Empecemos por viajar en el tiempo hasta el 19 de julio de 1995 y en el mapa de España hasta la localidad cordobesa de Puente Genil, un pueblo de treinta mil habitantes ¿Qué pasó ese día? Ese día del verano de 1995, entre las ocho y media y las nueve de la tarde, Casterina Carrillo Fernández, Casta para todos los que la conocían, salió a dar una vuelta con su bicicleta por un paraje conocido como el camino de Montalbán, una vieja calzada paralela al río Genil, una zona frecuentada por caminantes, deportistas y alguna que otra prostituta.
Este paseo lo solía hacer en compañía de una amiga, otra vecina de Puente Genil, pero ese día su amiga estaba en Córdoba y Casta decidió hacerlo sola. Después de ver un capítulo de Los Vigilantes de la playa en televisión y aprovechando que bajaba el calor, agarró su bici, una mountain bike negra y naranja, y se puso en marcha. Durante su recorrido se encontró con varios vecinos e incluso habló con algunos de ellos, según revelarían después a la Guardia Civil. Sin embargo, esa noche no regresó a casa.
Rápida voz de alarma de sus padres
Los padres de Casta, la mayor de cinco hermanos, dieron rápidamente la voz de alarma porque era una mujer muy responsable y poco amiga de aventuras. Era graduada social y estaba muy unida a su familia. Los padres y vecinos de Casta buscaron durante siete días a la chica.
Un agricultor encontró la bicicleta en medio de la calzada el mismo día de la desaparición, antes de que se diese la voz de alarma, y la desplazó a la cuneta. Otro vecino vio esa bicicleta apartada y sin dueño: no sospechó nada, pero recordaba la hora porque sonaron las campanadas de las diez en la iglesia del pueblo. Nadie más volvió a ver la bici de Casta y hubo que esperar ocho días para dar con el cuerpo de la joven.
¿Dónde y en qué circunstancias fue encontrado el cadáver?
Fue hallado por unos agricultores en medio de un olivar el 27 de julio. El calor de esas fechas había acelerado su descomposición. No estaba demasiado lejos, tan solo a unos cuatro kilómetros, ni se habían molestado en ocultarlo, pero el fuerte olor que desprendían los pechines, los residuos de las aceitunas de los olivos desperdigados por el campo, hizo que el tufo de la putrefacción del cadáver no delatase antes su presencia. El cuerpo estaba completamente desnudo, tan solo conservaba una zapatilla, encogido y de costado.
El lugar donde fue hallado el cadáver no fue debidamente acordonado y por allí pasaron muchos curiosos que contaminaron la escena antes de que se llevase a cabo una inspección ocular rigurosa. La Guardia Civil tomó fotografías del cuerpo en blanco y negro, cuando hace mucho que el color se había incorporado a las cámaras de fotos. La inspección fue deficiente y ni siquiera se tomaron muestras de la tierra bajo el cuerpo para determinar si Casta falleció en ese lugar, fue depositada allí poco después de desaparecer o algunos días más tarde.
El cuerpo de Casta fue enviado al cementerio de Puente Genil, donde un forense novato liquidó la autopsia en apenas noventa minutos, algo insólito en un caso que se sabía desde ese instante que sería muy complejo. El inexperto médico solo certificó que la mujer había muerto de un fuerte golpe en la cabeza, propinado con una piedra, que nunca fue hallada, pero ni siquiera pudo determinar si la chica había sido agredida sexualmente. Encontró vello púbico en una de sus manos y unos restos de sangre entre las uñas. Se dijo entonces que del pelo no podía extraerse ningún dato porque carecía de raíz.
Las primeras gestiones se centraron en la búsqueda de testigos que pudieran haber visto cómo Casta fue asaltada o secuestrada, pero no hubo éxito. Algunos vecinos que vieron a Casta aquella tarde en su bici recordaban la presencia de un coche oscuro aparcado en la cuneta y conducido por un hombre con bigote, que nunca fue identificado.
La misma noche del hallazgo del cuerpo hubo una llamada anónima a la Policía Local de Puente Genil: alguien, en evidente estado de nerviosismo, reveló un nombre y un apellido de una persona supuestamente relacionada con el crimen. La Guardia Civil comprobó que no había empadronado nadie con esa identidad en Puente Genil y se olvidaron de la llamada. Doce años después, un investigador retomó esa pista y comprobó que había cinco personas con el nombre y el apellido que decía la llamada en varios pueblos cercanos a Puente Genil.
Hubo una detención semanas después del crimen, que sirvió para calmar los ánimos y las protestas que empezaban a surgir en Córdoba, una provincia entonces muy poco habituada a los asesinatos. El detenido era un vecino de Lucena que se movía por los pueblos de alrededor montado en una furgoneta y que estaba diagnosticado de depresiones. Antes de que se hallase el cuerpo de Casta, el hombre fue visto en actitud sospechosa en el cementerio del pueblo. El hombre dijo estar allí porque quería confesarse ante los monjes que cuidaban el cementerio y accedió a que los hombres de la batida pudieran registrar el interior del vehículo. No había nada salvo algunas gotas de sangre, a las que nadie dio importancia en ese momento.
¿Y ese hombre fue completamente descartado?
En un principio quedó descartado, pero se volvió a él después de una sorprendente revelación. Semanas después del hallazgo del cuerpo de Casta y de su entierro, su padre fue a rezar frente a su tumba. Allí le abordó un monje perteneciente la Orden de los Hermanos de la Resurrección y le preguntó si ya habían dado con el asesino de su hija. Cuando Cipriano dijo que no, el monje le contó que el hombre de la furgoneta se había confesado con el prior de la orden como autor del crimen.
¿Esa revelación sirvió para resolver el crimen?
Cipriano, el padre de Casta, se agarró a aquella confesión y le contó todo a la Guardia Civil, que sabía que el prior, el supuesto receptor de la confesión, no iba a romper el secreto al que le obligaban sus votos, así que intentaron interrogar con el monje que había hablado con el padre de Casta, pero había desaparecido. Aun así, el hombre de la furgoneta fue detenido en diciembre de 1995. Su testimonio presentaba algunas contradicciones. Se le tomaron muestras de ADN y de la sangre hallada en su furgoneta. Estuvo varios días en la cárcel, hasta que finalmente se encontró al monje en Sevilla, ingresado en un psiquiátrico después de haberse intentado suicidar, según su relato, porque había acusado a alguien de un crimen sin motivo. Esa confesión provocó la puesta en libertad del sospechoso y, además, las pruebas forenses dieron también resultado negativo. Los restos de sangre en su furgoneta eran de origen animal y el ADN no coincidía con el hallado en el cuerpo de Casta.
¿Qué vías se siguieron a partir de ese momento?
El caso comenzó a pasar por todos los episodios de los casos que se prolongan en el tiempo: cambios de jueces, de fiscales, de investigadores... El padre de Casta dejó de trabajar como camionero, vendió el vehículo y dedicó todos sus esfuerzos y sus ahorros a tratar de hacer justicia con su hija. Logró que en la Universidad de Santiago de Compostela, que cuenta con el laboratorio de genética más avanzado de Europa, sacaran muestras de ADN de aquel vello púbico y de la sangre que la joven tenía en las uñas, restos biológicos que resultaron ser de dos varones diferentes y que aún hoy siguen anónimos. También solicitó infructuosamente una segunda autopsia del cadáver, para poder determinar con mayor las circunstancias del asesinato de su hija.
En el año 2007, la aparición de un testigo volvió a dar aliento al caso. La justicia otorgó a este hombre la condición de testigo protegido. Se trataba de un viudo residente en Lucena a quien alguien contó que años atrás participó en un crimen. Según su relato, los asesinos de Casta fueron cuatro hombres procedentes de Lucena que iban en un coche, borrachos y drogados, camino de Écija, donde iban a comprar estupefacientes. Vieron a una mujer joven y la intentaron forzar. Ella se resistió, recibió un golpe con una piedra y murió, algo que encaja con las circunstancias del hallazgo del cuerpo. Después, según este testimonio, intentaron ocultar el cadáver quemándolo, aunque no lo lograron. La autopsia, en ese sentido, como en tantos otros, fue poco concluyente.
¿Y ese testigo protegido ayudó a arrojar algo de luz en el caso?
Poco después, a principios del año 2008, trece años después del crimen, el juzgado archivó el caso. La familia recurrió a la Audiencia, que en agosto de ese mismo año dio la razón al juez instructor, al considerar que "el testimonio que señalaba a un grupo de personas, del que solo se conocía una identidad, era de poca consistencia y que la investigación ha llegado a un punto muerto donde lo más aconsejable era archivar el caso". Fue lo último que se hizo para tratar de poner nombres y apellidos al asesino de Casta.