redujo por considerar sus adicciones como atenuante.
Allí tenía una buena conducta, lo que hizo que contara con varios permisos de salidas, en las que reincidió hasta en dos ocasiones, en los años 2008 y 2015, asaltando y robando a varias mujeres. Sin embargo, la suma de ambas condenas lo dejaron libre en octubre de 2018. El asesinato de Laura se cometería tan solo dos meses después, tiempo que tardó Montoya en reincidir de nuevo.
El día en el que ocurrieron los hechos
Se trataba de una mañana de diciembre, concretamente la del miércoles día 12, en la que, según las cámaras de seguridad de la zona, Laura salió a hacer la compra a un supermercado cercano bajo la atenta mirada de Montoya, que la vio salir y esperó a su regreso para secuestrarla.
Durante estos tres años, el presunto asesino ha cambiado de versión hasta en dos ocasiones, afirmando en un primer momento que la llevó a su casa para que le ayudara a mover unos muebles, para luego reconocer que la atacó y secuestró directamente.
Desde ese momento, transcurrieron 75 minutos en los que, según la fiscalía, la acusación y la Guardia Civil, Montoya agredió sexualmente a la joven después de haberla atado y golpeado ante el insistente intento de ésta por salir de allí. Sin embargo, él sostiene que aunque lo intentó, no lo consiguió por ser impotente, y lo cierto es que posteriormente se encontraron restos biológicos en la vagina y en los pechos, pero no de semen.
El cuerpo de la joven apareció con un chaquetón y desnudo de cintura para abajo, y según los investigadores y el propio acusado, fue trasladado en un coche hasta un camino rural, a cuatro kilómetros del pueblo, donde, antes de abandonarla, percibió que estaba aún viva y la ahogó con una manta que posteriormente retiró por el riesgo de que fuera una prueba contra él.
El juicio, tres años después
En el juicio que ha comenzado esta semana, y que insólitamente está siendo a puerta cerrada incluso para los medios de comunicación, el jurado deberá decidir si el acusado es culpable de los delitos de secuestro, agresión sexual y asesinato, y si debe ser condenado a prisión permanente revisable. A Montoya lo definen como un tipo frío, con predilección por atacar a mujeres, que, incluso después de matar a Laura, desinfectó su casa con lejía y se quedó con la compra que la joven salió a hacer y que finalmente le costaría la vida.