Luis Rendueles y Manu Marlasca nos quieren llevar hoy a los rincones más oscuros, más sórdidos y más sombríos de la prostitución y de la condición humana. Una operación policial que ha permitido desmantelar cuatro prostíbulos ha puesto al descubierto las prácticas esclavistas de los proxenetas y las condiciones miserables en las que trabajan las mujeres que se prostituían por muy poco dinero. Queríais empezar hablando de lo importante que han sido en esta operación los sistemas de alerta y de denuncia que desde hace un tiempo ha puesto en marcha la policía para combatir la trata de seres humanos.
Han sido importantísimos. Tanto como que esta operación Jarlex nace el pasado 15 de julio, cuando alguien envía un correo electrónico a la página web de la Policía Nacional: en ese correo se comunica la existencia de una red de prostitución que explota a hombres y mujeres. El comunicante anónimo aseguraba que la red se quedaba con la mitad del importe de los servicios que prestaban los que trabajaban allí y señalaba tres prostíbulos: en Alcantarilla, Lorca y Totana, en la provincia de Murcia. Además, daba el nombre de la persona que estaba al frente de la organización: una mujer conocida como Ángela,que en realidad se llamaba Elsa Maldonado.
¿Qué es lo primeo que hace la Policía tras recibir ese correo?
Hacen las primeras gestiones y comprueban que en Internet existen anuncios de casas de citas que coinciden con los lugares señalados en el correo. Además, cuando introducen en sus bases el nombre de Elsa Maldonado, aparece Elsa Alejandrina Vega Maldonado, una mujer ecuatoriana de 44 años que había sido detenida dos años antes por regentar un prostíbulo y a la que, en efecto, todos conocían como Ángela. En el piso de Lorca señalado por el comunicante anónimo, la policía comprueba que había residido Dora Alicia Ballesteros Herrera, una mujer colombiana de 49 años que vivía con su hijo y su nieto. Es decir, esas primeras pesquisas apuntan a la veracidad de lo que decía ese o esa denunciante.
Los agentes de la UCRIF de Murcia debían lanzarse a la calle para buscar más testimonios y así logran hacerse con la primera testigo protegido del caso: una mujer joven que les cuenta que empezó a prostituirse a los 15 años, ofreciendo sus servicios en Internet, porque en su casa hacía falta dinero. A los 15 años, esta testigo protegido empieza a ejercer la prostitución. Pero por poco tiempo, porque la chica también contó que se enteró de que una mujer llamada Ángela regentaba dos prostíbulos en Lorca y Totana desde hacía diez años y de que presumía de ganar mucho dinero con ellos, tanto que con los beneficios obtenidos había comprado varias propiedades en Ecuador y Bolivia. La chica empezó a trabajar en el prostíbulo que Ángela tenía en Lorca cuando aún era menor, con 17 años.
Imagino que esa testigo protegido empieza a dar a la policía detalles de las condiciones en las que trabajaba para esa mujer, esa Ángela a la que, recuerden, también había hecho referencia el comunicante anónimo que mandó un correo electrónico. La testigo protegido dice que con Ángela trabajaba su marido, un boliviano llamado Javier Sánchez García. Cuenta que ellos se quedaban con la mitad del dinero que ganaban y que los trabajadores eran obligados a costearse las sábanas, los preservativos y la manutención. La mujer dijo que Ángela y su marido humillaban continuamente a sus empleadas e incluso los coaccionaban. Contó que a ella le obligaron a practicar sexo oral sin ninguna protección y que cuando quiso resistirse, la amenazaron con echarla.
Y hablamos de una chica menor de edad, de 17 años, que cae en manos de esta Ángela, una mujer ecuatoriana con antecedentes por explotación sexual, que estaba en la calle. No solo de Ángela, la testigo contó que, siendo aún menor, la enviaron a trabajar a otro prostíbulo, en Totana y, una vez cumplidos los 18, a otro de Alcantarilla. Según le dijeron, los clientes se cansaban de ver siempre a las mismas chicas. El negocio cambió de manos: una colombiana llamada Dora Alicia Ballesteros Herrera le compró a Ángela el local de Lorca por 5.000 euros y, según la testigo, Dora trataba aún peor a las chicas que Ángela. En los tres locales en los que trabajó solía haber cuatro chicas, españolas y extranjeras y en todos ellos había droga, que vendían los encargados de los establecimientos, que obligaban a las trabajadoras a consumir cuando lo hacían los clientes.
Un local en el que trabajan prostitutas menores de edad y en el que los encargados venden droga. Algo que, es más frecuente de lo que pensamos y que solo sale a la luz así, cuando la policía consigue estos testimonios, que deben ser dificilísimos de obtener. Aunque, como decíamos al principio, en este caso, los teléfonos contra la trata de seres humanos han dado mucha información.
Mucha, porque cuando los agentes de la UCRIF de Murcia habían comenzado sus pesquisas, se recibe el 31 de agosto una llamada en el teléfono gratuito contra la trata: 900 105 090. Una mujer dice que se ha escapado de una casa de Lorca, donde estaba siendo prostituida por varios colombianos: Dora, su hijo Arlex y otras dos personas. La policía se pone en alerta porque los datos coinciden con los del correo electrónico y con los que había aportado la primera testigo protegida. Así que la policía se da cuenta de que todo va encajando y de que, seguramente, esté ante toda una organización criminal.
Así se lo plantean y por eso convencen a la mujer que ha llamado a este teléfono para que se convierta en una nueva testigo protegida. Acepta y les relata todo un catálogo de horrores. Les dice a los policías que Arlex, el hijo de la madame, es quien personalmente prueba a las chicas y el que decide cuánto deben cobrar por cada uno de los servicios que hacen. Además, cuenta que él se queda entre 30 y 35 euros de los servicios más caros, los de 50 euros.
Decíais que esta mujer llamó diciendo que se había escapado, porque, evidentemente, no era libre allí. Cada día solo podía salir 60 minutos a la calle y esa hora tenía que dedicarla a repartir octavillas de publicidad de los locales de la red. Les pagaba 10 euros por semana por poder conectarse a Internet, pagaba también por usar el butano y solo tenía derecho a una ducha de agua caliente al día. Si quería ducharse más veces debía pagar cinco euros.
El local de Lorca del que se escapó era regentado por Dora, su hijo Arlex y su nieto y era ella la que, cuando un cliente lo solicitaba, llevaba cocaína. La testigo ofrece también detalles de todos los locales de la red por los que las mujeres iban rotando: Tres en Lorca, uno en Totana y otro en Alcantarilla. La mujer da los nombres de los encargados de cada uno de ellos, así que la policía sigue madurando la información y va cerrando las pesquisas en torno a un grupo de diez o doce proxenetas donde la voz cantante la llevan mujeres ecuatorianas y colombianas, que son auxiliadas por sus maridos, sus hijos y hasta sus nietos.
Negocios controlados en familia, donde son las mujeres las que explotan a mujeres… ¿Consigue la policía más testimonios?
El 23 de octubre se recibe una nueva llamada en el teléfono contra la trata. Esta vez es una mujer que reconoce llevar cinco años residiendo ilegalmente en España y que hace unos meses contactó con un número de Lorca para ejercer la prostitución. Se colocó en un prostíbulo regentado por Charito Trinidad Laines y su marido, Manuel Humberto Caguana, un matrimonio ecuatoriano que la testigo anterior ya había señalado y que era conocido como La Casita del Placer, según figuraba en la publicidad.
Así que todo sigue cuadrando, el trato en el prostíbulo de este matrimonio no era mucho mejor que el que dispensaban a las mujeres en otros locales. Incluso era peor. La testigo cuenta que la casa se quedaba con la mitad o con algo más de lo que pagaban los clientes por los servicios sexuales, un precio que negociaba la madame, Charo. Explica que ellas se pagaban los preservativos y la comida. El marido de Charo, Manolo, amenazaba a las chicas continuamente, porque todas residían de manera ilegal en España. Así que ejercía una especie de derecho de pernada: se metía en la cama o en la ducha con ellas y, si no accedían a sus pretensiones, les decía que las denunciaría por estancia ilegal o les aseguraba que algo malo les pasaría a sus familiares en sus países de origen.
Es tremendo. No solo son esclavas, sino que en este caso, el tal Manolo incluso abusaba de ellas… Es muy útil que se conozcan todos estos testimonios para que la gente se dé cuenta de lo que hay tras las luces rojas de un club. No solo el encargado del local abusaba de ellas. Esta testigo protegido contó que dos clientes le pegaron porque se negó a realizar determinadas prácticas sexuales. Cuando fue a quejarse a Manolo, el proxeneta le dijo que ella estaba ahí para aguantar lo que los clientes quisieran. Es más, cuando había problemas de este tipo, porque ella se negaba a algunas cosas, Manolo no le pagaba para castigarla.
El pasado 19 de noviembre, los agentes de la UCRIF de Murcia entraron en La Casita del Placer, el local que había en el número 10 de la calle Andrés Pascual, en Lorca. Allí estaban Manolo y Charo, que fueron detenidos, dos prostitutas ecuatorianas y un cliente. Las dos esclavas contaron historias similares: que tienen hijos en su país a los que mantienen, en un caso gravemente enfermo, y, algo extraño, que pagaban 100 euros a la semana al matrimonio que regenta el prostíbulo. La policía cree, y así lo dice en sus informes, que las dos mujeres estaban bien aleccionadas y que por eso cuentan que solo pagaban 100 euros, porque las pruebas, y hasta los testimonios de los propios proxenetas, dicen lo contrario.
¿Qué dijeron los responsables de La Casita del Placer?
Charo reconoció que ella era la encargada de La Casita del Placer, aunque, claro, dijo que no sabía que las chicas que trabajaban allí estaban en situación irregular, que nunca tuvo a menores y, eso sí, contó tranquilamente que ella se llevaba la mitad de lo que ganaban las chicas. Su marido, bastante más astuto, dijo que trabajaba en el campo y que, poco más o menos, pasaba por allí cuando entró la policía. Segundos después reconoció que el dinero de las chicas lo guardaba él aunque, eso sí, porque ellas mismas se lo pedían. Y él negó que se quedase con la mitad de las ganancias, dijo que solo pagaban 20 euros al día.
¿Y hay pruebas que avalen una u otra versión?
Las hay, porque la policía encontró en La Casita del Placer, igual que en otros locales de la red, una especie de libro de contabilidad en el que se anotaban minuciosamente los servicios sexuales de las chicas y el dinero que se quedaba la casa. Las mujeres cobraban 15 euros –sí, 15 euros– por diez minutos de sexo –el tiempo era controlado por un reloj como los que se usan en las cocinas– y los proxenetas se quedaban con 10. Había anotado un servicio de 50 euros por el que los tratantes se llevaron 30 euros.
Quince euros de los que las mujeres se llevan cinco… Es increíble que todavía haya quien piense que esas mujeres están ahí, trabajando por ese dinero, de forma voluntaria. Imagino que la policía entró en el resto de los prostíbulos y encontró situaciones similares… Casi calcadas. Servicios de un mínimo de 15 euros y máximo de 80 por una hora. Mujeres siempre extranjeras, sudamericanas, salvo una rumana, y especialmente vulnerables: con hijos enfermos, en situación irregular en España… Varias de ellas siguieron el guión que los proxenetas les daban y aseguraron que lo que ganaban era para ellas, aunque otras expusieron a la policía la realidad: los burdeles abren 24 horas al día, solo se llevaban la mitad de los servicios si estos superaban los 20 euros, algo que solo pasaba con clientes españoles…
¿Y el resto de proxenetas, alguno mostró un ápice de humanidad, de piedad?
No parece. En los cuatro prostíbulos reventados por la policía se detuvo a doce personas, doce encargados de los locales, que la policía demostró que estaban relacionados entre sí, incluso por lazos familiares. Nos llama poderosamente la atención la declaración de una de las detenidas: Elsa Alejandrina Vega Maldonado, Ángela, la primera a la que hizo referencia el correo con el que empezó esta operación. La mujer reconoció tras ser detenida que ella estaba al frente de uno de los locales prostíbulos, en el que trabajaba y vivía. Y lo dijo con cierto orgullo, después de contar que antes ella había también trabajado como prostituta.
Queda una duda de todo esto, entre tanta repugnancia… ¿Cómo se entera un señor de la existencia de esta clase de locales, porque no suelen estar a vista?
Con la publicidad que elaboraban los proxenetas y que repartían muchas veces las propias chicas en buzones o coches o que colgaban en Internet. La policía ha adjuntado en las diligencias muchos de estos anuncios. En algunos de ellos se ofertaban "madres lactantes", aunque cuando la policía entró en los locales no encontró a ninguna. Cuando hemos preguntado por qué se ponían estos reclamos de madres lactantes, la respuesta de un experto en trata nos ha dejado helados: "porque no imagináis la demanda que hay de eso".