“Les cortaba la cabeza y a uno le saqué el corazón”, dice con tranquilidad pasmosa Francisco García Escalero a Jesús Quintero en una entrevista que le hizo en el hospital psiquiátrico penitenciario de Fontcalent (Alicante). Ya había sido juzgado y considerado autor de once asesinatos, aunque, dado su estado mental, fue absuelto de todos sus crímenes porque no era responsable de lo que hacía. Eso sí, la Audiencia de Madrid le condenó a estar encerrado en un centro psiquiátrico penitenciario hasta que se curase, a sabiendas de que no se iba a curar nunca, así que era una condena de por vida, que se acabó en 2014, cuando García Escalero falleció.
García Escalero pasó a la historia como ‘el matamendigos’, ‘el asesino de mendigos’ y está en los primeros lugares entre los asesinos en serie más terribles de España. Francisco, nacido en 1954, era el hijo de un albañil que emigró de Zamora a Madrid y de una ama de casa, Gregoria, con la que mantenía muy malas relaciones. Su padre murió cuando él era muy joven y su madre falleció después de que Francisco saltase tristemente a la fama, incluso estuvo presente en el juicio. Los padres y el único hermano de Francisco residían, y esto veremos luego como le marcó, a 200 metros del cementerio madrileño de la Almudena.
Sólo fue al colegio un año, pasó por algún reformatorio y desde bien joven le gustaba ir al cementerio para dar rienda suelta a su afición por la muerte. También dio síntomas tempranos de tener una sexualidad muy desviada: siendo adolescente miraba por las ventanas a las mujeres y a las parejas y se masturbaba... Y también tenía tendencias suicidas: se hacía cortes en los brazos y se lanzaba en medio de la carretera con la esperanza de ser atropellado.
A los 16 años pasó unos meses en prisión porque se dedicaba a cometer pequeños robos de coches y motos. Poco después, a los 17 años, fue condenado por una violación. Pasó más de diez años en la cárcel y varias veces tuvo que ser trasladado a hospitales psiquiátricos. En 1980, a un médico del Hospital Valdecilla de Santander le bastó una entrevista para diagnosticarle un cuadro psicótico. Al año siguiente pasó dos semanas en un psiquiátrico por las alucinaciones que padecía, le dieron neurolépticos y le ataron cuando fue necesario…
Y en 1982, cuando fue trasladado al psiquiátrico desde la prisión de Burgos, donde cumplía condena, ya dio síntomas del monstruo que llegó a ser. Leemos párrafos de los informes de esa época que recogen las palabras de García Escalero: “Me traen (al hospital) porque allí (en prisión) tenía miedo de que ocurriera algo pues podía tener fácilmente un cuchillo, había bebido y era fácil tener pelea… Me pongo nervioso con la gente, no sé lo que hago, igual puedo romper la celda o hacer algo”.
En esos años, García Escalero aún no ha matado a nadie, que se sepa. Está ingresado en la cárcel cumpliendo una condena por violación, le mandan varias veces a psiquiátricos y lo que sorprende, ¿nadie aprecia su peligrosidad?
Daba síntomas terribles. Él mismo cuenta a los psiquiatras que en la prisión de El Dueso le gustaba guardar en su celda pájaros y otros animales muertos, de los que decía que eran sus mejores amigos. Y los funcionarios lo único que hacían era inflarle a pastillas. Finalmente, salió en libertad en 1986 y ya comenzó a vivir de forma absolutamente marginal. Sobrevivía pidiendo en la calle, en las iglesias, robando y dormía en la calle y los albergues. Bebía entre dos y tres litros de vino al día, tomaba narcóticos y muy de cuando en cuando consumía heroína o cocaína.
Y poco después empieza a matar y a entrar y salir del hospital psiquiátrico de Madrid sin que nadie se dé cuenta de que García Escalero era un asesino extremadamente peligroso. Y eso que él mismo lo avisaba… Es lo más sorprendente de esta terrible historia: todos los avisos que dio el propio asesino. Sus crímenes seguían siempre el mismo ritual: se juntaba con otro mendigo y con el dinero que habían sacado, compraban cartones de vino. Bebían y en un momento dado, lo que él llamaba “voz interior” le llevaba a matar a puñaladas o pedradas a su colega. Luego quemaba los cuerpos con colchones viejos y cartones, los mutilaba, los decapitaba y a veces les cortaba las yemas de los dedos para dificultar su identificación.
El 15 de diciembre de 1990, Escalero ya había matado a varios mendigos, aunque nadie le había relacionado con esos crímenes, y es ingresado en el hospital psiquiátrico provincial de Madrid. Dice claramente que siente arrebatos de matar a alguien, que no puede estar con nadie en la habitación porque la presencia de cualquier persona le desencadena ideas de matar. Pero al día siguiente solicita el alta voluntaria y el médico no considera oportuno retenerle. Esto puede parecer grave, pero lo terrible es lo que ocurre en el siguiente ingreso de García Escalero.
Hablamos del 31 de marzo de 1992. El mendigo asesino, que ya ha dejado casi una decena de cadáveres por Madrid, acude al hospital Gregorio Marañón por su propio pie… Pide que le dejen ingresado allí, que está peor desde que mezcla el alcohol con drogas como la cocaína y dice textualmente que teme perder el control y volver a cometer algún homicidio. En el Gregorio Marañón le derivan al centro de su zona, el Ramón y Cajal, y allí también pide que le ingresen para evitar volver a matar a alguien.
Desde este hospital le mandan al psiquiátrico, donde le envían a casa al día siguiente porque consideran que los crímenes a los que hace referencia son mentira y que los cuenta para que le den cobijo allí. Lo más increíble es el diagnóstico que algún médico firma para justificar el alta: “ausencia de trastornos psicopatológicos agudos que justifiquen su ingreso”. Hablamos de un hombre que fue definido como un paradigma de la locura solo dos años después, tras ser encarcelado y analizado por el doctor Juan José Carrasco.
¿Cómo es posible que nadie detectase su peligrosidad y que nadie creyese los crímenes que él mismo contaba? Parece mentira, porque en ese mismo informe cuentan que cuando iba a ser enviado a su casa amenazó a los enfermeros con unas tijeras y lo tuvo que trasladar la policía. Nueve meses después, vuelve a ingresar en el psiquiátrico porque llamó a la policía diciendo que le protegieran porque creía que sus vecinos se habían puesto de acuerdo para matarle.
En febrero de 1993 la policía le vuelve a llevar al psiquiátrico porque es sorprendido desenterrando cadáveres en el cementerio de la Almudena y masturbándose delante de ellos. En esta ocasión, los médicos intentaron que un juez dictaminase su ingreso en el centro, pero no hubo manera, pese a que avisaron de su peligrosidad potencial.
Y los crímenes siguen y nadie hace nada… En junio y en septiembre de 1993 vuelve a ingresar y cuenta cosas como que ha matado a una mujer y a su hijo, que ha empujado por las escaleras a otra, avisa de que va a matarlos a todos a puñaladas para que le dejen en paz, que va a pagar a alguien para que mate a sus vecinos o que va a dejar el gas puesto para que estalle la casa… El episodio de las escaleras es cierto: una mujer acabó ingresada después de que Escalero la arrojase por las escaleras. Sin embargo, no se hacen más comprobaciones, ni se llama a la policía para que coteje lo que decía.
Y a esas alturas había matado, al menos, a diez personas. En los últimos siete años habían sido hallados en distintos rincones de Madrid, muchos de ellos cerca del cementerio, los cadáveres de mendigos apuñalados, lapidados, mutilados… La mayoría de las veces nadie se preocupaba por ellos, eran mendigos sin ningún arraigo y tampoco la policía tenía la sensación de que estaban ante el mismo autor, pensaban que se trataba de peleas primitivas, por un cartón de vino, por la puerta de una iglesia, broncas entre mendigos.
Pero en este último ingreso ocurre algo que desvelaría los terribles crímenes de García Escalero. El 19 de septiembre de 1993, tres días después de ingresar, Francisco se fuga junto a otro indigente, Víctor Luis Criado. Pocas horas después, Escalero regresa solo al psiquiátrico. El cadáver mutilado y quemado de Víctor aparece junto al cementerio de la Almudena. En esta ocasión, la policía sí logra reconstruir las últimas horas de la víctima. Les cuentan que se había fugado junto a otro indigente, García Escalero. Que éste regresó solo y que horas después se lanzó contra los coches en la autovía de Colmenar. La conexión estaba clara.
Y la policía detiene a García Escalero. Le acusa de la muerte de Víctor Luis Criado, pero escucha una confesión que no sé si tiene parangón en nuestra historia criminal. Los agentes del Grupo de Homicidios de la Brigada de Policía Judicial de Madrid tenían unos cuantos crímenes de mendigos sin resolver. Tras escuchar con todo detalle cómo Francisco contó cómo machacó el cráneo de su compañero de fuga, los agentes comenzaron a preguntar por los crímenes de limosneros sin esclarecer…
Y Escalero, esquizofrénico, loco, con delirios… guardaba en alguna parte de su mente los detalles de sus asesinatos… Con una precisión asombrosa contó desde su primer asesinato, el de un hombre junto al que había estado pidiendo en el Retiro, hasta el penúltimo, el de su compañero de correrías, un mendigo conocido como El Rubio que la policía cree que fue cómplice de Escalero en algunos de sus crímenes. Contó cómo cortó la cabeza de una mujer a la que tiró un pozo, cómo mutiló el pene de una de sus víctimas y se lo metió en la boca con ella aún viva, cómo arrancó el corazón de otro indigente, cómo arrojó a tres de sus víctimas a un pozo… Incluso confesó tres crímenes más que la policía no pudo atribuirle porque no había ningún resto con los que relacionarle.
El doctor Carrasco, que analizó la mente de Escalero y la definió como un paradigma de la locura, lo dice así de claro: “un fracaso estrepitoso de la sociedad en general y más en concreto de sus instituciones. Fracaso porque no han sabido o no han podido detectar, prevenir o poner los medios para en definitiva evitar del que ocurrieran unos hechos como los que se le imputan a Francisco”. Y el doctor llevaba toda la razón. Esclaero dio múltiples avisos.
Fue sorprendido desenterrando cuerpos en el cementerio y masturbándose frente a ellos, le vieron en el depósito de cadáveres de un hospital, tuvo varios episodios violentos y, sobre todo, cada vez que ingresaba en un hospital casi pedía a gritos ser ingresado. Pero alguien, años atrás, decidió que los enfermos mentales no debían estar en hospitales, sino al cargo de sus familias. Pero, claro, Escalero no tenía familia. Esa reforma daría para otro territorio negro.