La colla de Mortadelo, el amo del puerto de Algeciras
El puerto de Algeciras, en Cádiz, se ha convertido en los últimos tiempos en la mayor puerta de entrada de cocaína de Europa. Lo hemos contado varias veces en Territorio Negro y nos lo contó el comisario Luis Esteban, responsable de la Policía en Algeciras, cuando le entrevistamos en este mismo espacio. Hace unos días descubrimos, gracias a una operación de la UCO de la Guardia Civil, que había quien abría esa puerta: un grupo de empleados del puerto que colaboraban con los narcos y hacía posible la llegada de grandes alijos, a cambio de sustanciosas comisiones.
Empecemos por situarnos. ¿Qué importancia tiene el puerto del Algeciras en el tráfico de cocaína?
La mayor parte de la cocaína que llega desde América a Europa procede de Colombia –el productor de casi el 70 por ciento de la coca que se consume en el mundo– y entra a nuestro continente por España. Las costas gallegas –como desde hace ya décadas– y los puertos de Valencia, Barcelona y, sobre todo, Algeciras, son las vías de entrada favoritas de los narcos. Pero Algeciras destaca sobre cualquier otro puerto: allí entran unos cuatro millones de contenedores al año y, naturalmente, eso es imposible de controlar.
Hay dos modalidades. Hay organizaciones que crean empresas con el único fin de introducir droga, bajo la tapadera de importadoras de fruta, madera o cualquier otro producto. Para recibir un contenedor que llega en un barco carguero desde el otro lado del Atlántico hay que cumplir unos requisitos y el principal es tener una empresa a la que vaya destinado ese contenedor. En ocasiones, los narcos prueban dos o tres envíos en los que solo viaja mercancía legal y si no pasa nada, meten ya la droga camuflada entre la carga en los siguientes contenedores. Estos alijos alcanzan las dos o tres toneladas. Pero hay otro sistema, que no requiere tanta infraestructura, pero que es muy eficaz: el gancho ciego.
En ocasiones, los contenedores transportan bolsas de deporte con cocaína que son recogidas en los puertos por bandas denominadas como rescatadores. Los rescatadores abren el contenedor, recogen las bolsas –que suelen estar justo detrás de las puertas–, colocan un duplicado del precinto y se llevan la droga, que luego la entregan a cambio de una comisión. Este sistema, como puedes imaginar, precisa de la colaboración de empleados del puerto, que acceden a los contenedores y tienen los medios para poder colocar un precinto en lugar del que arrancan. Hasta hace poco, los envíos mediante gancho ciego en raras ocasiones superaban los 200 kilos, pero esto también ha cambiado.
Antes, algún contenedor con droga era detectado porque el precinto aparentaba estar manipulado. Las autoridades abrían el contenedor y encontraban junto a la puerta las mochilas con droga. Para evitar esto, ahora las organizaciones meten grandes bolsas de deporte entre la carga, lejos de la puerta. Esto permite introducir alijos de hasta 700 kilos mediante el gancho ciego, algo impensable hasta hace poco. Pero todo sale bien para los malos, mientras haya una colla –como se denomina en el lenguaje de los narcos a un grupo– que tenga acceso a todos los rincones del puerto. Este gancho ciego lleva más tiempo a la hora de extraer la mercancía, pero si quien lo hace es un grupo de trabajadores del puerto, no hay problema.
Y eso es, precisamente, lo que ha desmantelado la Guardia Civil en la operación Allis Ubbo; una colla de trabajadores del puerto de Algeciras que trabajaban para el narcotráfico. ¿Cómo empezó esta operación?
Como tantas otras, gracias a la cooperación internacional. La Policía Federal de Brasil y la Policía Judicial portuguesa avisaron a la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil de que se estaba preparando un envío de droga desde Colombia a España y que iba a tener lugar una reunión para cerrar los detalles en Madrid el pasado mes de octubre. Los agentes de la UCO controlaron esa reunión entre el propietario de la mercancía, un individuo colombiano, y un hombre de mediana edad, español, al que los agentes bautizaron como Mortadelo por su parecido físico con el personaje de Ibáñez.
La Guardia Civil identificó rápidamente a ese Mortadelo. Era un español, con hasta tres sentencias condenatorias por tráfico de drogas. Vivía entre Málaga y Algeciras y es el hilo a partir del que la UCO fue dibujando toda su organización. Mortadelo ofreció sus servicios al tipo con el que se reunió en Madrid. Le dijo lo mismo que luego le dijo a otros traficantes, que “Algeciras es mía, yo controlo el puerto y tengo policías y guardias comprados”.
¿Y era cierto? ¿El poder de este Mortadelo llegaba a corromper agentes? En todos los meses que ha durado la investigación, la Guardia Civil no ha encontrado una sola prueba de ello. Lo que creen los agentes es que, como buen comercial, Mortadelo inflaba un poco su poderío, hacía creer a sus clientes que nada podía pasarle a su droga. Lo que sí estaba claro es que era un tipo solvente dentro del mundo del narcotráfico, tal y como averiguaron después los investigadores, que fueron rellenando los huecos en todos los escalones de la organización de Mortadelo, una verdadera empresa de servicios.
Mortadelo y los suyos no invertían dinero en los cargamentos de droga. Al igual que los transportistas gallegos o los del campo de Gibraltar, lo único que hacía su organización era prestar un eficaz servicio a los propietarios de la droga. Ellos aseguraban que la cocaína que llegaba en contenedores al puerto de Algeciras acabaría en un lugar seguro, a la espera de que la recogiesen los distribuidores. Así que Mortadelo y los suyos se reunían con traficantes llegados de todos los rincones del mundo: Brasil, Colombia, Marruecos, Francia, Holanda, Rumanía… A todos los aseguraba que tenía los medios y el personal suficiente para sacar de los contenedores 400, 500 y hasta 700 kilos de cocaína.
Y ese personal, necesariamente, es el del puerto de Algeciras. Trabajadores que podían acceder a los contenedores tranquilamente. Pero ese era el tercer escalón de la organización. Vayamos por partes.
El primero escalón estaba formado por Mortadelo, el jefe, y su mano derecha, al que, naturalmente, los agentes bautizaron como Filemón, otro español veterano con antecedentes. Junto a ellos, en ese primer nivel, estaba el intermediario, el hombre que tenía los contactos con los propietarios de la mercancía, una especie de facilitador. Esos tres eran los jefes de la red.
Debajo de ellos hay un personaje fundamental: un trabajador del puerto de Algeciras, que llevaba varios meses de baja y que era el encargado de reclutar a los trabajadores sensibles de ser corrompidos por los narcos. Junto a él, al mismo nivel en la organización, está el encargado del transporte, un transportista con credenciales para entrar y moverse por el puerto con sus camiones sin ningún problema. Sus vehículos estaban caleteados, preparados con un doble fondo para esconder la cocaína sin que sea detectado, aunque los alijos eran cada vez mayores y a veces ni cabían en ese escondite y tenía que llevar la droga en la cabina.
Y debajo de ellos, ya se colocan los trabajadores del puerto de Algeciras.
Diez trabajadores del puerto y un camionero. Todos ellos conocedores del puerto de Algeciras, que se movían libremente por todo el recinto y que podían acceder a los contenedores tranquilamente, sin levantar sospechas. En un último nivel se sitúan los encargados de llevar la droga a una nave, a un lugar seguro, de custodiarla y de entregarla a los clientes. En este escalafón, igual que en el primero, hay individuos con antecedentes por tráfico de drogas, mientras que en el segundo y en el tercero todos estaban limpios, porque son los que acceden al puerto y de haber sido detenidos alguna vez por narcotráfico no podrían trabajar allí.
Mortadelo y Filemón se movían siempre en coches para mantener sus reuniones con los dueños de la droga. Adoptaban muchas precauciones: nunca se registraban en hoteles y eran capaces de hacer más de mil kilómetros en un día: Algeciras-Madrid o Algeciras-León sin pararse a dormir en un hotel. Preferían dar una cabezada en un área de servicio que dejar su rastro en un hotel. Cerraban personalmente los detalles de los envíos y si se tenían que comunicar por teléfono lo hacían mediante aparatos cifrados y enganchados a servidores desde los que remotamente se puede borrar toda la información en caso de emergencia. No todas estas reuniones cristalizaban luego en un envío, como la que mantuvo el pasado mes de enero con el llamado Maradona de la cocaína.
Se trata de un narcotraficante español de 36 años que cuatro meses después de reunirse con Mortadelo murió acribillado en San Pedro de Alcántara, en la Costa del Sol. El pasado 12 de mayo, cuando salía de la iglesia parroquial Virgen del Rocío, donde acababa de hacer la comunión su hijo, un tipo con el rostro cubierto con un caso de moto le tiroteó delante de su familia. El crimen sigue sin resolver y la Policía cree que tiene que ver con los turbios negocios en los que andaba metido y que meses antes provocaron que un club de playa y un gimnasio de su propiedad, fueran quemados intencionadamente. No parece que su muerte tenga relación con la organización del puerto.
Una vez que los acuerdos entre Mortadelo y los propietarios de la droga se cerraban, se ponía en marcha el resto de la red. La colla contaba con un piso franco en Algeciras donde se reunían todos sus miembros para preparar la llegada de un envío. Los trabajadores sabían exactamente qué contenedor había que abrir. El día de la llegada, los estibadores de la red cambiaban los turnos o enfermaban de manera repentina para que solo uno de ellos figurase ese día en la orden de servicio. El resto de la colla se supone que ese día no acudía al puerto para no levantar sospechas y para que nadie los vinculase si pasaba algo.
Se supone, así es. Porque lo que pasaba era que el trabajador que sí estaba ese día de servicio ponía su huella en el acceso de entrada a la zona reservada del puerto y franqueaba el paso al resto de la colla. Todos ellos accedían al contenedor señalado, rompían el precinto, sacaban la droga y ponían un precinto nuevo. Todo ello en lugares en los que sabían perfectamente que no había cámaras ni testigos incómodos. El siguiente paso era introducir la droga en un camión y para eso estaba el camionero con el que contaba la red, que tenía libre acceso al puerto e introducía la mercancía en su cabeza tractora sin ningún problema. Salía del puerto y llevaba la cocaína a un lugar seguro, donde esperaban los miembros del último escalón de la organización.
No se sabe cuánta droga ha podido introducir la colla de Mortadelo, porque el primer envío que la Guardia Civil detectó fue interceptado por los agentes de la UCO. Ocurrió el pasado mes de mayo y se trataba de 480 kilos de coca que habían llegado procedentes de Guayaquil. Todos los movimientos de la red fueron monitorizados por la Guardia Civil, que tras incautarse del alijo de droga, detuvo a 21 personas, entre ellas diez trabajadores del puerto de Algeciras.
El Mortadelo y su colla se llevaban un treinta por ciento del valor de la mercancía por trabajar al servicio de los narcos. Un quince por ciento iba para los trabajadores del puerto y el otro quince para los externos. Así que por ese alijo de 480 kilos intervenido por la Guardia Civil, la colla de Mortadelo se iba a llevar cerca de cuatro millones de euros: el 30 por ciento de los más de 14 millones que costaba esa mercancía. Ese dinero a repartir entre los componentes de la colla.
Eran gente muy austera. El propio Mortadelo residía en dos viviendas muy normales en Algeciras y Málaga y manejaba coches bastante viejos. Los estibadores, gente ya bastante bien pagada, también eran discretos y no hacían ostentación alguna para no verse marcados ni señalados. En todos los sentidos, eran gente muy profesional.
Con esta operación, ¿se ha cerrado el paso a la cocaína en el puerto de Algeciras?
No, ni mucho menos. Los que conocen la zona creen que hay tres o cuatro collas similares a las de Mortadelo operando en el puerto y que todas ellas cuentan con trabajadores, porque son imprescindibles para sacar la droga mediante el procedimiento del gancho ciego. El problema es que es muy difícil para Policía y Guardia Civil trabajar allí, porque cualquier presencia extraña es detectada rápidamente, sobre todo si se trata de agentes que estén destinados allí. De hecho, esta operación de la Guardia Civil fue llevada a cabo de principio a fin por agentes de la UCO llegados desde Madrid.
Seguramente veamos más operaciones similares, aunque ya no esté al frente de la sección de drogas de la UCO un hoy teniente coronel, que tras 18 años de lucha contra el narcotráfico ha pasado a otras labores. Eso sí, se despidió a lo grande, con esta operación. Nuestros mejores deseos para Chary.