Territorio Negro: Homenaje a Juan Adriansens. Los crímenes de Beatrice Cenci
Queremos que el territorio negro de hoy sea un territorio de Juan Adriansens, al que ellos, como muchos otros, echan de menos. Hoy Manu y Luis nos van a contar un crimen de siglo XVI en lo que entonces era el todopoderoso Estado Vaticano, el crimen, condena y leyenda de una hermosa joven, Beatrice Cenci.
¿Por qué habéis elegido este caso para mandar un abrazo a Juan Adrianssens?
Cuando llegamos al programa, cuando nos diste un sitio para nuestro territorio, Juan Adriansens fue muy generoso con nosotros. Se sentaba en el estudio muy cerca nuestro, nos escuchaba con mucha atención y antes y después del Territorio Negro, nos comentaba y sugería cosas muy curiosas. (Aquí intentaré poner la voz de Juan, con todo el cariño). "¿De qué crímenes tan horrrrrrrrrendos y abyectos vais a hablar hoy? ¿Qué caso tan nauseabundo vais a tocar?". Y muchos días nos decía, tenéis que hablar alguna tarde de la historia de Beatrice Cenci, terrrrible, dramática... Y nos decía que había una poesía de Shelley, libros de Alejandro Dumas y Stendhal sobre su vida, una ópera, un hermoso cuadro... Pues bien, han pasado más de diez años desde que nos conocimos y hoy creemos que es el momento de cumplir con Juan y de hablar de aquella joven romana de hace cinco siglos casi.
Viajemos entonces en el tiempo, al siglo XVI, en Roma, entonces aun un feudo religioso, social, político y militar de los Papas.
Beatrice Cenci nació en una familia aristocrática y muy bien relacionada en aquella Roma de la segunda mitad del siglo XVI. Su padre y el de sus seis hermanos era Francesco Cenci, un noble con mucho dinero y propiedades, varias residencias en Roma, un castillo, y muy bien relacionado con el Papa Clemente VIII. El abuelo de Beatrice, llamado Cristóbal Cenci, había sido un clérigo que amasó una fortuna ejerciendo como tesorero general de la Cámara Apostólica Romana. Es decir, por las manos de este hombre pasaba todo el dinero de los entonces poderosísimos Estados Pontificios. Parece que algo de dinero acabó en sus manos.
Bien, este clérigo con hijos, tesorero digamos del Vaticano y millonario, era el abuelo de Beatrice Cenci. Su padre, Francesco Cenci, también tenía lo suyo.
El abuelo Cenci murió en 1562. Su hijo Francesco tenía 13 años, heredó su fortuna y un título de Conde y se casó al año siguiente con Ersilia Santacroce, una chica de 14 años. Tuvieron 12 hijos, de los que sobrevivieron siete. Y la mujer murió en otro parto. En el año 1593, Francesco Cenci se casó por segunda vez, con una joven llamada Lucrecia Petroni. Siguió teniendo fluidas relaciones con el Papa a pesar de las historias tremendas sobre sus actos violentos (fue acusado de sodomía tres veces, entre otras cosas). Y fue al Papa, entonces también jefe de un poderoso Estado, con ejército y servicios digamos policiales, al que la joven Beatrice Cenci, la hija menor, acudió en busca de ayuda.
Su padre, Francesco, era, además de noble y rico y muy católico, una mala bestia. Lo detenían, pero se iba librando de múltiples delitos pagando una especie de bulas al Papa, dando donativos a la iglesia. Hasta tres veces fue acusado de forzar a niños a tener relaciones sexuales con él, pero siempre salía impune, gracias a sobornos. Dos de sus hijos varones huyeron de casa para no aguantar el régimen de vida al que les sometía, acabaron asesinados. Uno de ellos trató de asesinar a su padre. Pero Beatrice contó en una carta enviada a Su Santidad Clemente VIII algo mucho más terrible. Su padre la maltrataba a ella y a sus tres hermanos.
Algunas fuentes hablan de que la chica dijo que su padre había llegado a violarla en varias ocasiones. La chica, que entonces tenía 16 años, pidió ayuda al Vaticano. Había pensado incluso en meterse a monja con tal de perder de vista a su padre. Pero el Papa dijo no y además avisó al padre, a Francesco Cenci, de lo que estaba pasando con su hija.
Y la reacción de ese padre maltratador y violador después de recibir ese chivatazo del Papa fue violenta. Francesco Cenci encerró en un castillo fuera de Roma, al que llamaban La Roca, en un lugar conocido como La Petrella del Salto. Estaba en territorio de lo que entonces era el reino de Nápoles, fuera de la jurisdicción del Papa y que entonces pertenecía al reino de España. Cenci también encerró allí a la que era su segunda esposa, Lucrecia Petroni, y al resto de la familia. El hombre se quedó libre, solo y rico en su casa de Roma, el palacio Savella, pero encerradas en el castillo, su mujer y su hija pequeña planearon una venganza para cuando el noble acudiera a verlas al castillo.
Esa venganza fue un asesinato, el asesinato de ese noble romano. Las crónicas históricas recogen que el 9 de septiembre de 1598 Lucrecia, su esposa, y Beatrice, su hija, decidieron matar a Francesco Cenci. Iban a contar con la ayuda de los otros dos hijos pequeños, Giacomo y Bernardo. Primero intentaron envenenarlo con buenas cantidades de opio, pero no funcionó. Eso sí, el noble se quedó profundamente dormido.
Entonces aparecen en escena dos hombres, un sirviente llamado Olympo al que algunos autores situaban como amante de Beatrice y otros como simplemente un enamorado platónico de la señora del castillo, y otro hombre llamado Marzio de Fioran, al que llamaban Il Catalano, el catalán. Iban a cobrar 2.000 cequíes de oro. Entraron en el dormitorio donde roncaba el noble Cenci y le clavaron dos clavos con un martillo, uno en un ojo y otro en la garganta.
Luego, lo tiraron por el balcón del castillo. Para hacer ver que todo había sido un accidente que el noble había sufrido digamos durante una noche de juerga y opio, le vistieron y luego hicieron un agujero en el balcón por el que tiraron el cuerpo muralla abajo. El cuerpo quedó en el barranco que rodeaba al castillo. A la mañana siguiente, la familia dijo que el hombre se había levantado aturdido, se había asomado al balcón y se había caído.
Pero algo sale mal, porque llega la policía del Papa, la policía del Vaticano, y descubre el montaje. Cuando la policía recuperó el cadáver del aristócrata del fondo del barranco donde lo habían tirado, se dieron cuenta de que algo no cuadraba. El cuerpo estaba demasiado frío para la hora en la que había sufrido el supuesto accidente, según su familia. Beatrice y sus complices cometieron otro error de bulto. El agujero del balcón por donde dijeron a la policía del Papa que se había caído su padre era muy pequeño, su cuerpo casi no cabía por él.
El Papa ordenó una investigación a fondo para aclarar la muerte de su millonario amigo y benefactor. Duró algo más de un año. En ese tiempo, toda la familia Cenci, el sirviente y el sicario fueron detenidos y torturados con generosidad. Tanto, que uno de ellos, Mauro, muere en la prisión, sin confesar nada. La causa concluye con la condena a muerte de la viuda, Lucrezia, el hijo mayor, Giacomo, y la hija pequeña, Beatrice. Al hermano pequeño, Bernardo, de 12 años entonces, no le condenan a muerte, sino a una especie de cadena perpetua y, eso sí, tener que ver la ejecución de sus familiares. El sirviente había muerto antes en extrañas circunstancias.
Y a pesar de las protestas del pueblo de Roma en la calle contra la sentencia, las ejecuciones se llevan a cabo y, como se estilaba entonces son públicas y tienen mucha audiencia, mucho éxito popular
El pueblo romano protestaba en las calles y defendía que había sido un caso de legítima defensa, pero el Papa no tuvo piedad. Además, al ordenar ajusticiar a toda la familia, Su Santidad se quedaría con la inmensa fortuna del aristócrata y sus palacios y castillos. No hubo marcha atrás.
Lucrezia, la madre adoptiva, tenía solo 22 años. Beatrice no llegaba a los 17 cuando los verdugos les cortaron la cabeza el 10 de septiembre de 1599 en el puente del castillo de San Angelo sobre el río Tíber, una especie de fortaleza prisión donde pasaron muchos ilustres victimas de la inquisición, como Galileo Galilei o Giordano Bruno. Su hermano Giordano fue torturado allí mismo con tenazas calientes y luego lo sacaron ante el público que abarrotaba la plaza. Allí le reventaron la cabeza con un mazo, desmembraron luego su cuerpo y dejaron sus trozos tirados, durante horas, como escarmiento.
Entre la multitud, varios hermanos de lo que se llamaba Cofradía de la Misericorida, recogieron el cuerpo y la cabeza de Beatrice Cenci y lo llevaron en procesión hasta la iglesia de San Pedro en Montorio. Allí la enterraron, bajo el altar mayor, adornado con rosas y con la cabeza apoyada en una bandeja de plata.
Entre el público estaba también un genio, el pintor Caravaggio, que tiene también una historia muy muy negra y era además de un genio, un delincuente de cuidado. Algunos autores dicen que Caravaggio acudió a ver la decapitación de Beatrice para inspirarse en los últimos toques de su cuadro Judith decapitando a Holofernes
Y siguieron ocurriendo cosas extrañas, violentas, en torno a estos crímenes de la familia Cenci. Los verdugos que se encargaron de ejecutar a Beatrice y al resto de su familia fueron asesinados en Roma. Se llamaban Mastro Alessandro Bracca y Mastro Peppe. El primero apareció muerto apenas trece días después de la ejecución de Beatrice, el segundo, Peppe, fue apuñalado una noche mientras paseaba por una calle romana, un mes después de las ejecuciones.
El cuerpo de Giacomo, el hermano de Beatrice Cenci, que había sido digamos reconstruido, fue enterrado en San Tomasso de Cenci, y el de Lucrezia, la viuda de Cenci, fue entregado a su familia. Todos los bienes acabaron en manos del Papa.
Muchos años después se descubrió un secreto más en este asunto: un embarazo de la joven Beatrice... Varios siglos después de los sucesos, en el año 1879, el historiador Antonio Bertoletti reveló un secreto más de esta historia terrible. Antes de ser ejecutada, Beatrice Cenci había hecho testamento. Y en él dejaba 1.000 escudos de la época a un hijo, del que nadie había oído hablar, que podría disponer de esa buena cantidad de dinero cuando cumpliera 20 años. Nada se supo del hijo, mucho menos del padre.
Y la terrible historia de esta joven noble, Beatrice Cenci, pasó a ser leyenda para todos los romanos. Beatrice Cenci se convirtió pronto en un símbolo para los romanos, casi una santa laica, una referencia en la lucha contra las injusticias de los poderosos, la nobleza, el clero vaticano... Todavía hoy en Roma aseguran que su fantasma, el fantasma de la joven Beatrice, vaga por el puente de Sant Angelo, muy cerquita del Vaticano, una vez al año, en el aniversario de su ejecución, con la cabeza bajo el brazo. En el 500 aniversario de su muerte, la ciudad de Roma colocó una placa en su honor en la Via Montserrato: "Víctima ejemplar de una justicia injusta", dice entre otras cosas.
Muchos artistas se inspiraron en esta terrible historia para crear sus obras. Por eso, la curiosidad y la atracción de Juan Adriansens por esta historia negrísima. Esto que suena es una ópera de Albert Ginasterra, que se estrenó en 1971 y que cuenta la historia de Beatrice Cenci. Ese es también el título de ópera
En el año 2014, el museo de Roma preparó una obra teatral sobre la vida y muerte de Beatrice Cenci. En noviembre de ese año, se presentó la opera Beatrice Cenci en el Teatro Imperial de Guidonia. Hay otras tres óperas sobre su historia.
Se cree que el primer escritor en dar a conocer la historia en una novela fue un sacerdote llamado Ludovico Antonio Muratori. Y el gran poeta romántico Percy B. Shelley, por cierto enterrado también en Roma, escribió un drama de cinco actos titulado Los Cenci.
En el palacio Barberini está el único retrato que le hicieron en vida a Beatrice Cenci. Atribuido al pintor Guido Reni, que la habría visitado en la cárcel, se dice de él que refleja a la mujer más triste del mundo.