Situémonos en el colegio Valdeluz de Madrid. Decís que es un centro grande, con unos 1.700 alumnos, es un colegio religioso, de los padres Agustinos.
Es un colegio concertado, grande, y con unas instalaciones estupendas. Tiene muchas zonas deportivas y también tenía dentro del colegio un aula de música, la Academia Melodía Siglo XXI, donde daban clases extraescolares, de Lenguaje Musical y Piano, el profesor Andrés Díez y su esposa, Pilar.
Díez había llegado al colegio en 1999 como profesor. Un par de años después, en 2001, comienza a dar también las clases extraescolares. Era un tipo entonces de unos 40 años, metro ochenta de estatura, con perilla y gusto por las corbatas llamativas. La academia la dirige su esposa, una mujer veinte años mayor que él y que tenía tres hijas de un matrimonio anterior.
Y este hombre, este profesor de ese colegio religioso, encaja muy bien allí. Todos los testimonios, incluso los de sus víctimas, hablan de un profesor simpático, cercano, agradable, cariñoso. El profesor Díez se implica en su trabajo y da clases de filosofía, ética y música. En ocasiones organiza las fiestas del colegio y dirige el coro, donde hay niños, niñas y también padres. Se convierte en una persona querida y popular. Una vez al año, incluso, organiza una fiesta en su chalet. Allí van decenas de alumnas suyas a jugar y bañarse en la piscina para celebrar el fin de curso.
Y este cuadro, esta imagen de profesor cercano y cariñoso, salta por los aires en febrero de 2014, cuando un grupo de niñas denuncian al profesor Díez por abusos.
Algunos meses antes, en noviembre de 2013, varias alumnas del profesor hablan de lo que está ocurriendo. Están muy incómodas, tensas, algunas tienen pesadillas la noche antes de ir a clases de piano. Pero no se atreven a dar el paso de denunciarlo. Luego explicarían a la policía y las psicólogas que Andrés era como un papá, y que tenían miedo de varias cosas: de que las tuvieran por mentirosas y de hacer daño a Pilar, la esposa de Andrés y directora de la academia. “Ella nos trataba muy bien, pensábamos que no sabía lo que su marido hacía y que si decíamos algo ella iba a estar muy mal, porque es su mujer”.
Una de esas chicas, ya adolescente, contaría a los psicólogos una de las pesadillas que sufría: soñaba que la mujer de su profesor se enteraba de los abusos, iba conduciendo, se ponía nerviosa y sufría un accidente y se mataba. Ella, la cría, se sentía muy culpable. Tenía que seguir callada.
Hablamos de niñas que empezaron a sufrir abusos sexuales desde los siete años las más pequeñas. Son un grupo de adolescentes, de 16 años, las que acaban dando el paso y denunciando al profesor Díez meses después
La Navidad de 2013 ya no podían seguir calladas. Una de ellas se lo cuenta a su novio y luego a sus padres. Otras cuatro más deciden unirse. Crean un grupo de whatsapp y van a denunciar el asunto. Finalmente llaman a la policía el 6 de febrero de 2014.
Y la policía nacional inicia una investigación que es la que se ve estos días en el juicio contra el profesor Díez. Está acusado de abusar de 14 niñas entre 6 y 17 años al menos durante doce años, tanto en el colegio Valdeluz como en la Academia de Música.
Los testimonios de las 14 víctimas han sido evaluados por la policía, las psicólogas y el fiscal. Han dado credibilidad a todas ellas. Otras dos chicas más que denunciaron abusos del profesor presentan relatos “menos lógicos” y se les ha dado menos credibilidad. No significa que no sufrieran abusos, sino que por lo que sea, no cuentan toda la verdad o la adornan.
Lo que cuentan las víctimas que tienen total credibilidad para los expertos es muy similar. El profesor Díez comenzaba a tocarlas cuando eran muy pequeñas, en clases de Lenguaje Musical. En esos años, cuando ellas tenían siete u ocho años, el profesor ponía películas musicales, apagaba la luz y se colocaba al lado de alguna de ellas. Entonces abusaba de esa niña: las tocaba los pechos, los glúteos, les metía la mano por dentro del pantalón. Enternece y también estremece leer algunas declaraciones, como la de una adolescente que confesó que ella pensaba que todo eso era un juego (tenía siete años) y que cuando el profesor terminaba con ella llamaba a otra niña a su lado.
Esos abusos empezaban con las alumnas más pequeñas. También seguían con las chicas de doce o trece años, pero ya en clases particulares de piano, a solas con él.
El fiscal, que pide 69 años de cárcel para el profesor Díez, asegura que este hombre aprovechaba su condición de superior, de profesor y “comenzaba con besos en las mejillas y abrazos e iba aumentando su contenido sexual para pasar a besos en la boca, caricias en las piernas por la zona de los muslos, hasta llegar a tocamientos en los senos, los glúteos y la zona vaginal por encima de la ropa, llegando a introducir sus dedos en la vagina de las menores”.
Varias de ellas sufrieron estos abusos más graves. Sus declaraciones, que deberán repetir en el juicio a puerta cerrada, son durísimas. Vamos a leer solo una de ellas, una chica que denunció que su profesor abusó de ella desde los 13 a los 16 años. “Se ponía detrás de mí mientras yo tocaba el piano y me metía las manos dentro de la camiseta. Me manoseaba el pecho, me desabrochaba el sujetador y me metía los dedos en la boca. Yo a veces le mordía para que parara y él entonces me pegaba en el hombro y me decía, no hagas eso”.
Imagínense el horror de esas niñas. Y la impunidad de este hombre: un profesor respetado, querido incluso por los padres de las niñas de las que estaba abusando, un familiar más para ellos. Ellas no se atrevían a decir nada.
Primero, cuando eran muy niñas, no lo entendían. Pero sufrían mucho, muchísimo. Todo dentro de un colegio religioso donde el abusador estaba en el coro, era un hombre querido. Hay una declaración de una de ellas en la que explica que “cuando comulgaba, siempre pedía perdón porque no estaba haciendo nada por evitarlo o lo que yo hacía era muy poco. Le pedía ayuda a Dios para que me quitara la confusión, para saber qué hacer. Sabía que tenía que decirlo, pero no me atrevía”.
Las más fuertes rechazaron al profesor, alguna incluso le apartó la mano y se enfrentó a él, que una vez incluso se echó a llorar y le pidió: “no dejes el piano por mí”. Otras lograron dejar la academia con algunas excusas falsas. Casi todas odiaban la música. Varias de ellas contaron a la policía que faltaban a las clases, que tenían pesadillas, que pidieron a sus padres dejar el piano, pero sin contarles por qué. Y sus padres pensaban que era pereza y las obligaban a seguir. En esos casos, se ponían pantalón en vez de falda y llevaban dos camisetas aunque hiciera calor para ponerle más difícil al profesor que las manoseara.
Otras, y esto es tremendo porque coinciden con niñas más débiles o con problemas de adaptación en el cole o porque sus padres se estaban separando, por ejemplo, sufrieron incluso que él las hiciera masturbarle y que les metiera los dedos en la vagina con una frialdad asombrosa. Una de las chicas denunció que le hacía tocar el piano con la mano izquierda para que le masturbara con la derecha. Puede haber algunas personas que piensen por qué no denunciaron antes, pero vamos a darles algunos datos: desde que denunciaron, en febrero de 2014, esto nos lo contaba la madre de una de ellas, han sufrido un calvario: entrevistas de psicólogos, declaraciones ante la policía y el juez, gente que duda de ellas… Han tenido que cambiar de colegio, de barrio, algunas incluso de ciudad. No es nada fácil denunciar ser víctima de abusos, mucho menos cuanto más pequeña eres.
Y esta semana tienen que revivirlo todo en el juicio que se está produciendo en Madrid. Ayer declaró el acusado, el profesor Díez ¿Qué dice este hombre?
Mantiene que es inocente, que todo es falso. Su abogado pide la absolución. El profesor, que daba clases de Filosofía, Ética y Música en el colegio religioso, contó en su día a la policía, cuando fue detenido, que –leemos su declaración– “las clases de piano implican proximidad entre profesor y alumno y en muchas ocasiones hay que coger la mano del alumno y colocarla encima del piano. Hay que corregirles la muñeca e incluso la posición de las piernas y la postural de la espalda”. Añadió que algunas de las chicas que le han denunciado sufría “problemas de adaptación” en el colegio.
Bien, 14 chicas sostienen que abusó de ellas durante años y el afirma que es inocente. Denunciaron en 2014 el caso ante la policía, pero, y ahora viene lo indignante, una de esas chicas ya había hablado en el colegio Valdeluz de lo que le hacía su profesor de piano en 2006, casi ocho años antes de esa denuncia.
La investigación descubrió a la que llamaremos víctima número 1, una chica hoy veinteañera y que vivió un infierno con el profesor Díez en 2006. Todo empezó cuando una profesora la descubrió vomitando en el cuarto de baño del colegio. La chica le confesó que el profesor Díez la tocaba entre las piernas y en otros lugares. Esta chica, entonces de 16 años, se lo contó también al psicólogo y orientador del colegio. También al jefe de Estudios. Y a su padre, que la llevó a un centro de salud. Sufría anorexia y bulimia pero sobre todo sufría abusos. Estuvo un año siendo tratada por una psicóloga del CIASI, el centro público para niños víctimas de abusos sexuales en la Comunidad de Madrid.
Una chica de 16 años avisa de lo que está ocurriendo con el profesor y ¿Qué hizo el colegio Valdeluz? Vamos a responder con lo que dice la policía: el director del colegio y el jefe de estudios no adoptaron “ninguna medida de protección” hacia la primera joven que contó lo que estaba ocurriendo, tampoco se entrevistaron con el profesor ni con la familia y provocaron una “mayor indefensión” de la víctima.
También, siempre según la policía, al mantener en su puesto al profesor Díez, “facilitaron que pudiera seguir teniendo relación con menores de edad, incluso a solas”. Por todo eso, concluyen que “la desidia” y la “conducta permisiva” de los directivos del colegio pudo provocar que “muchas otras menores de edad estuvieran indefensas ante los aberrantes actos cometidos por Andrés Díez a lo largo de los años”.
Y apuntan una posible causa para esa desidia, más allá del miedo al escándalo. Los investigadores apuntan una posible explicación a lo que llaman “cierta protección” que el colegio otorgó a Andrés Díez durante años. El hombre y su esposa pagaban 2.416 euros al mes al colegio por el alquiler de las aulas donde daban clases de música.
El profesor fue detenido casi ocho años y al menos 13 víctimas después de la primera queja de una niña y quedó en libertad bajo fianza de 12.000 euros. El jefe de estudios y el director del colegio también fueron detenidos y luego puestos en libertad
En la declaración ante la policía el jefe de Estudios admitió que la chica le había hablado de abusos sexuales, reconoció que no habían hablado con el profesor y expresó incluso cierto arrepentimiento por no haber denunciado el asunto entonces. El juez decidió no acusarlos de encubrimiento porque “no consta que tuvieran conocimiento de todos o algunos de los delitos ni que dejaran de cumplir con sus obligaciones de perseguir los mismos”. El jefe de Estudios matizó luego lo que había dicho ante la policía, le dijo al juez que se había sentido un poco intimidado y que por eso había contado que la chica le había hablado de los abusos sexuales. Luego rectificó y dijo que solo le pidió no dar clases con el profesor Díez. Tanto el jefe de Estudios como el director perdieron sus puestos directivos en el Valdeluz aunque nos dicen que siguen allí dando clases, al menos hasta el curso pasado.
El fiscal pide que el colegio indemnice a siete de las víctimas con un total de 270.000 euros por los daños morales que han sufrido, que sufren todavía. El colegio sería responsable civil subsidiario de lo ocurrido, porque fue dentro de sus instalaciones y a veces en horario y turno escolar.
Pero aquella profesora a la que la niña le contó lo que pasaba, el orientador del colegio… Incluso la psicóloga del Centro de Víctimas de Abusos donde la vieron y la creyeron… Esta historia tiene una moraleja muy triste. La profesora confesó a la policía que no contó nada porque pensó que no había más niñas pasando por lo mismo. También, porque la niña le pidió que no lo hiciera y le dijo que no quería denunciar, que se lo había contado a sus padres y estaba yendo al psicólogo. El orientador del cole se limitó a decirle a la niña que debía contárselo a sus padres.
Y en el centro público de ayuda a víctimas, donde esta chica estuvo tratándose un año para recuperarse, su padre recuerda lo que les recomendó un abogado, leemos su declaración ante la policía: “el abogado nos recomendó no denunciar porque, dijo, el juez va a llamar a tu hija al estrado, el abogado defensor va a ir a destrozarla y a tratar de demostrar que era ella la que se insinuaba, podíamos llegar a perder el caso”. Una parte de eso es exactamente lo que ha ido sucediendo desde que ella y otras 13 chicas, por fin, denunciaron.
Y todas estas chicas sufren secuelas de lo que vivieron mientras eran niñas y luego adolescentes. ¿Qué dicen los psicólogos que las han examinado? Dan alta credibilidad a todas las chicas menos a dos. Afirman que sufren pesadillas, “tienen síntomas de evitación, episodios de estrés, gran fragilidad y resonancia emocional”. Tienen sentimientos de culpa y las que sufrieron abusos más graves, cuatro de ellas en concreto, no pueden soportar que las toquen, ni siquiera sus parejas, ni siquiera que les coloquen la mano por encima del hombro, porque les recuerda lo que les pasaba en aquellas siniestras clases de piano, al final del pasillo, en el aula 6 del colegio Valdeluz.