Comencemos por lo que va a pasar este martes en la Audiencia de Madrid. Ortiz se sentará en el banquillo de los acusados.
Va a responder por cuatro ataques a otras tantas niñas, que tenían entre cinco y nueve años cuando fueron víctimas del pederasta. Los delitos que se le imputan son muy graves: detención ilegal, agresión sexual, violación y lesiones. Una de las acusaciones también considera que en dos de los ataques, Ortiz pudo haber matado a las pequeñas, así que suma a los delitos anteriores dos tentativas de homicidio. La Fiscalía pide para el procesado 77 años de cárcel, mientras que esa acusación particular de la que te hemos hablado eleva la petición hasta los 146 años. Para que quede claro, hasta en el peor de los casos, Ortiz pasará un máximo de 30 años entre rejas.
Un panorama, desde luego, muy complicado para el acusado en un juicio en el que, por cierto, no habrá jurado. Será un tribunal profesional el que juzgue a Ortiz y el que tendrá que valorar las pruebas que hay contra él.
El juez que instruyó la causa fue muy riguroso y garantista y solo procesó a Ortiz por los hechos en los que tuvo suficientes pruebas para hacerlo. De hecho, la policía quiso imputar a Ortiz otros tres ataques más, pero el magistrado consideró que no había indicios suficientes para ello. Vamos a repasar las pruebas que hay en cada uno de los cuatro casos por los que será juzgado. En el primero, ocurrido en septiembre de 2013, la niña –conocida como TP2 en el sumario-, que tenía cinco años cuando Ortiz abusó de ella en su coche, reconoció al pederasta en una rueda de reconocimiento.
Esta es la acusación más endeble, sobre todo porque es cierto, como mantiene su abogado, que cuando la niña se sometió a esa rueda la foto de Ortiz había sido difundida. En su siguiente ataque, el de la TP3, sin embargo, Ortiz está muerto procesalmente hablando porque las pruebas son abrumadoras: ADN del pederasta en la ropa de la niña, dos huellas dactilares de la pequeña en una funda de almohada que había en la guarida del pederasta, una mancha de sangre de la TP3 en un cubrecolchón de la misma vivienda, una huella de pisada en la casa del pederasta compatible con las zapatillas que llevaba la pequeña… Además, la TP3, que tenía nueve años en el momento del ataque, reconoció a su agresor en rueda y, lo que es más importante, hizo una meticulosa descripción e incluso dibujó con todo detalle el domicilio del pederasta.
Ya nos habéis hablado de esa niña en otros territorios y es, sin duda, la mejor arma del fiscal y las acusaciones, junto a las pruebas científicas. En el caso de la TP4, una cría de seis años a la que el pederasta destrozó física y psicológicamente, el ADN de Ortiz estaba en sus ropas y en su vagina y, pese a su estado, del que luego hablaremos, también le reconoció en una rueda. En el último de los ataques por los que será juzgado, el de la TP5, una niña que tenía siete años cuando Ortiz abusó de ella en su coche, la policía científica encontró el ADN del procesado en las ropas de la pequeña, que también le reconoció. Además de todo esto, hay informes de los posicionamientos del teléfono del acusado que hacen compatible su presencia en los escenarios de los ataques.
Y ante todo esto, que parecen pruebas abrumadoras, la estrategia del abogado defensor de Ortiz es la misma que ha seguido a lo largo de la instrucción. Está empeñado en anular el registro de la guarida del pederasta, la casa de la calle Santa Virgilia a la que habría llevado a dos de sus víctimas, por ciertas irregularidades formales. Sabe que ese registro es muy importante, porque allí quedó la sangre, las huellas dactilares y hasta la pisada de la TP3. Además, el abogado de Ortiz trató de demostrar que algunos de los rastros biológicos atribuidos a él pueden pertenecer a otros familiares varones del procesado.
La policía hizo, una vez más, los deberes: localizaron a un tío y a dos hijos del pederasta que, lógicamente, nada tenían que ver con los delitos que se investigaban. Incluso se hizo un informe para comprobar que sus teléfonos no estaban en el lugar de los hechos. No sabemos si la defensa insistirá, como hizo en la instrucción, en tratar de desviar la atención a otros sospechosos, que los hubo.
Hasta principios de septiembre de 2014, la policía no estuvo segura de que Ortiz era su hombre. El 27 de agosto le identificaron en la calle, gracias a un dispositivo que se montó en todos los gimnasios de la zona, como contamos aquí. Al comprobar sus antecedentes, los coches que manejaba, sus domicilios, los posicionamientos de su teléfono… se centraron en él, pero antes hubo unos cuantos sospechosos, dos de ellos muy cualificados, que cumplían varios requisitos para ser el pederasta buscado.
Uno de ellos era un vecino de un pueblo del oeste de Madrid que fue identificado en la zona de los ataques, fotografiando con su Tablet a las niñas que había jugando en los parques. Cuando se le cacheó, encontraron en su poder varios orfidal, un fármaco que contiene lorazepam, la sustancia que el pederasta dio a la TP3. Además, su aspecto coincidía con la descripción que las víctimas hicieron de él, así que la policía decidió seguirle a partir de ese momento.
Los seguimientos reforzaron las sospechas porque tenía un comportamiento muy extraño: viajaba desde su domicilio –a unos 20 kilómetros de Madrid- en coche hasta Aluche. Allí se subía al metro y recorría entre diez y veinte estaciones para llegar hasta la zona de Ciudad Lineal y Hortaleza. Allí se dirigía siempre a los parques infantiles y miraba y fotografiaba a las niñas. Precisamente, uno de los parques donde fue visto fue en el que sustrajeron a una de las pequeñas. Este sospechoso quedó descartado cuando el estudio sobre su teléfono hizo imposible que estuviese en los lugares de los delitos en el momento de producirse.
Una de las líneas de investigación que se siguieron fue la de las dos modelos de coches empleados por el pederasta. Se trataba de un Citroen Xsara y un Toyota, así que la policía rastreó entre decenas de miles de coches buscando a alguien que tuviese a su disposición simultáneamente coches de estos dos modelos. Los investigadores dieron con una persona que cumplía este requisito, pero además, acudía a un gimnasio del distrito de Hortaleza –una de las zonas de caza del pederasta- y su aspecto era similar al que describían las víctimas. De nuevo, el posicionamiento de su teléfono le descartó por completo.
Buceando en el sumario hemos encontrado un episodio que no sabemos muy bien cómo calificar. Imaginen la situación: toda la policía de Madrid en alerta, a la caza de un peligroso agresor sexual en serie… Pues bien, cuando la alerta era máxima, el hombre que mañana se sienta en el banquillo acaba en una comisaría. Vamos a intentar explicarlo bien, porque ya sabemos lo aficionados que somos aquí a ver conspiraciones.
El 14 de agosto, es decir, después de la agresión de tres niñas –aún no había secuestrado a su cuarta víctima- Ortiz es interceptado por una patrulla de la Policía Municipal después de hacer un adelantamiento peligroso junto al complejo policial de Canillas. Los agentes le identifican –en aquel momento aún no era sospechoso- y comprueban que el Xsara Picasso que conducía –fue el coche en el que se llevó a su última víctima- figuraba como sustraído en la base de datos, así que le piden que les acompañe a la comisaría de Hortaleza.
Y la comisaría de Hortaleza era una de las movilizadas en la operación Candi, que en ese momento estaba en plena ebullición. Prácticamente todos los agentes de la comisaría buscaban al hombre que entró ese 14 de agosto en esas dependencias. Los municipales que le trasladaron en su declaración ante la policía que Ortiz se mostró en todo momento tranquilo y colaborador, incluso les dijo que se dedicaba a la compra-venta de coches. Allí, en la comisaría se aclaró lo referente al coche: no había sido sustraído, era un error. Así que Ortiz se marchó tranquilamente de comisaría y una semana después, secuestraría a su última víctima, a la que subió en ese mismo coche.
Hay otra parte del sumario que nos ha impresionado y mucho. Se trata de los informes psicológicos hechos a todas las víctimas del pederasta. Se hicieron para valorar la credibilidad de sus testimonios y para ver las secuelas que les habían dejado las agresiones del pederasta. Y son terribles, como veremos. Nos detenemos en la TP4, la niña que tenía seis años en el momento de la agresión. Sus lesiones físicas fueron tremendas: tuvo que ser operada, permaneció ocho días en el hospital y tendrá que pasar revisiones periódicas hasta los trece años. Pero las psicológicas asustan aún más…
Desde el ataque, la niña no interactúa con personas del género masculino, ni siquiera con sus compañeros de clase. Y sobre los hechos se niega a contar absolutamente nada, en lo que los psicológicos califican como una defensa. Los informes cuentan que la pequeña cuenta detalles irrelevantes: “me subió a un coche, me llevó a una casa, se quitó la ropa…” Pero cuando intentan sonsacarle algo es imposible. Los psicólogos reproducen una conversación con la niña: “¿qué te pasó en la cama? ¿qué te hizo el malo” “No me acuerdo”. “¿Pero te acuerdas que te hizo pupa?”. Y la niña no responde.
Es terrible y pensemos que esa niña fue una de las que tuvo que ver a su agresor en una rueda de reconocimiento, en la que le identificó sin ninguna duda. En el informe hay un apartado dedicado a esa rueda. Leemos textualmente: “el testigo protegido se encuentra absolutamente paralizado, no mantiene contacto físico ni ocular con nadie, ni siquiera con su madre. Su mirada es de terror, incapaz de relajarse e interactuar. Tras 45 días de intervención, la menor se relaciona adecuadamente con personas del género femenino, no así con las del masculino.
En el caso de esta niña, está acudiendo a sesiones de terapia, que también aparecen en el sumario. Rechaza las figuras de su padre y de su hermano: “mi hermano dice palabrotas, como el malo. Cuando pienso en el malo me enfado con mi hermano”. La cría rechaza algunas palabras: “no me llames cariño, eso lo hacía el malo”• Y los psicólogos acaban contando algo tremendo, que reproducimos textualmente: “hasta el mes de diciembre de 2014, la testigo protegido sangraba de forma frecuente y asociaba ese sangrado a la agresión. Cuando su madre tiene la menstruación lo vive con mucha angustia porque siente que su padre ha agredido a su madre”.