TERRITORIO NEGRO

Joaquín Ferrándiz. El asesino de mujeres de Castellón

Es el asesino en serie español más inteligente y más norteamericano. Mató a cinco mujeres y atacó a dos más hasta que fue detenido por la Guardia Civil hace veinte años. Joaquín Ferrándiz Ventura, un empleado de seguros de Castellón, fue durante años el doctor Jekill y Mr Hyde. Un buen hijo, empleado y novio durante el día y un cazador de mujeres durante las noches. En este territorio negro vintage, viajamos con Manu Marlasca y Luis Rendueles a los años noventa y a la investigación quizá más compleja contra un asesino en serie español que haya hecho la Guardia Civil, la operación Bola de Cristal.

ondacero.es

Madrid |

En casi todas las emisoras de radio y discotecas sonaba en 1995 esta hermosa canción de Antonio Flores que hablaba de segundas y terceras oportunidades. Y una joven profesora de inglés, Sonia Rubio, andaba en alguna encrucijada de su vida aquel 1 de julio, aquella noche de verano en que salió con sus amigos por Benicassim y Castellón. Fue su última noche.

Sonia Rubio era estudiante de filología y acababa de volver de Inglaterra a casa de sus padres en Castellón. Sus amigos, investigados todos después de su desaparición, contaron que andaba un poco preocupada porque había cogido unos kilos y sobre todo por su abuela, que estaba ingresada en el hospital.

Aquella noche de verano salió con su amiga Consuelo, cenaron en una pizzería, tomaron copas en varios pubs y decidieron acabar bailando en la discoteca del hotel Orange. Hacia las cinco de la mañana, las dos amigas decidieron volver a casa andando. Se despidieron en un cruce y Sonia siguió andando por la Gran Avenida de Benicassim. Le faltaban 400 metros para llegar a la casa de veraneo.

Y entonces se acercó en su coche, luego se sabría que había estado con su pandilla en la discoteca y acechando, Joaquín Ferrándiz alias Chimo, un joven guapo al que Sonia conocía de vista, de algunos locales nocturnos. Se ofreció a llevarla a casa y ella se fió de él.

Ferrándiz contaría años después que ató a Sonia, la amordazó y la llevó a un sendero cerca de la urbanización Les Platgetes, donde la mató. Colocó un saco de cemento sobre su cara y las bragas de la chica anudando su cuello. Después, volvió a casa de su madre, en Castellón, al día siguiente quedó con una novieta que tenía y el lunes fue a su trabajo en una empresa de cerámica.

Aquel asesinato no se descubriría hasta el mes de noviembre de 1995, cuando un hombre encontró el cadáver de Sonia Rubio. Esos cuatro meses las televisiones y los periódicos se hicieron eco de la desaparición de la chica. Un caso más mediático porque había ocurrido justo al lado de donde pasaban el verano José María Aznar y su familia.

Durante ese tiempo Joaquín Ferrándiz, el asesino, siguió con su vida normal durante el día. Y siguió matando durante la noche. Eso sí, tras el asesinato de Sonia, aun no descubierto, porque hubo como casi siempre quien se fijó en la vida personal de la chica y anunció que se había ido por su cuenta, cambió de escenario. Entre agosto y octubre de 1995, Chimo se centró en víctimas más fáciles, que importaban menos, que no saldrían por televisión.

Ferrándiz ya había acudido alguna vez a La Ralla, una zona cercana a la vieja carretera nacional 340 junto a Villarreal donde algunas mujeres, muchas heroinómanas, se ganaban unos duros o unas dosis ejerciendo la prostitución. Incluso había tenido un par de incidentes con dos mujeres. Una le acusó de hacerle daño en los pechos, otra dijo que “no se le empinaba”.

En aquella carretera, entre heroína, chulos y clientes más o menos violentos acabaron sus días Natalia Archelós, Mercedes Vélez y Francisca Salas, las tres menores de 30 años, las tres muy deterioradas, muy enganchadas al caballo, las tres explotadas por El Lisones, un proxeneta gitano. Paqui, una de ellas, sabía que se jugaba la vida, y se despidió un día de su amiga Noelia: “Seguramente no nos veremos más, pero tengo que salir a chutarme. Prefiero morir de sobredosis a que me coja alguno de esos”.

Pobre mujer. Se refería a los proxenetas. Ferrándiz las mató entre agosto y octubre de 1995. No supo precisarlo. Y cuando ocurren desapariciones de prostitutas, los medios de comunicación no nos preocupamos demasiado. Y casi nadie escucha a las familias, si es que las hay, cuando dicen que sus seres queridos faltan. Lo que sabemos es que Ferrándiz siguió el mismo patrón para acabar con ellas. Les ofreció el doble de lo que cobraban habitualmente, se subieron a su coche, las amenazó con una navaja, las ató y las asfixió con sus bragas, como a Sonia Rubio, o con sus medias. Luego se deshizo de sus cuerpos en una acequia del camino Vora Riu.

Los cuerpos de esas mujeres, a las que casi nadie echó de menos, a las que casi nadie buscó, fueron encontrados a finales de enero y principios de febrero de 1996. ¿Nadie conectó esos tres asesinatos con el de Sonia Rubio, la joven profesora?

No. Uno de los primeros signos de inteligencia de Ferrándiz, tiene un cociente de 120, bastante superior algo así como un 30 por ciento más inteligente que la media, fue cambiar tanto de escenario, de mundo digamos. Las tres prostitutas y Sonia pertenecían casi a planetas distintos, aunque a los cadáveres solo les separaban unos kilómetros.

Las investigaciones sobre las tres prostitutas empezaron en su mundo, entre chulos, proxenetas y clientes. Mientras tanto, Ferrándiz seguía en su casa con su madre y con su trabajo. Incluso los días en que se encontraron los cuerpos en la acequia, él tuvo una entrevista para la compañía de seguros Winterthur. Le contrataron. Luego explicaron que era un buen empleado, que nunca llegaba tarde ni tenía prisa por irse, que tampoco estuvo de baja ni cogió vacaciones.

Un hijo modelo, un empleado modelo… Pero había algo muy oscuro, algo secreto en el pasado de Joaquín Ferrándiz. Pasó por la cárcel entre 1989 y 1995. Lo condenaron a 14 años de prisión por violar a una chica. Solo estuvo seis. Su madre le apoyó (llegó a escribir a la víctima llamándola niña cruel y despiadada), su novia y sus amigos también le respaldaron. Para la mayoría de la provincia de Castellón, y ante el asombro de su víctima, Ferrándiz fue víctima de un error judicial.

Incluso los funcionarios de la cárcel y otros presos creyeron su inocencia. Trabajó en la lavandería y el economato, sacó la selectividad, escribía en la revista de la cárcel y participaba en el grupo de teatro. Así que Chimo volvió a la calle muy pronto, demasiado pronto, en abril de 1995. Tres meses después comenzó a matar. Había aprendido que no podía dejar vivas a sus víctimas porque lo denunciaban.

Vamos a leer parte del informe de la prisión de Castellón sobre Ferrándiz cuando recuperó la libertad: “Emocionalmente estable, buena capacidad para contener la ansiedad, respeta y acepta la autoridad, no se considera delincuente. No se observaron anomalías psicológicas ni factor de relevancia criminógena”.

O sea, este hombre sale de la cárcel tras cumplir solo 6 años de una condena de 14 por violación apoyado por todos. Con un nuevo trabajo esperándole. Eran otros tiempos y no se estudiaba a los delincuentes sexuales ni a los asesinos en serie como ahora. Por ejemplo, con los violadores se solía cometer un error grave. Como en prisión no se metían en problemas ni se relacionaban mucho con otros internos por motivos obvios y eran reclusos digamos serviles con los funcionarios, incluso chivatos, pasaban a ser considerados presos modelos. Y eso se confundía con su rehabilitación. Ese error ha ocurrido también durante años con los psicópatas, gente que se integra también extraordinariamente bien en la vida ordenada y rutinaria de las prisiones.

El caso es que Chimo había matado a cuatro mujeres en apenas unos meses tras salir de la cárcel. Pero, y aquí hay otro rasgo curioso de su comportamiento, dejó de hacerlo, dejó de matar, mientras tuvo novia y también mientras los cuatro asesinatos digamos que estaban en los medios. En aquellos meses de 1996 Ferrándiz salió con una chica llamada Maite, que decidió romper con él en verano.

Y al final de ese verano, ya solo, Chimo empezó a patrullar las noches de Castellón, los bares de gente joven, en busca de alguna víctima indefensa. Así encontró el 14 de septiembre de 1996 a Amelia Sandra García, una joven de 22 años a la que conocía de vista de algunos de esos bares como el Comix. Ambos coincidieron en una discoteca poco antes de las siete de la mañana. Y Chimo repitió el modus operandi de su primer asesinato, el de Sonia Rubio. Se fue de la discoteca antes que ella, estuvo rondando con su coche hasta que Amelia salió y entonces se ofreció a llevarla a casa. La estranguló y dejó su cadáver en una zona de Onda donde algunas tardes iba a tomar paella con una antigua novia.

Este tipo de asesinos en serie, de los que Ferrándiz quizá sea el mejor ejemplo español, “aprenden”. Que él aprendió que debía matar a sus víctimas de violación para que no le denunciaran. ¿Qué más aprendizajes tuvo Joaquín Ferrándiz? Había leído y visto que a las tres mujeres asesinadas en La Ralla la policía había logrado identificarlas por las huellas dactilares, así que después de matar a su quinta víctima, Amelia Sandra, le machacó los dedos con algo duro, nunca se supo lo que fue, para eliminar sus huellas dactilares.

Y otro gesto más que demostraba la inteligencia de este asesino en serie. En enero de 1997 la policía detuvo a un camionero, Claudio Alba, como supuesto asesino de las tres prostitutas. El juez lo envió a prisión y estuvo allí durante cinco meses, hasta junio. En todo ese tiempo, con un inocente como culpable de tres de sus asesinatos entre rejas, Chimo dejó de matar.

Estamos en 1998. Joaquín Ferrándiz ha matado a cinco mujeres en su provincia, en Castellón, pero sigue siendo un ciudadano ejemplar. Y es entonces cuando la Guardia Civil de Castellón pide ayuda a sus compañeros de la UCO, la Unidad Central de Madrid, para tratar de resolver el crimen de Sonia Rubio. Los hombres y mujeres de la UCO lo llamaron con cierta ironía, operación Bola de Cristal

Sí, porque había pasado mucho tiempo, casi dos años, desde el crimen de Sonia Rubio era un caso frío que dirían los americanos. Empezaron por el principio. Se entrevistaron con familiares y amigos de Sonia, y por la mejor pista que tenían. La cinta adhesiva que el asesino pegó en la ropa interior de la chica medía 18 milímetros. No había ninguna así en ninguna tienda de la provincia ni de la Comunidad Valenciana.

Repasaron denuncias viejas y nuevas de agresores sexuales. Y vieron que una chica llamada Lidia de 19 años había acudido a la policía el 15 de febrero de ese año, 1998. Cuando volvía andando a casa de una zona de marcha, un tipo salió de un coche, la golpeó y trató de meterla en su coche. Por suerte, un vecino oyó los gritos y bajó a ayudarla. Lidia identificó la foto de Joaquín Ferrándiz que le enseñó la policía.

Lo detuvieron entonces. Ni mucho menos. Chimo fue al juzgado y contó una historia elaborada. Él era la víctima. Iba a orinar entre unos coches al salir de una discoteca, una chica le vio bajarse la bragueta y empezó a gritar, histérica. Él tuvo miedo, con su pasado nadie le creería, y quiso meterla en su coche para calmarla. Dios mío, qué lío, decía Ferrándiz al juez.

Aquella noche, este asesino en serie improvisó otra historia para el vecino que bajó con un palo y salvó a la joven. Le dijo que era su novia y que le había puesto los cuernos, que lo entendiera, que estaba muy enfadado…

Y Ferrándiz vuelve a quedar en libertad. Pero esta vez ya con un grupo de investigadores que le tiene bajo su radar, digamos. Comienzan a seguirle y comprueban su doble vida. En mayo de 1998 ya escriben al juez Albiñana que Joaquín Ferrándiz es su sospechoso para el caso de Sonia Rubio. Lo definen como “Una persona inteligente, introvertida, resentido con las mujeres”. Y comprueban que hacia las cuatro de la mañana de los fines de semana se queda solo en actitud observante a la salida de los bares y discotecas de moda.

Y hay otro de los guardias civiles de ese grupo que apunta la posibilidad de un asesino en serie, siguiendo las teorías de Robert K Ressler y otros maestros. Ressler fue el creador del programa especial del FBI y asesor por ejemplo de El Silencio de los Corderos. Es un mito al que conocimos en un congreso, fue un privilegio. Este guardia civil, Angel Pascual, comenta a sus jefes la posibilidad de que exista un asesino en serie en Castellón. Se estudian los cinco casos y se observan similitudes. Entonces no existía como ahora una unidad de conducta en la Guardia Civil, de hecho este caso fue el detonante para crearla.

Los guardias civiles ponen todo en manos del psicólgo y criminólogo Vicente Garrido, de la Universidad de Valencia. Este estudia los cinco casos y aplica entre otras la teoría del círculo de Canter, el mapa mental y otras. Concluye en un informe al juez que Ferrándiz puede ser el asesino de las cinco mujeres en la provincia.

Es una teoría del criminólogo David Canter, aunque él habla de zigzag y dice que no se aplica bien. En resumen, cuando hay más de dos asesinatos en una misma zona y con patrones semejantes (tipo de víctimas, firma del asesino, en este caso la forma de matarlas, la cinta adhesiva, la ropa interior en el cuello…), si marcamos en un mapa todos los lugares donde se encontraron los cuerpos de las víctimas, tenemos que trazar una línea que una los dos puntos más lejanos. Esa línea es el diámetro que usamos para dibujar una circunferencia, si todo es correcto, el asesino vivirá y trabajará dentro de esa circunferencia. Y sí, en el caso de Ferrándiz se hizo ese círculo, se estudió ese mapa mental y Chimo vivía y trabajaba, y mataba, dentro de ese círculo.

La Guardia Civil tiene el convencimiento de que este hombre ha matado a cinco mujeres y ha atacado a otra. Pero no hay ni una prueba. ¿Qué hacen entonces?

Hablan con el juez y empiezan a vigilarle, sobre todo de noche. Durante el día, trabaja, sale con su novia y juega al tenis. De noche, sale de caza. Se hacen turnos de ocho guardias civiles que le siguen por los bares y discotecas. Y se convence a dos jóvenes mujeres de la UCO de que deben hacer de cebos. Les dan clases de defensa personal. Y aquellos sábados de Castellón se visten y se arreglan para salir a los mismos bares donde va Chimo.

¿Y el asesino en serie mordió ese cebo que le puso la Guardia Civil, dos compañeras en las discotecas donde él iba mientras otros vigilaban? No. Una de ellas nos comentaría luego que a Ferrándiz le gustaban más las rubias. Ella es morena. Estas vigilancias se prolongaron hasta el 11 de junio de 1998. Entonces los guardias civiles vieron como Ferrándiz se fue de bares y discotecas hasta las seis y media de la mañana. Entonces entró en el local una chica rubia y atractiva de 21 años. Dentro estaba Ferrándiz y muy cerca dos guardias civiles de paisano que oyeron a la chica decir que se iba a la discoteca Sabor. Chimo también lo oyó y salió detrás. Y detrás, su sombra, los guardias, más otros que estaban en la calle. Lo que vieron entonces deja atrás cualquier película o serie.

Ferrándiz conduce rápido, hace un recorrido extraño. Pasa cerca de donde recogió a Sonia Rubio, acude al camino de las prostitutas, y finalmente va a la puerta de la discoteca Sabor. Su futura víctima ya estaba dentro. Él ya sabía que el coche de la chica era un Renault 5. Aparca detrás, baja y se agacha, está deshinchando la rueda trasera derecha del coche de la chica.

Luego, se mete en el coche y espera a que salga ella. Conduce durante unos dos kilómetros con la rueda deshinchada, sin saberlo. Detrás va Ferrándiz. Y detrás dos coches con guardias civiles. Entonces, la rueda no da más de sí y la chica pierde el control del coche y vuelca. Ferrándiz frena y baja para ayudarla. Sale del coche con la chica en brazos, inconsciente. Los guardias de paisano frenan también y se bajan. Chimo les dice que la va a llevar al hospital, que no se preocupen. Pero los agentes se ofrecen también para acompañarlos. Ferrándiz la deja en el hospital de Castellón y acude luego a declarar a la policía por el accidente.

Esta chica salvó su vida así. Tremendo. Y el juez decide entonces meter en prisión a Ferrándiz por esa agresión. Pero no hay pruebas de sus cinco asesinatos anteriores. Registran su casa y encuentran, además de fotos suyas vestido de mujer, un rollo de cinta adhesiva de 18 milímetros, la medida exacta y tan rara, de la que se encontró en la ropa interior de Sonia Rubio.

Entonces empieza la última fase. No hay pruebas y hay que convencer a Ferrándiz de que derrote. Los guardias civiles y el juez empiezan un proceso para conseguirlo: le hacen ver que saben hasta que tipo de whisky con naranja le gusta, le traían lentejas caseras al calabozo, como a su sobrina la insultaban en el colegio, consiguen que vaya a uno nuevo…

Y meses después, una madrugada de noviembre de 1998, Ferrándiz avisa de que quiere hablar. Confiesa sus cinco asesinatos y lleva al juez y a los guardias civiles a los lugares donde los cometió

Cuenta detalles que nadie conoce, sobre heridas de sus víctimas por ejemplo. Ayuda a encontrar incluso el monedero de una de ellas que había dejado entre unas zarzas y aún seguía ahí… Ferrándiz fue acusado y condenado a 69 años de prisión. Esta vez ya nadie cree en su inocencia. Ha pasado ya casi 20 años en la cárcel, ahora está en la prisión de Herrera de la Mancha, y saldrá en libertad dentro de cinco años, en el verano de 2023.